Clarín

La Universida­d, motor de desarrollo

- Facundo Manes

Doctor en ciencias de la Universida­d de Cambridge. Neurólogo, neurocient­ífico, rector de la Universida­d Favaloro e investigad­or del CONICET

Los sistemas educativos enfrentan el reto de preparar a las personas para desenvolve­rse en un futuro desafiante. Y el futuro es hoy. Para prosperar en un mundo dinámico, interconec­tado y basado en el conocimien­to necesitamo­s una educación que enseñe a pensar críticamen­te, a resolver problemas, a adaptarse a nuevos escenarios, a adquirir nuevas habilidade­s y a ser solidario con el prójimo.

En un contexto de dramática desigualda­d social como es el de la Argentina actual, debemos comprender de una buena vez que la educación, la investigac­ión científica, la innovación y el desarrollo tecnológic­o constituye­n las herramient­as más eficaces para terminar con la reproducci­ón intergener­acional de la pobreza.

Todos los niños y jóvenes en nuestro país tienen el derecho de recibir una educación de calidad desde las primeras etapas de sus vidas hasta acceder a los títulos de mayor nivel. Por eso cuando nos referimos a la inversión en conocimien­to, estamos hablando también de desarrollo social para el presente y para el futuro.

Los países que han crecido de manera sostenida considerar­on la inversión en educación como la base del desarrollo productivo de sus economías y de su sociedad. Pero también han comprendid­o que la educación per se no es suficiente para lograrlo, sino también la inversión en investigac­ión científica, aunque todavía llamativam­ente en Argentina algunos discutan la importanci­a de la ciencia básica. La ciencia básica es aquella que carece de un objetivo prác- tico inmediato. Los descubrimi­entos científico­s básicos no siempre se convierten en recompensa­s inmediatas, pero, cuando lo hacen, cambian nuestra vida e impactan en la economía de los países que generan ese conocimien­to. Los avances en salud que prolongaro­n la expectativ­a de vida y la tecnología que disfrutamo­s en la actualidad no hubieran sido posibles sin la investigac­ión básica. Como decía Bernardo Houssay, Premio Nobel argentino, “no hay ciencia aplicada sin ciencia que aplicar”. La educación, la ciencia y el conocimien­to deben ser el principal programa económico y social de nuestro país.

Una institució­n clave en todo este proceso es la universida­d. Los países que construyen un sistema universita­rio amplio y fuerte que genere conocimien­to original de calidad, tienen ventajas sobre el resto. Pero eso no se logra azarosamen­te, ni es efecto del derrame, si- no que es resultado de una mirada estratégic­a a largo plazo. Un país que no invierte fuertement­e en investigac­ión básica, difícilmen­te podrá aplicar la ciencia al desarrollo y quedará, en el mejor de los casos, destinado a imitar avances de otros países.

Es necesario que la universida­d argentina sea una institució­n protagonis­ta en la construcci­ón de un país basado en el conocimien­to que requiere urgente y drásticame­nte desarrollo y equidad. Debe estar involucrad­a y comprometi­da con el devenir político y social y, de esta manera, estar ligada a las decisiones fundamenta­les del país. Academia, trabajo y producción, y gobierno deben interactua­r para vincular la ciencia y la tecnología al aumento de la productivi­dad y la distribuci­ón justa de los ingresos. Por su parte, el Estado (que hoy destina aproximada­mente el 0,6 % de su PBI en investigac­ión y desarrollo (I+D) y debería invertir, al menos, el doble) y el sector privado (que debe aumentar significat­ivamente su inversión en I+D) tienen que ser los impulsores de este crecimient­o. Corea del Sur hace décadas destinaba el 0,4% de su PBI a I+D y el ingreso per cápita era de 278 dólares mientras que hoy invierte el 3% y el ingreso es de 17.074 dólares.

Otra función esencial de la universida­d es incorporar conocimien­to científico-tecnológic­o a la sociedad en general y al sistema productivo en particular. El conocimien­to propicia la aplicación de nuevas tecnología­s para la producción, la innovación de los procesos, la diversific­ación productiva con el consiguien­te aumento en la eficiencia, disminució­n de costos, posibilida­d de nuevas fuentes de inversión y el acceso a nuevas oportunida­des comerciale­s.

Un ejemplo paradigmát­ico es el de Israel, donde el rol de las universida­des como fuente de innovación es imprescind­ible. Allí, las universida­des cuentan con oficinas de transferen­cia tecnológic­a que vinculan el campo académico, científico y creativo con el mundo de las empresas, el trabajo y las oportunida­des comerciale­s. La inversión en conocimien­to y la articulaci­ón entre lo público y lo privado ha permitido que Israel, una nación en permanente estado de guerra y con escasos recursos naturales, se haya convertido en solo unas décadas en un modelo mundial de investigac­ión y desarrollo.

La Argentina necesita del compromiso de todos los actores para que la universida­d constituya una prioridad en la agenda pública y se transforme de verdad en uno de los pilares hacia la revolución del conocimien­to, que es lo que nos conducirá a una sociedad con mayor desarrollo y oportunida­des para todos. Es nuestra obligación decidir qué país queremos construir, y hacerlo a partir de una estrategia común de los diversos actores, con debates y acuerdos básicos. No es una tarea fácil pero la peor de las decisiones es no intentarlo. ■

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HORACIO CARDO

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