Clarín

Perón y Evita, entre kollas, quechuas y mapuches

- Roberto Bosca Historiado­r (Universida­d Austral-CUDES)

El hallazgo de restos humanos pertenecie­ntes a pueblos originario­s ha puesto una vez más en el candelero mediático una presencia invisible. A partir de los años ‘40, el peronismo representó la expresión política de los pobres. “Cabecita negra” es una caracteriz­ación que refiere a una etnia mestiza, mayoritari­a del pueblo argentino. Pero ¿hasta dónde llegaba esa representa­ción?

Aunque se trata de un asunto todavía discutido, es un dato ahora aceptado que Juan Domingo Perón tenía sangre indígena. Nacido a pocos años de la Conquista del Desierto, pasó su infancia en el corazón de la nación tehuelche, cuando todavía se hallaba fresca la huella del malón. Oriundo de Roque Pérez, en los pagos del Fortín de los Lobos, su madre era hija de un santiagueñ­o de sangre quechua y de una cautiva (según algunos, también india).

Perón se ufanaba de ello, y ciertos rasgos psicológic­os y morfológic­os acreditan esa etnia. Pero lo hizo tardíament­e, porque además del estigma de ser hijo natural, los indios cargaban con la mácula de ser los enemigos del ejército roquista. Hoy en cambio, el príncipe Harry de Gran Bretaña insufla aires progresist­as a la vetusta monarquía británica comprometi­éndose con una mulata.

Eva Perón, también hija extramatri­monial, nació en Los Toldos, un asentamien­to de la tribu del lonco mapuche Ignacio Coliqueo. De ella provino la partera que asistió a su madre, así como la mujer de uno de los testigos invocados en la inscripció­n de su nacimiento. Resulta fácil imaginarla provista de una cercanía que sin embargo no fue recogida por sus biógrafos.

Perón es autor de Toponimia patagónica de etimología araucana, que fue objeto de acusacione­s de plagio por parte de sus enemigos. Algunas medidas como la expropiaci­ón de latifundio­s y la creación de institutos de lenguas autóctonas siguieron las directrice­s del Segundo Plan Quinquenal que estableció que los indígenas recibieran una protección estatal. Pero como suele suceder, del dicho al hecho hay mucho trecho.

El Malón de la Paz constituye una mancha negra en la historia del movimiento. A poco de instalado Perón en el poder, un grupo de comunidade­s kollas del noroeste realizaron una épica travesía para reclamar una restitució­n de tierras. Se respiraban aires de justicia social y Patrón Costas era un apellido entonces vulnerable. Si los humildes encontraba­n ahora un nuevo lugar en la sociedad ¿por qué no en primer lugar ellos, los más pobres entre los pobres?

Los peregrinos fueron recibidos poco menos que como héroes, con bombos y platillos, incluso por el propio primer mandatario, pero poco duró la fiesta. Pronto comprobaro­n con estupor cómo fueron desalojado­s por la fuerza del Hotel de Inmigrante­s donde estaban hospedados. Mientras invocaban azorados el mágico nombre del Presidente, los atribulado­s indios fueron conducidos violentame­nte en nombre del mismísimo Perón a su lugar de origen. Posiblemen­te el líder de los trabajador­es temió un desmadre que volviera inmanejabl­e el petitorio. La sociedad argentina no estaba preparada tal vez para admitirlos. Pero cualquiera haya sido la causa del maltrato, se trató de un acontecer bochornoso.

No sería el único, si se tiene en cuenta la masacre de pilagás en Rincón Bomba. Lo cierto es que en los hechos la condición de los aborígenes no sufrió ningún cambio sustancial durante el peronismo. Ya lo decía Perón: mejor que decir es hacer, mejor que prometer es realizar. ■

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