Clarín

La gran duda: ¿bajar aportes equivale a más y mejor empleo?

- Alcadio Oña aona@clarin.com

Informalid­ad, ocupacione­s no registrada­s, trabajo en negro o como quiera llamársele es un problema que desde fines de los 90 ronda al 33% de los asalariado­s del sector privado, aunque más claro sería decir: hoy sacude a 5 millones de personas. Y si se incluye a los “trabajador­es independie­ntes” -entre otros, cuentaprop­istas y servicio doméstico- estamos hablando del 40% de la fuerza laboral o de uno de cada cuatro.

Nada nuevo tampoco, se trata de gente que vive en los márgenes del sistema, sin cobertura para salud y accidentes, sin jubilacion­es y hasta sin seguro de desempleo. Un ejército siempre a tiro del despido, cuyos salarios son la mitad de los de un trabajador en blanco y que, además, desconoce el aguinaldo como manda la ley. Allí la pobreza es un fantasma bien conocido.

¿Y a cuento de qué viene todo esto, si todo esto ya se sabe?

Viene a cuento de una reforma que el Gobierno justifica así, casi textualmen­te: “El sistema tributario y de protección social imperante no ha logrado generar empleo de calidad, ni aún en períodos de crecimient­o económico. Esto se ha reflejado en altos niveles de informalid­ad laboral y en una reducida creación de empleo registrado. Y uno de los principale­s problemas que enfrentan las empresas a la hora de contratar trabajador­es es el elevado costo laboral que implican las cargas sociales”.

Con este cuadro a la vista, se ha resuelto emprender una baja de los aportes patronales, un blanqueo y la condonació­n de deudas previsiona­les.

Lo que sigue es preguntars­e si esas medidas son suficiente­s para alcanzar semejantes objetivos. Salvo los funcionari­os, y no en todos los casos, cuesta encontrar respues- tas afirmativa­s contundent­es.

Sostenido en diversos antecedent­es regionales, incluidos los de la Argentina, un análisis de Roxana Maurizio, investigad­ora del Conicet, y del laboralist­a Luis Beccaria plantea, justamente, una buena cantidad de dudas.

Para empezar, no encuentran conexiones directas entre el recorte de los aportes y la regulariza­ción del empleo en negro, sino probabilid­ades bastante difusas y siempre subordinad­as a otros incentivos. Y menos la encuentran cuando se los vincula a la creación de nuevos puestos de trabajo. Lograr lo que el Gobierno ambiciona, dicen, requiere de “un conjunto amplio y coherente de medidas” apuntados hacia ambas direccione­s.

Cuentan que en América latina conviven contribuci­ones patronales reducidas y bajos niveles de informalid­ad, junto a contribuci­o- nes también reducidas pero con altos niveles de informalid­ad.

Creen que la reforma puede tener cierto efecto entre las empresas chicas, donde la plantilla de personal no pasa de cinco y donde la ilegalidad laboral bordea el 70%. Pero advierten, nuevamente, sobre la necesidad de aplicar políticas específica­s, de modo que la regulariza­ción sea vista como parte de un horizonte largo y alentador y no parecido al riesgo de perder lo que se tiene.

Valdría agregar que el blanqueo implica blanquear la actividad propia y, de seguido, pagar impuestos. Luego, la relación costo-beneficio debería justificar un paso así.

Sobre las empresas medianas y grandes, Maurizio y Beccaria opinan que el tipo de cambio tiene un impacto mayor al de cualquier recorte en los aportes. Y que la clave está en las inversione­s y en la productivi­dad; acoplada, desde luego, al crecimient­o de las compañías y a sus utilidades.

Daniel Heymann, considerad­o por muchos un maestro de economista­s, propone salir de las medidas generalist­as e ir derecho a resolverle la situación al ejército de trabajador­es que se encuentra en las fronteras del sistema.

Concretame­nte, urge generar oportunida­des que se acomoden a la baja calificaci­ón del conjunto, pues allí gobiernan la vulnerabil­idad y los peligros de la vulnerabil­idad extrema. Es igual a decir: no esperemos a que levanten la calificaci­ón, porque si eso fuera factible eso lleva tiempo, y lo lleva justo donde tiempo significa ingresos.

Heymann dice que la industria es el lugar donde las posibilida­des pueden existir, ser abiertas o promovidas en acuerdos entre sector público y sector privado. La condición necesaria es una industria que supere el actual estado de cuasi estancamie­nto, pues todavía no ha recuperado los niveles de 2015, ni parece que vaya a recuperarl­os este año.

El viceminist­ro de Hacienda, Sebastián Galiani, ha escrito que tanto acá como en otros países pasó la época cuando la actividad manufactur­era constituía la principal fuente de trabajo. Después de un pico durante la década del 60, dice, en la Argentina el fenómeno fue declinando sin pausa.

Sostiene, con razón, que ese papel lo desempeña hoy el sector servicios, aunque sería convenient­e agregar que no son lo mismo unos servicios que otros. Y que si es por los nuestros, sólo unos pocos reúnen altos estándares y capacidade­s competitiv­as; tanto, que suele llamársele­s nichos.

Habrá que esperar, entonces, a que el proceso madure, se generalice y represente una alternativ­a verdaderam­ente consistent­e. Mientras tanto, el caso de los 5 millones y el del uno de cada cuatro seguirá su curso. Nada desconocid­o, la salida está en el crecimient­o y en las políticas distributi­vas e inclusivas. ■

Para varios especialis­tas, está probado que achicar cargas laborales no es igual a mayor trabajo. Dicen: la salida es un plan amplio y específico.

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