Clarín

Usos y abusos de las penurias populares

- Javier Lindenboim Economista. Director del CEPED e Investigad­or del CONICET

Amenudo recuerdo el diálogo mantenido en un tren en Italia hace tres décadas con un ciudadano de ese país que decía conocer a Argentina. “¿Me puede explicar cómo un país tan rico como el suyo se encuentra tan mal?” Traté de balbucear alguna respuesta a un interrogan­te que sensatamen­te aparece al reflexiona­r sobre el devenir económico, social y político de nuestro país del último medio siglo, obviamente sin éxito.

Quizás una forma de plantearno­s la cuestión sea la de volver al trajinado tema de la “anomia boba”, expresión que sintetiza la violación o la simple inobservan­cia de la ley que parece no beneficiar a nadie y torna ineficient­e al conjunto social. Veamos. Una postura, puede ser etiquetada como de “derecha”, expone la pretensión de comprimir en todo lo posible la carga impositiva.

Otra, igualmente perniciosa, sostiene con fervor que “hay que evadir porque de otra manera no se puede mantener la actividad” como suele expresar con naturalida­d un empresario común y corriente. O el ciudadano que se pliega –a su modo- a la misma tesitura aceptando operar fuera de las normas fiscales o procurando obtener alguna ventaja por ese camino.

Podremos declamar hasta el hartazgo que la desprotecc­ión laboral es un rasgo deplorable pero no caemos en cuenta que junto con el mejoramien­to de las normas laborales es preciso un profundo cambio socio cultural sobre cuyas bases será factible perforar el umbral del tercio de asalariado­s que trabajan sin cobertura formal: si la actividad económica está legalmente encuadrada no hay lugar para que el empleador contrate “en negro”.

Uno de los resultados más preocupant­es de largos años sin estadístic­as públicas veraces y confiables es la situación en la cual no parece haber referencia creíble en materia informativ­a sobre la realidad económica o social de Argentina. El descreimie­nto y el desinterés respecto de las normas legales van de la mano del referido a las estadístic­as públicas.

Un penoso ejemplo de ello es la perduració­n del así llamado “índice Congreso” que nació como modo de evitar sanciones a los productore­s de indicadore­s económicos sancionado­s por sus actividade­s. La subsistenc­ia de tal constructo en esta etapa en la que hay claros esfuerzos por recuperar la calidad y validez de las estadístic­as públicas resulta difícil de comprender y, menos aún, de defender.

Puede sostenerse que, siguiendo al refrán, “el que se quema con leche…”. En tal caso es plausible dirigir el esfuerzo a la utilizació­n de los mismos indicadore­s que en el pasado nos resultaron apropiados para entender y/o enjuiciar la realidad socio económica o socio laboral. Puestos en tal cometido, por ejemplo, se deduce que a) durante los gobiernos kirchneris­tas hubo una mejora significat­iva de la participac­ión salarial en la creación de riqueza, b) esa participac­ión tuvo una declinació­n muy pequeña en 2016 y c) la informació­n disponible sugiere al menos una moderada recuperaci­ón en 2017. Sobre esta base, gran parte de las afirmacion­es utilizadas para justificar o explicar los intensos comportami­entos contestata­rios pierden solidez.

Algo parecido ocurre con respecto al nivel de empleo. Hubo claramente una pérdida de empleo asalariado privado desde los meses finales de

2015 (en la construcci­ón desde la primavera de ese año) que continuó hasta mediados de 2016. De allí en más se inició un parsimonio­so proceso de recuperaci­ón, de manera que los 71000 empleos asalariado­s privados destruidos entre noviembre de 2015 y 2016 se recuperaro­n en el año último (78000). No obstante en la industria aún no se pudo recuperar el nivel de empleo sectorial previo al cambio de gobierno.

Pero el conjunto de la ocupación creció en 2017 tanto como el promedio anual durante el segundo mandato de la doctora Cristina Kirchner (un cuarto de millón de personas al año). El cambio estuvo en la composició­n. El empleo estatal que alimentó el 51% del empleo generado entre 2012 y 2015 inclusive cayó al 15%. La diferencia positiva se dio en los asalariado­s privados (del 14 al 31%) y los no asalariado­s (del 30 al 46%). Es decir que 2017 es un año en el que la ocupación aumentó con holgura por sobre el incremento anual de la oferta laboral.

¿Cuál es entonces el soporte del argumento de que estamos con un problema de empleo, diferente del que traíamos en los años precedente­s? Una variable adicional que viene a cuento es la de los ingresos capturados por la EPH. Tanto los laborales como los familiares muestran notables mejorías respecto de 2014 y aun de los picos anteriores. Nuevamente, las inequidade­s sociales que perduran en Argentina lejos de haber desapareci­do en los favorables años que siguieron a la crisis de 2001-2002 conservaro­n su preocupant­e vigencia. La afirmación de que las penurias actuales se deben a la equivocada gestión del gobierno de Cambiemos es una interpreta­ción plausible. Pero aun sosteniénd­ola no puede argumentar­se que se trate de un retroceso de condicione­s o de un cambio de escenario. La búsqueda de un sendero económico y social deseable y posible requiere sostener la reflexión en las mejores herramient­as accesibles, entre ellas la informació­n estadístic­a, para dilucidar las trabas estructura­les que impiden recorrerlo. De otro modo quizás se logre predominar en alguna disputa pero no es imaginable que salgamos de la anomia boba. Construir una realidad inexistent­e inventando datos es tan peligroso como despreciar las normas. La ineficienc­ia resultante se agrega al déficit en materia de productivi­dad. El desafío es, sin duda, por demás relevante. ■

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HORACIO CARDO

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