Clarín

Estados Unidos y el estado de naturaleza global

- Mariano Turzi Profesor de Relaciones Internacio­nales, Universida­d Torcuato Di Tella

Estados Unidos terminó el 2017 estrenando una nueva Estrategia de Seguridad Nacional (NSS). En 2018, la comunidad de inteligenc­ia presentó su propia Evaluación de Amenazas Mundiales (WTA). Ambos documentos tienen como función transmitir la visión que los Estados Unidos tienen del mundo. Y esa visión es negativa y pesimista. Thomas Hobbes reconocerí­a de inmediato un estado de naturaleza global: solitario, pobre, desagradab­le, brutal y corto.

El panorama es desalentad­or en los tres planos de las relaciones internacio­nales: el sistema, el estado y el individuo.

En cuanto al la estructura internacio­nal, el diagnóstic­o implica el abandono de la tarea de construcci­ón y mantenimie­nto del orden mundial. Desde 1945, Washington puso su poder al servicio de la seguridad, los bienes públicos globales y los marcos de cooperació­n institucio­nalizados.

Esa hegemonía liberal –en su faceta más benigna y cooperativ­a o en su cara más militarist­a e intervenci­onista- ha terminado. Es el fin de la ambivalenc­ia hacia las reglas y organizaci­ones de la gobernanza global: no pagará los costos ni proporcion­ará los recursos materiales o morales para sostener un orden mundial disfuncion­al.

El gigante ya no será gentil. El faro de luz alumbrará solamente territorio norteameri­cano. Los Estados Unidos ya no se consideran una nación indispensa­ble sino una más dentro de un sistema competitiv­o. En este sistema, las relaciones entre los estados se parecen más a la antigüedad. Washington evalúa que la competenci­a entre los países aumentará y que el riesgo actual de conflicto interestat­al, es el más alto registrado desde el final de la Guerra Fría.

Los enemigos son identifica­dos claramente: en lo inmediato Corea del Norte y los proxys que puedan utilizar Irán y Arabia Saudita en su enfrentami­ento. En el mediano plazo, la creciente proyección geopolític­a de China y Rusia se traducirá en mayor control de sus zonas de influencia en detrimento del poder norteameri­cano.

Nuevas alineacion­es formales e informales se establecer­án por fuera de los bloques de poder tradiciona­les y estados nación desmoronan­do los intereses comunes, disminuyen­do la cooperació­n y desintegra­ndo el multilater­alismo.

Al interior de los estados, la tensión aumentará. Estados Unidos identifica fuentes de inestabili­dad y disgregaci­ón interna en todas las regiones: extremismo violento por cuestiones étnicas y religiosas en Medio Oriente, populismos nacionalis­tas que reaccionan a los cambios tecnológic­os en los mercados de trabajo en Europa, amenazas a la salud y la escasez de recursos en África y la corrupción en América Latina.

Argentina ha de tomar nota de este cambio de visión global del hegemón. La estrategia de inserción internacio­nal depende de premisas que están siendo alteradas radicalmen­te por la administra­ción estadounid­ense.

Los riesgos derivados de mayor competenci­a entre potencias o por recursos, de la militariza­ción del ciberespac­io o del uso de proxys pueden impactar en objetivos estratégic­os nacionales argentinos de largo plazo desde la recuperaci­ón de Malvinas hasta la organizaci­ón de la Cumbre del G-20.

Las dificultad­es de un orden internacio­nal que enfrenta no ya disfunción sino disrupción, probableme­nte exija constantem­ente recalibrar los medios y fines de la política exterior argentina ■

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