Clarín

Al final, todo se trata de hacer bellas canciones

En un guiño a los nuevos tiempos, la banda escocesa lanzó su décimo álbum fraccionad­o en tres partes.

- Eduardo Slusarczuk eslusarczu­k@clarin.com

Será que los tiempos se aceleraron, pero lo cierto es que no hay nada menos cierto que eso de que “20 años no es nada“. No, al menos, si tomamos en cuenta que de 1996 a los días que corren, el CD le ganó definitiva­mente la batalla al CD, Napster y compañía amenazaron el negocio de las megacompañ­ías discográfi­cas, el Disco Laser -como el DAT y un par de formatos más- nació y murió sin dejar herederos, las plataforma­s digitales avanzaron, y lo siguen haciendo, sobre el disco físico, el vinilo reingresó en el mercado y el viejo casete se convirtió en un arma de difusión del indie de lo indie.

Y ahí van, de una punta a la otra del recorrido, los escoceses Belle and Sebastian, tratando de mantenerse en el radar de sus viejos seguidores y de despertar nuevos oídos a su propuesta, en base a su clásica nada misteriosa estrategia de grabar buenas canciones, y también de generar algún tipo de ruido con el modo de lanzamient­o de sus más recientes creaciones.

“En estos días, cuando sale un LP, es un poco decepciona­nte. Segurament­e podemos utilizar nuestras cabezas y hacer algo que sea un poco más interesant­e que podría despertar cierto interés”, dijo el líder de la banda, Stuart Murdoch, en la previa de la realizació­n de How to Solve Our Human Problems.

Finalmente, el álbum fue lanzado en tres etapas, entre diciembre y la semana pasada, con cinco canciones por bloque, editadas en formato digital y en vinilo, pero no en CD.

Ahora, con el combo completo, hay que admitir que lo nuevo de Belle and Sebastian merece atención no sólo por la manera en que fue publicado, sino también porque ofrece un buen número de canciones que sostienen la actualidad de la banda en un buen nivel.

De mayor a menor, Everything Is Now (Part Two), es una deliciosa bala- da folk cuya intensidad crece a medida que unas cuerdas a la ELO conviven en perfecta armonía con los arreglos vocales que respaldan la voz de Murdoch.

En sintonía similar, I’ll Be Your Pilot (del segundo EP) es una especie de amable caricia, que contrasta con el beat electrónic­o de We Were Beautiful, relato de los tiempos en los que eran “hermosos, antes de ser sabios”, que se desliza sobre un pedal steel que ablanda la rigidez rítmica, hasta que estalla en un enérgico estribillo.

El pedal steel vuelve a tener protagonis­mo en la por momento hippie Too Many Tears, que bien podría ser parte de la banda sonora de alguna Hair del siglo XXI. Y también en la bellísima There Is an Everlastin­g Song. “Hay una canción eterna sobre mis labios/Depserté temprano, así que no dejaré que se escurra”, canta Murdoch, en una sucesión de versos llenos de imágenes.

Tan llena como lo está Fickle Season, una canción en medio tempo en la que la voz de Sarah Martin se hace protagooni­sta, del mismo modo que la de la invitada Carla Easton lo hace en Best Friends, un tema que parece rescatado de algún álbum de los tempranos ‘70, con cuerdas que se expanden hasta extinguirs­e en el final de un combo que tiene en la sesentista Show Me the Sun y en intrascend­ente Cornflakes sus puntos más débiles.

Aún así, no lo suficiente­mente dañinos como para empañar la buena performanc­e de una banda que vive sus 20 con ganas de más. ■

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Un placebo. B&S no resuelve los problemas, pero los hace más llevaderos.

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