El difícil arte de la canción
El violinista, compositor y director Ramiro Gallo es uno de los músicos más talentosos de su generación. También de los más inquietos. Renovó el paisaje del tango, incursionó con brillo en el folclore, transitó por la suite y formas varias, y ahora acaba de internarse en el mundo de la canción.
El vuelco es completo: si Gallo las venía escribiendo un poco a cuentagotas, su flamante álbum Lo que muere, renace (Sony Music), está hecho exclusivamente de canciones: trece de su autoría, más una de su padre, Enrique Gallo, todas en la voz de Roma Ramírez.
Las canciones suelen ser consideradas formas simples, pero en ciertos casos o géneros resultan extremadamente complicadas. Hoy el tango (no así el folclore) es especialmente traicionero en este rubro, ya sea por un límite poético, ya sea por uno musical. Conviene señalar que Gallo concibe letras y músicas completamente al margen del tango lúmpen que se puso de moda en los últimos años.
Los de Gallo no son tangos caricaturescos, y tampoco son tangos muy estrictos, y a veces ni siquiera son tangos. Sólo una canción es el nombre de una de las composiciones de este disco, y acaso también un postulado general. De cualquier modo, deliberadamernte o no, tanto la retórica vocal como orquestal de Lo que muere, renace proviene de la matriz del tango. En Vuelvo a la verdad, la pieza de apertura, es muy evidente, pero también en muchas otras.
Quiza los mayores logros se producen cuando las formas rítmicas, vocales y orquestales del tango se diluyen un poco o se inclinan más a la milonga lenta, como en Un patio, o ingresan en territorios más ambiguos, como en Otoño, uno de los mejores momentos del álbum.
Una mención aparte merece el original arreglo para guitarra eléctrica y contrabajo del precioso valsecito Rimas sencillas. ■