Clarín

El aborto y el riesgo de otra grieta

- Ricardo Roa

Quedan pocas dudas, si es que subsiste alguna, de que la sorpresiva instalació­n del tema del aborto fue una movida política del Gobierno. Un modo de desviar la atención sobre el tiempo difícil que atraviesa y, de paso, correr al cristinism­o por izquierda.

El aborto es un tema profundo y delicadísi­mo y un trance muy amargo no querido por nadie. Está en juego la vida y las creencias religiosas y, por supuesto, el destino de la persona por nacer y de la que ha quedado embarazada a su pesar.

Es legal en casi todos los países desarrolla­dos. Aquí sigue penalizado salvo en casos de violación o de riesgo de vida de la embaraza- da. Está prohibido pero existe. Y en cantidad. El aborto inseguro pega sobre todo en los más pobres y es la principal causa de muerte materna también entre los más pobres.

Dicen que en la Argentina se hacen entre 500 y 600 mil al año, seis veces más que en España. Que son miles las internacio­nes por complicaci­ones y que es la causa de entre 50 y 150 muertes también al año.

Cualquiera sea la posición de uno, es obvio entonces que tenemos un problema. Que lo tenemos hace muchísimo tiempo y que es grave. Esta debiera ser una oportunida­d para empezar a resolverlo.

La discusión de siempre pasa por si un aborto es o no es equiparabl­e a quitar una vida. Los antiaborti­stas dicen sin vueltas o casi sin vueltas que abortar es matar. Y que hay que proteger la vida desde su concepción. Ven el aborto como un asunto penal. Muchos piensan que ahorra otra penalidad: la de traer al mundo a alguien que ni siquiera es querido por sus propios padres.

Si aceptar la discusión del tema es una posición moderada, la Iglesia salió con una posi- ción moderada. No así monseñor Héctor Aguer, el arzobispo de La Plata. Salió con la sotana de punta. Dijo que Macri “no tiene principios morales” y que ni siquiera “sabe hacerse bien la señal de la cruz”. Que se sepa lo que ha hecho Macri fue abrir el debate. Y más que eso: dijo que está en contra del aborto.

Lo mismo dicen otras figuras clave del gobierno: la vicepresid­ente Michetti, la gobernador­a Vidal y el presidente de la cámara de Senadores Pinedo. También el ex ministro Bullrich. Sostiene que “entregar vidas humanas para resolver problemas es resignarno­s a que no podemos encontrar otras soluciones”.

Nada parecido a lo que piensan los ministros de Ciencia, Barañao y de Salud, Rubinstein. Barañao dice: ”Un embrión no es equiparabl­e a un ser humano”. Y “si bien la vida comienza con la concepción, las caracterís­ticas propias de una persona se adquieren a lo largo de la gestación”. Interrumpi­r un embarazo no significa asesinar a nadie.

Rubinstein aborda el problema desde otro lugar. Dice que los abortos no aumentan en los países donde es legal y que allí hay menos muertes maternas. Quien está a favor de la vida debería mirar esta evidencia.

En un punto, despenaliz­ar el aborto va en la misma línea de otras dos grandes transforma­ciones generadas desde la recuperaci­ón de la democracia: el divorcio y el matrimonio igualitari­o. Las dos fueron resistidas en su momento por los sectores más conservado­res y por la Iglesia.

Ahora le toca hablar al Congreso. Lo mejor sería que no hubiese sólo blancos y negros. Que no se forme una nueva grieta. Y que nadie intentara sacar rédito político de una cosa tan seria. Tienen una oportunida­d.

Si con una cuestión tan seria se hace politiquer­ía e hipocresía se añadirá una grieta a la grieta.

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