Tras la llegada del Ejército, en las favelas de Río impera “la ley del silencio”
Miedo. Los habitantes no quieren hablar con los militares por temor a represalias de las bandas de narcotraficantes.
Desde que el Ejército se hizo cargo de la lucha contra el narcotráfico en las calles de las favelas de Río de Janeiro, en los habitantes de estas empobrecidas comunidades impera el miedo y la “ley del silencio”. Nadie habla con los soldados por temor a represalias de los grupos delictivos. La mayoría sólo mira por las rendijas de las puertas o se asoman sigilosos a las ventanas.
Coreia y Vila Aliança, dos de las más violentas, son un ejemplo de esto. Esta semana se instalaron allí efectivos del Ejército para remover las barricadas y obstáculos que el narcotráfico puso en las calles para restringir la movilidad de los vehículos y solo permitir el paso en zig zag de sus motos.
La presencia de los soldados terminó de cerrar las bocas de sus moradores. Los militares están armados con fusiles, pero permanecen todo el tiempo con los pasamontañas que les cubren el rostro para evitar ser identificados.
Este operativo, que movilizó a unos 500 soldados, se enmarca dentro de las tareas que adelantan las Fuerzas Armadas en Río de Janeiro, luego de que el presidente Michel Temer decretara la inédita intervención de la seguridad en el estado más emblemático de Brasil, con lo que cedió el mando a lo militares por la ola de la violencia que azota a la región.
La población se siente intimidada ante la presencia de los soldados armados que comenzaron a invadir las calles con tanquetas, palas mecánicas y camiones del Ejército.
En esta comunidad, donde bandas criminales y del narcotráfico imponen su ley y generan violencia e inseguridad, la gente se mueve en calma, pero bajo una gran tensión. Hablan poco, observan mucho y los diálogos más frecuentes son los de sus miradas que llaman a la prudencia.
Pese a la presencia militar, la vida continúa como puede en las favelas. “Con o sin ellos la vida sigue igual”, señala una de las mujeres del lugar. “Pero es bueno que las autoridades vengan por acá”, agrega en voz baja.
Las frases son cortas, medidas. No es pare menos si se tiene en cuenta que minutos antes integrantes de bandas criminales de la zona habían visitado esa calle en sus motos y con radios de comunicación para inspeccionar discretamente el trabajo de los soldados.
Es a esos pistoleros a los que temen los moradores de las favelas porque, como ellos saben, no les tiembla la mano para “sacar del camino” a los que consideran “soplones”. “Lo mejor es permanecer en casa y no hablar con nadie, para que luego no te pasen factura”, apunta uno de los habitantes de Coreia. Nadie da su nombre, algo que ya es regla.
Pese a ello, hay un número importante de habitantes que no esconden su alegría por la presencia del Ejército. “Es bueno que estén por acá, uno se siente más seguro. Ojalá acaben con tanta delincuencia”, dijo uno de ellos, resumiendo la opinión del grupo que miraba la remoción de los escombros.
Esta vez los militares se limitaron a su tarea. No hablaron con la comunidad, no pidieron documentos y dejaron a la prensa circular sin problema. Parece que escucharon la advertencia que hizo la Defensoría Pública dos días atrás cuando en otro operativo, que también se realizó en esta favela y en otras dos vecinas, los soldados hasta tomaron fotografías de los moradores y sus documentos para verificar antecedentes judiciales. Un hecho que para el Ministerio Público fue “una grave violación de los derechos a la intimidad y la libertad de movimiento.”
Después de una mañana entera de trabajo, donde recogieron barriles llenos de cemento y arena, llantas y escombros, los miembros del Ejército abandonaron la comunidad. En Coreia, la “ley del silencio” se mantenía con fuerza. ■
“Lo mejor es permanecer en casa y no hablar con nadie, para que no te pasen factura”.