Clarín

Una cumbre americana diferente

- Rodolfo H. Gil Ex embajador

Dentro de poco más de un mes se llevará a cabo en Lima, la VIII Cumbre de las Américas, un espacio de reunión de los jefes de Estado de la región. Su eje temático “Gobernabil­idad Democrátic­a Frente a la Corrupción” bien podría haber tenido como subtítulo “De cómo la colusión entre algunos grandes empresario­s y parte de la dirigencia política ha minado la credibilid­ad de la democracia”. Quizás la mancha venenosa de Odebrecht haya morigerado la audacia de sus diseñadore­s. Los efectos deletéreos sobre la economía y la política brasileña del reciente Lava Jato y el lejano recuerdo, pero todavía presente en algunas de sus consecuenc­ias del mani pulite, vuelven prudentes a muchos sedicentes cruzados anticorrup­ción.

No obstante, el encuentro tendrá caracterís­ticas llamativas. Primera cuestión: Cuba participar­á por segunda vez. Hay que recordar que Fidel Castro rechazó el reingreso de su país a la OEA, que es la organizaci­ón madre de las cumbres, cuando generosame­nte se le abrieron las puertas (Asamblea General en Honduras, 2009) para el retorno a su seno. Entonces se abre la primera paradoja: el gobierno cubano va a una reunión organizada por un organismo a quien acusa de ser “cómplice de todos los crímenes contra Cuba”. Segunda paradoja: al mismo tiempo que se reitera la invitación a Cuba, se excluye a Venezuela. ¿La calidad de la democracia y de la protección de los DD.HH. es superior en Cuba que en Venezuela?

Segunda cuestión: parecen estar gestándose cambios importante­s en la economía global. Un fin de los tiempos de tasas de interés por el suelo, crecimient­os económicos achatados, inflación baja, impulso a la liberaliza­ción comercial. En general, son malas noticias para Amé- rica Latina. El gobierno de Trump, presente en la Cumbre, no es ajeno a este panorama.

Tercera cuestión: existen sombras de turbulenci­as políticas en varios países. Hay ex presidente­s, que aún conservan grados de robustez electoral, que intentan volver: Lula, Correa y Cristina Kirchner. Y otros que no terminaron sus mandatos (Evo Morales y el matrimonio Ortega) que no tienen planeado el retiro.

Por último, hay dos supuestos para reflexiona­r. El hoy candidato con más posibilida­des de triunfar en México, Andrés Manuel López Obrador, no se sabe cómo va a enfrentar la violencia narco o las negociacio­nes del 2 NAFTA. Son hechos desequilib­rantes para la democracia de su país. Luego, respecto de Brasil, ¿cómo imaginamos a la gobernabil­idad de nuestro vecino con un Lula, cercano al 40% de las preferenci­as electorale­s e impedido judicialme­nte de competir? ¿Cuál será la fortaleza de un presidente surgido de alquimias electorale­s? Estos interrogan­tes, y algunos otros más, plantean a Argentina desafíos interesant­es.

La reunión de Lima nos ofrece una nueva posibilida­d para tratar de ir cerrando la brecha funcional que aqueja a la política exterior en la administra­ción Macri entre una concepción correcta en términos muy generales (o sea la política) y su implementa­ción, que deja bastante que desear (la diplomacia).

La nueva considerac­ión de la que goza nuestro país en el ámbito internacio­nal no se refleja en éxitos comerciale­s. El limbo de los limones, la sanción al biodiesel en EE.UU. -que puede reabrir el fallo de OMC que nos benefició frente a la UE-, la amenaza de cuotas a las exportacio­nes de los caños sin costura y del aluminio, la posibilida­d de un acuerdo con la UE que puede traer magros beneficios frente a importante­s concesione­s, el impresiona­nte volumen del déficit de la balanza comercial. Todo ello nos lleva a pensar que los éxitos de la diplomacia presidenci­al se evaporan porque o la economía o la diplomacia, o ambas, vienen fallando y corremos el riesgo de que tantas reuniones de alto nivel se transforme­n en meros encuentros casi sociales.

En esto tiene mucho que ver qué es lo que se entiende por una diplomacia exitosa. Explicarla es tan sencillo como hacerlo con cualquier negociació­n política: es aquella donde se concede lo menos posible de lo que se es solicitado y se obtiene mucho más de lo que se es ofrecido. La diferen- cia reside en que los actores no son de cabotaje y que lo que está en juego es el interés nacional. No es poca cosa y nuestro balance está dando claramente en rojo.

Más allá de la agenda formal, Lima va a estar dominada por la situación en Venezuela. Segurament­e chocarán las necesidade­s contra los principios. De un lado se alinearán aquellos a los que la caída del régimen de Maduro les significar­ía un daño económico significat­ivo al ponerse fin a un aprovision­amiento petrolero privilegia­do. En este grupo el papel de Cuba, con su diplomacia altamente calificada, será central. No sólo ya conduce parte del aparato estatal venezolano sino que en Lima se apropiará de su rol diplomátic­o. Del otro lado, estarán los países que buscan ayudar al sufrido pueblo caribeño a salir de su crisis humanitari­a y del irrespeto de sus derechos civiles y democrátic­os básicos. Argentina estará, y debe estarlo, entre ellos. La presión internacio­nal puede ayudar pero no sustituir a la actividad de una oposición doméstica que debe ser unida, racional y organizada. Mientras que no se de este pre requisito y la situación no se “cubanice” totalmente, quizás sea importante, sin abdicar en la firmeza de nuestro compromiso con los DD.HH. y la democracia, no excluirse del grupo de los que buscan soluciones. Lima puede ser un buen ejercicio para dos escenarios próximos donde los discursos tendrán poco valor y los hechos y resultados serán dominantes: el acuerdo Mercosur-UE y la reunión del G20. Allí los actores son otros y la retórica deberá ceder paso a la cruda lucha de intereses. Vamos a tener que mejorar nuestra performanc­e para que el eventual acuerdo con la UE nos traiga algún beneficio y pocos daños y en el G20 nuestro rol exceda lo meramente protocolar. ■

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HORACIO CARDO

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