Clarín

Un fanático de Alfonsín, Godoy Cruz y el cabernet

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Alfredo Cornejo se crió en pleno Valle de Uco, al pide de la Cordillera, donde saca patente el mejor malbec. Sin embargo, su vino favorito es el cabernet sauvignon. Se declara admirador de Raúl Alfonsín, pero tuvo trato íntimo con Néstor Kirchner y Alberto Fernández para el armado de la Concertaci­ón que llevó a Julio Cobos a la Vicepresid­encia. Y aunque en 2015 acató la orden de su partido de encolumnar­se detrás de Mauricio Macri, en Mendoza consiguió sumar también a Sergio Massa para asegurarse la Gobernació­n al frente de una fórmula radical pura.

Está a la vista que el gobernador del quinto distrito del país es capaz de caminar por el filo de lo políticame­nte correcto para armar la hoja de ruta de sus placeres o de sus objetivos políticos. Futbolero de alma, tal vez sólo en su pasión por Godoy Cruz - va a ver al “Tomba” cada vez que juega de local-, se le pueda descubrir una conducta lineal. Cuando juega con sus amigos va al medio, de armador. “Corro poco”, confiesa.

Aunque se define como un “nacido y criado” en la política, descree de la rosca como factor para acumular poder. Prefiere el “prestigio” de la gestión. En eso busca diferencia­rse de sus referentes en la Junta Coordinado­ra, Federico Storani y Luis “Changui” Cáceres, quienes ahora lo corren desde el ala crítica a la relación con el Gobierno. Sin embargo, llegó a la jefatura del Comité Nacional de la UCR por descarte. Nadie se animaba a agarrar el cargo, hasta que surgió un candidato muy cercano a la Casa Rosada, el tucumano José Cano. El ala crítica lo vetó y Cornejo surgió como figura de consenso, insospecha­da de entregarse mansamente al PRO, pese a su relación de tuteo con el Presidente: venía de torcerle el brazo al Gobierno por el impuesto al vino y en la entrega de un bono a las provincias a cambio del Pacto Fiscal.

De las mil anécdotas que acumuló en su carrera, la más pintoresca es la de su decisión de hacerse radical. Fue luego de recibir la baja en el servicio militar el 20 de marzo de 1982, el día que cumplía 20 años. Cuenta que la toma de Malvinas lo colocó en contra de la corriente de entusiasmo de la mayoría de la población, porque se daba cuenta de la falta de preparació­n de los soldados que recién entraban a la colimba. Y leyendo los diarios vio que Alfonsín era uno de los pocos políticos que rechazaba la guerra. Sin saber que era un dirigente radical se contactó con un farmacéuti­co de La Consulta, un pueblo cercano, porque se enteró que conocía al futuro presidente. Y lo llevaron a hablar al pueblo. Ahora se arrepiente de haberle recriminad­o la Ley de Punto Final cuando fue a verlo, más adelante, con una comitiva de la Franja Morada.

Fiel a las tradicione­s mendocinas, veranea en la costa chilena. Suele ir a Viña del Mar y no le huye al agua fría del Pacífico. Asegura que las vacaciones es de las pocos momentos en que puede compartir a pleno con su esposa. Y que le debe más salidas al cine, uno de los gustos en el que coinciden. Para compensar, se quedan mirando hasta tarde series en Netflix.

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