Luego de la desolación, una solución
El hambre o la guerra, dos tragedias humanas que han impulsado los éxodos de la humanidad. Un destierro que salva la vida pero que entraña uno de los mayores desgarramientos emocionales, el exilio. El episodio más dramático reconocido históricamente, la Segunda Guerra Mundial, expulsó a millones de personas de sus países y, a la vez, impulsó la bella utopía de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que en su artículo 14 consagra que toda persona tiene derecho a buscar asilo, y a disfrutar de él, en cualquier país (protección que, por supuesto, no puede ser invocada por quien cometió delitos comunes). A diferencia de otros derechos que protegen la dignidad e integridad humanas, este artículo obliga a los países a recibir, o cuanto menos, a no deportar.
Como sucedió con muchos compatriotas que debieron exiliarse después del golpe militar de 1976, nuestro país honró siempre su tradición de acoger a los que huían. A la vez se benefició de esa inmigración que hoy nos identifica.
Detrás de una desolación siempre hay una solución. No en el sentido utilitario sino como estímulo de la creatividad humana. Esto pienso cada vez que me topo con algún extranjero que en estos años eligió a nuestro país para refugiarse. Sobre todo las mujeres, que suelen mostrar mayor resistencia y resiliencia para sostener emocionalmente y laboralmente a la familia. Así sucede con la migración más reciente pero menos visible: la de los sirios. En general, profesionales de clase media que reciben ayuda del Estado y de la inmensa colectividad árabe instalada e integrada en Argentina.
Si bien los movimientos de refugiados tras la Segunda Guerra venían de Europa y, más tarde, de África, hoy estrenamos el éxodo de los venezolanos. Aun cuando todavía no engrosan las estadísticas, son visibles en el paisaje urbano, en especial mujeres jóvenes que distinguimos por su afabilidad en cafés y restaurantes. Muchas, profesionales. Todos viven el dolor del desarraigo, pero no se quejan. Un ejemplo para nuestra melancolía tanguera. La riqueza humana que aporta la diversidad cultural nos permite solidarizarnos con los venezolanos que sufren, sin las anteojeras del declamado ideologismo de la Patria Grande.