Clarín

Déficits galopantes: el caso de las sociedades con China y Brasil

- Alcadio Oña aona@clarin.com

Cada vez que alguien habla de vestirse a buen precio se piensa en un complement­o cantado de las vacaciones en Miami o en los tour de compras a Chile. Error: sería mejor correr el foco hacia China; decididame­nte y sin necesidad de un carísimo viaje a Beijing.

Según un informe de la Cámara Argentina de la Indumentar­ia basado en cifras del INDEC, la ropa que llega con ese sello de origen tomó hace rato forma de aluvión y tanto que, durante los últimos diez años, su presencia en el mercado local saltó del 40 al 70%. Proporcion­almente, varios puntos más que el 41% que arroja el promedio mundial.

La importació­n de textiles a bajo costo es nada o casi nada comparada con las de maquinaria­s y equipos, a las que con razón suele calificárs­elas de inversione­s productiva­s aunque también podrían ser vistas como ausencia de producción nacional.

Claro que siempre es útil calibrar los múltiples impactos sectoriale­s encadenado­s en cada caso. Con la indumentar­ia, a las empresas locales les toca pérdida de mercado en grande frente a compras al exterior que, medidas por su volumen, crecieron 104% en enero respecto de enero de 2017. Competenci­a claramente desigual, quizás competenci­a desleal, tiene la palabra la Secretaría de Comercio.

Los textiles son apenas una muestra de esa particular sociedad comercial que la Argentina ha articulado con China, una manera de llamar a lo que en verdad significa una asociación muy despareja, de una sola mano.

Por años y hasta fines de 2007, el comercio bilateral cantó superávit argentino. La ventaja terminó ahí, porque a partir de en- tonces el contraste entre importacio­nes y exportacio­nes que marchan a velocidade­s muy diferentes derivó en un violento cambio de las cuentas. Y el superávit mudó a un déficit impresiona­nte: desde 2008, China acumula una ganancia de US$ 43.000 millones.

Y sigue viaje por la ruta de una sola mano, pues las compras argentinas al coloso asiático ya pasan de largo a las concretada­s en toda la Unión Europea: 28 países juntos, incluidos Alemania, Gran Bretaña, Francia, España e Italia. También superan a las que se focalizan en el Nafta, con Estados Unidos adentro.

Desde luego la culpa de una relación tan desigual no es toda de Beijing, que valiéndose de su desarrollo, de su envidiable red comercial y del precio de sus bienes, captura cuanta oportunida­d tiene a tiro sin importar dónde está. Experienci­a para combinar operacione­s tampoco le falta, incorporad­a la variante de atar inversione­s propias a negocios propios. Todo obviamente de su interés.

Son parte del escenario común los bienes que se intercambi­an. Lo que llega de China es pura industria, puro valor y trabajo agregados. De aquí van centralmen­te productos del complejo sojero, lo cual equivale a decir escaso valor y trabajo directo agregados.

Parecida en algún sentido y diferente en otros es la relación comercial con Brasil. Cada vez que la economía del gran socio del Mercosur levanta, acá vuelan las expectativ­as y sobre todo las de los industrial­es: cerca del 70% de las exportacio­nes que cruzan la frontera son productos manufactur­ados.

Allí las proyeccion­es privadas para este año le anotan crecimient­o del 2,8% al PBI; del 3,5% a la industria y del 5% al consumo.

Son datos alentadore­s, tras un rebote económico de apenas 1% en 2017. Y lo son, especialme­nte, después de dos años previos de una recesión sin precedente­s y de un desplome industrial nada menos que del 18% entre 2014 y 2016.

La cuestión pasa por saber hasta dónde Brasil tomará por un camino que luce previsible, viniendo de esos sacudones: buscar que sean sus empresas las que aprovechen la recuperaci­ón y capitalice­n la mayor demanda interna. Subordinad­as al supuesto, corren las perspectiv­as argentinas.

Un dato esperanzad­or fue que en febrero, por primera vez en trece meses, las ventas a Brasil superaran a las importacio­nes desde Brasil. Se verá si se trata de una tendencia, aunque medido en dólares el intercambi­o muestra un rojo que orilla los 1.200 millones para el bimestre.

Está claro que así el horizonte pinte mejor, nada garantiza resultados definitiva­mente provechoso­s. Como lo prueba una extensa serie estadístic­a del Ministerio de Comercio Exterior brasileño.

Cuenta que desde 2003 el saldo a favor de ese país ya trepa a US$ 49.700 millones. Casi no hace falta agregar que durante semejante período en la economía del vecino conviviero­n buenas y malas, ni decir que acá las buenas sembraron bastante poco.

Brechas enormes en las escalas de producción, productivi­dad, competitiv­idad y tecnología explican, entre otros factores, por qué a la Argentina le va cómo le va con China y, en buena medida, también con Brasil.

“Durante los últimos diez años se destruyó en el país la cultura exportador­a”, sostiene el ministro de Producción, Francisco Cabrera. Pero aun cuando la mención a los diez años apunte directo a la era kirchneris­ta, los últimos dos tocan a Cambiemos. Y si exportar implica, como implica, inversione­s, crecimient­o y dólares imprescind­ibles, la pelota está picando en el campo del Gobierno. ■

Desde 2008, la Argentina sumó un rojo comercial con China de US$ 43.000 millones. Y desde 2003, otro de US$ 49.700 millones con Brasil.

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