La Triple A y los dos exilios de Nacha
“Tuve dos exilios por amenazas de la Triple A, que le hicieron especialmente a gente de la cultura. La primera me incluyó en una lista con Norman Brinski, Héctor Alterio, Horacio Guaraní y Luis Brandoni. Nos dieron 48 horas para irnos; me fui por un año y estuve en Perú, Méxicoy después volví porque me contaban que se habían calmado las cosas”, dice Nacha.
-Pero te volviste a ir.
Sí, porque fue todo lo contrario. Vivimos algo inenarrable, terrible; llegaron a extremos increíbles, como el atentado al teatro con una bomba.
-¿En qué teatro fue?
-Fue en el Estrellas, donde después estuvo el canal de Crónica, en Riobamba 280, durante la noche del reestreno de Las mil y una Nachas (diciembre de 1975). La noche anterior habían salido mal algunas cosas y estábamos atrasados quince minutos. La gente ya estaba en la planta baja, pero todavía no había subido a la sala, y ahí estalló la bomba, que mató a dos operarios e hirió a un montón de gente. Después mandaron un comunicado a los diarios donde me decían que si no me marchaba del país me iban a ejecutar en la calle. Me fui nueve años y volví recién a principios de 1984, con el gobierno de Alfonsín. pón, donde se me acercó una persona con una valijita y se presentó: era Benedetti. Por mi lado, era una lectora asidua de sus poemas; en especial los de oficina. Nos pusimos de acuerdo muy rápido, y de ese encuentro salieron 40 canciones y un disco, Nacha canta a Benedetti, del cual la dictadura quemó las matrices, y que volvimos a grabar con Benedetti en Cuba. Queríamos dejar ese testimonio.
-¿Hubo un giro en ese espectáculo, hacia un contenido menos politizado? -Siempre hice convivir lo que quería decir con la forma, y eso me trajo críticas de gente, que pretendía que para hacer ese material había que tener un aspecto especial. Se sobreestimaba la imagen. Había mucho estereotipo entre los artistas y eso me acarreó críticas. Recuerdo que en mi exilio a México me encontré con Atahualpa Yupanqui después de su concierto en el Bellas Artes. Vestía smoking, estaba solo con su guitarra, y tenía una energía que parecía un Dalai Lama. No necesitaba nada más. Él me decía que no me preocupara por esas críticas, que a él también se las hacían. Y recuerdo su frase: “No para parecer más gaucho me voy a afeitar con una espuela”.
-A tu regreso a la Argentina estrenaste “Aquí estoy”...
-Sí, La mejor que he hecho. La más perfecta, diría. Venía de haber trabajado en Broadway con Harold Prince, y al poco tiempo grabé Los patitos feos, que incluyo en el espectáculo que voy a hacer en La Trastienda. Está casi al final.
-Luego te volcaste al tango y al rock. ¿Cuál es tu balance sobre esa fusión? -Escuché a Bon Jovi, y me pregunté por qué no reunir ambos géneros, ya que tienen cosas en común; especialmente, su sinceridad y su aspereza. Así me decidí mezclar esos dos mundos, y aprendí que ser el primero no siempre es lo más adecuado; mejor es ser el segundo o el cuarto. Curiosamente, pensé que los tangueros iban a poner el grito en el cielo, pero no fue así; los prejuicios llegaron del lado del rock. No dejó de ser un experimento. Siempre traté de indagar por diferentes mundos musicales, y nunca sentí tantos prejuicios como en el rock. -¿Qué te dejó tu experiencia como jurado en el programa de Tinelli? -(Piensa) Es un ambiente surrealista; el show es una locura y no se puede creer lo que ocurre. Es interesante observar las conductas humanas, cómo se transforman, cómo actúan. El Bailando es un laboratorio de gente muy diferente. Es muy interesante. ■
Siempre intenté indagar por diferentes mundos musicales, y nunca sentí tantos prejuicios como en el rock.”