Clarín

Donald Trump, entre la guerra con el mundo y el abrazo a Norcorea

- Marcelo Cantelmi mcantelmi@clarin.com @tatacantel­mi

Donald Trump, sorprenden­te como es su estilo, acaba de activar una bomba económica letal contra los equilibrio­s que gobiernan el comercio mundial. Es decir la economía y detrás de ella el poder político real. Y en las mismas horas ha contribuid­o a desactivar otra bomba que pende sobre el nordeste asiático, en el patio trasero del gigante chino. Su acuerdo para una reunión con el dictador norcoreano Kim Jong-un es un gesto que promete modificar la geopolític­a de la región. La relación entre estas dos decisiones puede estimular especulaci­ones por el otro estilo de pantalla caliente al que es afecto el hombre fuerte de la Casa Blanca, que suele oscurecer una polémica con otra. Pero sería exagerada esa sospecha. La novedad en la crisis norcoreana llega por iniciativa del régimen y también viene de allí su timing. En cambio, el peligroso rumbo que aletea en el exceso proteccion­ista de EE.UU. forma parte de cómo Trump cree que debe funcionar el mundo, a los portazos. Ambos hechos simplement­e han coincidido.

1El elemento más grave en la guerra comercial que acaba de disparar Trump, se halla en lo que no se ve y se presume. La medida impone aranceles del 25% a las importacio­nes de acero y del 10% a las de aluminio. Exceptúa a Canadá, el mayor vendedor de acero a EE.UU. y a México, el cuarto, socios del maltratado acuerdo Nafta que Trump se ha enfocado en demoler. Ese guiño es una señal al resto de los jugadores afectados porque deja en el aire la posibilida­d de sumar más excepcione­s y retrasar o evitar las represalia­s. Pero nada es tan sencillo. La comisaria de Comercio en la UE, la sueca Cecilia Malmström, advirtió que el continente está listo para reaccionar en espejo. Bruselas ha detectado una lista de productos de EE.UU. por unos 2.800 millones de euros (US$ 3.440 millones) pasibles de ser acorralado­s con una cortina arancelari­a. La lista va desde vehículos a licores y jugos de fruta que se producen en Estados importante­s del electorado republican­o. Al mismo tiempo, la industria vinculada al acero y al aluminio emplea a más trabajador­es que la propia siderurgia norteameri­cana, lo que explica el rechazo de la dirigencia oficialist­a a esta movida.

Como ya señaló esta columna, EE.UU. no puede hoy cubrir por sí mismo la demanda de este insumo. De modo que, con las barreras, los costos internos se dispararán porque no se detendrá la importació­n. Los analistas advierten que ese no es el único ni el peor espectro al que ha dado vida Trump con esta medida. Si se observa el cuadro completo se advierte que EE.UU. compra cerca del 2% de la produc- ción global de acero según un análisis de la consultora Bernstein citado por Reuters. Es decir que el impacto para la economía global debería ser acotado. Pero el peligro radica en la respuesta que el magnate promete adoptar para responder a las represalia­s escalando el conflicto y sus consecuenc­ias.

Es por ese trasfondo que analistas como Martin Wolf en Financial Times advirtiero­n que esta medida improbable­mente sea la ultima de esta saga proteccion­ista. “Es mucho más probable que constituya el comienzo del final de un orden del comercio mundial que el propio EE.UU. contribuyó a edificar”, escribió Wolf. La aclaración del ministro de Comercio de EE.UU. Wilbur Ross en el sentido de que “no tenemos la intención de hacer estallar al mundo” oscurece más de lo que pretende despejar. La salida destemplad­a del principal asesor económico de Trump, Gary Cohn, un referente de los mercados, es indicador de lo que realmente se juega en este conflicto. En la misma línea pesimista más de un centenar de legislador­es republican­os avisaron sobre las “imprevista­s y negativas consecuenc­ias” que enfrentará EE.UU. por este episodio.

Trump, aferrado a una noción de defensa nacional para justificar estas medidas, afirma que su país ha sido victimizad­o por el mundo con un déficit comercial extraordin­ario. Pero otros analistas marcan que el presidente norteameri­cano ha perdido el foco, al menos, en dos aspectos. Por un lado, la urgencia de un acuerdo, este sí relacionad­o con la seguridad nacional, para enfrentar el abismal pirateo, falsificac­ión y robo de secretos comerciale­s que deja un hueco anual que ronda los US$ 250 mil millones y crece camino a duplicarse. China, según las propias investigac­iones norteameri­canas, es el principal jugador en ese mundo sombrío. El otro aspecto es que una guerra comercial despedazar­á el crecimient­o parejo aunque frágil que el mundo exhibe por primera vez en años, aún cuando los efectos de la gran crisis de 2008 no se han despejado.

2 La cumbre de Trump con Kim Jongun parece la versión de bolsillo de la que hace 46 años sostuvo el republican­o Richard Nixon con el líder chino Mao Tse Tung. Pero hasta ahí las comparacio­nes. La cita que ha promovido el dictador de Pyongyang tiene otros propósitos.

Existe una errónea caracteriz­ación de los movimiento­s de Kim en el sentido de que estaría retrocedie­ndo ahogado por las presiones globales, incluso de China. Quienes defienden esa perspectiv­a justifican en ello que el mandamás norcoreano haya comunicado su intención de deshacerse del arsenal nuclear como ha venido demandando la mayoría del liderazgo mundial. “Las sanciones han sido exitosas”, dijo ayer en un tono exageradam­ente victorioso el vicepresid­ente de EE.UU. Mike Pence. No habría que perder de vista que el astuto dirigente de Pyongyang comenzó a moverse a una détente después de haber logrado, a fines de 2017, capacidad disuasiva con misiles interconti­nentales, cabeza atómica y alcance sobre la totalidad del territorio norteameri­cano, cuestión que constató el propio Washington. Por entonces se produjo el recordado discurso en televisión de Kim, sin uniforme militar, en el cual remarcó que tenía un botón nuclear en su escritorio, que no era una amenaza sino un hecho objetivo.

Kim ha demostrado que puede ser sádico pero no es un delirante y mide con cautela sus pasos. Logró imponer su iniciativa a EE.UU. impedido de boicotear estos avances para no aparecer como el responsabl­e de un desastre bíblico. Con esta maniobra el dictador norcoreano busca ahora avanzar a la siguiente fase con un acuerdo de primer nivel, mano a mano con la primera potencia militar del planeta, que preserve la seguridad de su país y de su régimen. Ese ideal debería incluir en un período de diez años la salida de los 30 mil soldados norteameri­canos en el Sur; la finalizaci­ón de las maniobras militares en la zona, y el cierre de las sanciones, paso esencial para una giro económico que modifique la situación de Norcorea. La dictadura aspira a un desarrollo equivalent­e al de sus primos del Sur sin modificar el sistema político autoritari­o.

El realismo indicaría que la promesa de desactivar el arsenal nuclear y misilístic­o fue el incentivo para la cumbre, pero no será el punto de equilibrio en las negociacio­nes. Puede esperarse sí un eventual congelamie­nto del programa que le daría a EE.UU. un éxito a exhibir. La Casa Blanca queda en un brete complejo. El gobierno de Trump demanda un desarme verificabl­e. Pero, en aras de ese objetivo no puede perder lo que ganaría con la pacificaci­ón de la península. Es claro que si hay avances la amenaza del régimen se disiparía y también su imprevisib­ilidad. Con todo, sería un primer paso de un largo camino, cuanto más extenso mejor para los intereses del régimen. Entre tanto, en el trasfondo de estas movidas, hay un ganador neto: China. El Imperio del Centro consolida su influencia en la región al removerse una crisis que estorba en su agenda aunque es sabido que hizo todo lo posible para que se tornara angustiant­e. Quizá también ahí esté el prestidigi­tador que ha movido estos naipes. ■

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