Presidente de aquí a la eternidad
La Asamblea Nacional Popular consagró su mandato indefinido en China.
La Asamblea Nacional de China abolió ayer el límite impuesto hasta ahora a los mandatos presidenciales y dejó así la vía libre para que el presidente Xi Jinping pueda gobernar indefinidamente, en un mandato de por vida más allá del término previsto de 2023. La decisión del cuerpo -una suerte de Parlamento con 2.958 delegados- implica además que el líder de Beijing, de 64 años, será el primero de los gobernantes chinos en concentrar tanto poder como el fundador de la república comunista, Mao Zedong.
La Asamblea aprobó sin sorpresas la medida como parte de un paquete de reformas constitucionales. Sólo hubo dos votos en contra y tres abstenciones. La votación fue mucho más unánime que en otros procesos, si bien el Parlamento jamás ha rechazado a lo largo de su historia una propuesta de la cúpula. Sin embargo, la censura tuvo que aplicarse a fondo para cortar las críticas en Internet. Fueron bloqueados innumerables mensajes que incluían frases como “yo no lo apruebo” y “el sueño del emperador”.
Hasta ahora los mandatos presidenciales estaban limitados a dos períodos de cinco años. Para modificar esta regla se necesitaba una mayoría de dos tercios como la de ayer. Para cimentar el poder del presidente, la reforma aprobada implica asimismo que el llamado “Pensamiento de Xi Jinping sobre el Socialismo con Carácter Chino para una Nueva Era” quedará incluido en la Constitución, al mismo nivel que el de Mao (18931976). Por tanto, además de estudiarse en las escuelas la filosofía de Xi, cualquier crítica a su persona podría ser considerada anticonstitucional. Esta disposición puede dejar entrever un recrudecimiento de la represión contra los opositores al régimen, que podrían ser acusados de ataque a la Constitución simplemente por criticar el control del PC.
Desde que se pusiera al frente del Partido Comunista y del gobierno, a finales de 2012, y del Estado, a principios de 2013, Xi Jinping ha ido aumentando la autoridad del régimen.
Como heraldo del “gran renacimiento de la nación china”, busca encarnar frente a Occidente la revancha de una superpotencia moderna y respetada para 2050. Pero sin conceder a cambio libertades individuales. Una ley reprime severamente la disidencia en Internet y se han ordenado fuertes condenas contra defensores de los derechos humanos.
“Cuarenta y dos años más tarde, en la era de Internet y de la globalización económica, surge en China un nuevo Gran Líder, un nuevo tirano al estilo de Mao”, denunció ayer el disidente Hu Jia al ser consultado por AFP desde el sur del país, donde el régimen lo llevó de “vacaciones forzadas” durante la sesión de la Asamblea Nacional en Beijing.
“Xi Jinping dirige grandes obras, como la lucha anticorrupción... Había un consenso para darle tiempo para lograr su tarea”, dijo por su parte Dou Yanli, diputado de Shandong, en el este del país. “Para Occidente [este cambio] puede parecer un retroceso. Pero China se concentra en el objetivo final y en la forma de alcanzarlo”, insistió Li Peiling, diputado de Hubei, en el centro del territorio nacional.
Según prevé el politólogo Willy Lam, de la Universidad china de Hong Kong, tampoco ningún diputado se atreverá a votar contra Xi Jinping en la elección a su segundo mandato, que tendrá lugar el 25 de marzo. Pero podrían sufragar con menos entusiasmo al candidato a la vicepresidencia, que debería ser Wang Qishan, el “zar de la lucha contra la corrup-
ción” del primer mandato de Xi.
Muchos observadores consideran que la campaña anticorrupción es un medio para que Xi expulse a los opositores internos. Pero eso le hizo perder la simpatía de muchos directivos, lo que podría explicar por qué intenta permanecer en el poder el mayor tiempo posible, según Lam.
Con su voto, los delegados crearon además una poderosa comisión de vigilancia que de forma independiente a la Justicia amplía su control de los miembros del partido a todos los funcionarios estatales. El órgano puede iniciar procesos, detener a sospechosos, investigar y castigar. “Será una herramienta para garantizar el control político total, persiguiendo a los enemigos y amedrentando a potenciales adversarios”, dijo el experto en asuntos chinos Gordon Chang.
“El nuevo principio para gobernar el país es la fusión entre el partido y el Estado, en vez de su separación, como ocurría bajo Deng”, comentó a su vez Matthias Stepan, del Instituto Merics para China en Berlín. Incluso en los niveles más bajos deberán coincidir las posiciones de los secretarios del partido y de los funcionarios. “La lealtad y el seguimiento de la línea oficial serán en este caso los principales criterios para designar a quienes ocupen esos cargos”, señala Stepan. “Con ello aumentará el riesgo de desarrollos no deseados”.
Los críticos alertaron sobre la concentración del poder en Jinping, que podría convertirse en “presidente vitalicio”. Rodeado de seguidores que dicen a todo que sí, el “hombre fuerte” podría perder contacto con la realidad. “El líder centraliza el poder sobre el Ejército, el partido y el Gobierno -sin límite temporal”, señaló el ex vice jefe de la revista de la escuela del partido Deng Yuwen. “Nadie puede parar a este líder”, concluyó. ■