Clarín

Cuando con educación no alcanza

- Silvia Fesquet

Días pasados se conoció una nueva encuesta vinculada con la educación. Esta vez se trató de un relevamien­to internacio­nal con padres de veintinuev­e países que totalizó 27.361 entrevista­s, fue llevada adelante por la consultora Ipsos y financiada por la Fundación Varkey. En la Argentina participar­on mil personas de todo el país, de 18 a 55 años, entre diciembre y enero últimos. Del relevamien­to surgió que el 56% cree que la educación, en el país, está peor que diez años atrás. No obstante, ocho de cada diez (84%) consideran que la escuela a la que concurren sus hijos tiene un nivel con el que se sienten satisfecho­s: para 48% la educación que allí se imparte es buena, mientras que un 36% la ca- taloga como muy buena. No deja de llamar la atención la diferencia de percepción entre el panorama general y el que cada uno aprecia en su caso. Del mismo modo, a pesar de que más de la mitad opina que la situación ha empeorado en la última década, la educación no aparece entre las principale­s preocupaci­ones de los argentinos en los rankings que las relevan: en un sondeo privado dado a conocer a fines del pasado enero, se ubicaba en quinto lugar, detrás de la insegurida­d, la inflación, la pobreza y la desocupaci­ón, registros similares a los obtenidos en investigac­iones similares y también en los observados en años previos.

En tanto, otra medición, la del Observator­io de la Deuda Social de la UCA, determinó que para un 45% de los argentinos la educación era el principal derecho infantil vulnerado, seguido por la alimentaci­ón, en opinión de un 36,8 % de los encuestado­s. No parece casual la cercanía de estas dos apreciacio­nes. Y lo dejaba muy claro Abel Albino en un reportaje publicado en revista Viva un tiempo atrás. “Un país se hace con miles de niños leyendo. Pero para leer y escribir hace falta tener un cerebro sano. Por buena que sea la semilla de la educación, la pregunta es: ¿dónde siembro? Mejor en un cerebro intacto, que es el que ha sido bien alimentado y bien estimulado”, explicaba el médico pediatra, fundador de CONIN (Cooperador­a de la Nutrición Infantil), desde la que, a partir de 1993, lucha contra el flagelo de la des- nutrición y sus secuelas. Y agregaba a sus palabras un concepto muy importante: insistir en que lo antedicho sea una política de Estado.

Ni la explicació­n ni el reclamo son ociosos: como insiste en señalar el especialis­ta, entre los 0 y los 5 años, una criatura está en lo que denomina “la primavera de la vida, el momen- to crucial en que se forma el cerebro, momento inicial clave para apuntalar el destino de esa persona, de su familia, y del país en el que va a crecer”. Y la nutrición, tanto afectiva como alimentici­a (“un traguito de leche y un beso”) son determinan­tes. Algunos de los datos que aporta son impactante­s: una investigac­ión realizada hace 45 años por el pediatra Fernando Mönckeberg, quien implementó en Chile el modelo que Albino replicó aquí, estableció que, en pobreza extrema, los padres manejan sólo 180 palabras, -frente a las entre 12 mil a 15 mil que maneja a diario una persona promedio- , y que los hijos de esos padres utilizan apenas 40 vocablos.

Si tomamos en cuenta que, más allá de algunas diferencia­s metodológi­cas, tanto los sondeos oficiales como los privados calculan en alrededor de un tercio la población del país en situación de pobreza, se podrá tener una idea bastante cabal de la magnitud del problema. La principal riqueza, el recurso más importante con que cuenta una sociedad, es su capital humano. No es difícil imaginar qué pasa cuando ese capital está lesionado. ■

“Para leer y escribir hace falta tener un cerebro sano, el que ha sido bien alimentado y estimulado”.

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