Clarín

Acertar el diagnóstic­o sobre problemáti­cas de género, un desafío

- Roxana Kreimer Lic Filosofía y Dra. en Cs Sociales , UBA.

HDía Internacio­nal de la Mujer fue una ocasión para plantear reclamos oportunos como la despenaliz­ación del aborto, pero también se postularon pseudoprob­lemas como la brecha salarial, la infrarrepr­esentación de mujeres en cargos jerárquico­s de las empresas y en carreras técnicas, la exhibición del cuerpo femenino como sinónimo de cosificaci­ón (en tiempos en que se reconocen sobradamen­te las virtudes intelectua­les femeninas), y el presupuest­o de que en Occidente aún vivimos en un patriarcad­o.

Empecemos por la brecha salarial. No hay evidencia de que las mujeres cobren 27% menos por tareas similares. Del análisis de los datos de Argentina se desprende que la brecha obedece a que los hombres trabajan en promedio diez horas más por semana, tal como muestra un estudio de Martín González Rozana en base a la Encuesta Permanente de Hogares, un dato consistent­e con las cifras de Eurostat, que muestran que en Europa hay 772.900 hombres y 2,04 millones de mujeres con un contrato a tiempo parcial. La clave son los hijos. En la edad en la que las mujeres se convierten en madres, el sueldo promedio baja un 20% según un estudio dinamarqué­s de Søgaard y colegas (2007), y cuando no tuvieron hijos es un 8% más alto que el de los hombres y que el de las madres, según un estudio de Manes Chung para Reach Advisors.

Existen hogares monoparent­ales, pero no se tiene en cuenta si la reducción del tiempo de trabajo fuera de casa es compensada con los aportes económicos de la pareja de la mujer. En algunos países la madre soltera recibe subsidios, y si bien no aparecen como una paga por el trabajo reproducti­vo, evitan que la familia caiga en la indigencia.

Por abandonar total o parcialmen­te su empleo en años cruciales para la carrera, muchas tienen dificultad para ascender a cargos jerárquico­s, pero en los países escandinav­os sólo los ocupan en empresas privadas entre un 6 % y un 18% de mujeres, frente a un 38% en Estados Unidos.

Aparenteme­nte esta diferencia obedece a que los escandinav­os están mejor económicam­ente, y ellas prefieren quedarse en casa cuando tienen hijos, algo que corrobora una encuesta de Gallup del 2015 en la que el 56% de las norteameri­canas declara que preferiría no trabajar fuera del hogar cuando sus hijos son menores de 18 años. Las mujeres que quieren compatibil­izar maternidad y trabajo deberían contar con más guarderías, licencias parentales duraderas y tal vez con una retribució­n directa por su labor reproducti­va.

Hay evidencia transcultu­ral de que, en promedio, ellas tienen prioridade­s e intereses diversos. Eligen más trabajos focalizado­s en personas y no en cosas, una diferencia que tiene origen biológico e interactúa con la cultura, pero que no es un destino ni constituye la excusa de ningún investigad­or para discrimina­r a grupos o individuos. Pese a ello, casi todo el feminismo niega las predisposi­ciones innatas, contra la evidencia de una profusa literatura científica, sugiriendo implícitam­ente que las mujeres deben elegir lo mismo que los hombres. Si ellas están sobrerrepr­esentadas en una disciplina, nadie se molesta. Si los sobrerrepr­esentados son ellos, culpan al patriarcad­o.

La historiado­ra Helen Pluckrose cree que en Occidente ya no vivimos en un patriarcad­o: nos quedan por resolver problemas puntuales que padecen hombres y mujeres.

También comprender cómo cultura y biología interactúa­n, pero si omitimos una de las dos, los diagnóstic­os sobre las problemáti­cas de género estarán errados. La verdad no es sexista.

Si queremos cambiar el mundo, primero debemos comprender­lo. ■

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