Clarín

El Penal más largo del mundo

- Del editor Héctor Gambini

Si usted quiere matar a alguien rételo a un duelo. Nombre padrinos, cuente diez pasos y listo. Si lo consigue, la ley argentina lo castigará con un máximo de 4 años de prisión, la mitad del mínimo previsto para el homicidio. Esto está vigente ahora mismo en el Código Penal argentino. Eso sí, no les tire piedras a los tranvías en movimiento, porque podría terminar durmiendo en el calabozo. ¿Ya no hay tranvías? Qué suerte, porque esa pena también está vigente en el Código Penal.

El Penal más largo del mundo no es el cuento futbolero de Osvaldo Soriano sino el Código Penal argentino, promulgado en 1921. Ese año Charles Chaplin estrenaba su película El chico, Hitler se convertía en el líder del partido nazi alemán y en Buenos Aires nacía Astor Piazzola. El Código entró en vigencia al año siguiente, cuando gobernaba un presidente que ahora es una avenida (Alvear), Egipto se independiz­aba de Inglaterra y los arqueólogo­s hallaban la tumba de Tutankamón. Todo es historia, menos el Código Penal argentino. Pensado para duelos y tranvías, sigue regulando los castigos para los delitos que sufren los argentinos. Delitos que, en los últimos 35 años, crecieron diez veces más que la población.

En sus 97 años de vida, hubo 17 intentos para cambiarlo y más de 900 parches para actualizar­lo, pero el Penal más largo del mundo sigue ahí, vivito y coleando. Ahora un grupo de juristas que trabaja desde hace un año en el piso 11 del Ministerio de Justicia irá por el intento 18, ¿la decimoctav­a será la vencida?

El proyecto estará listo en mayo -¿quizá el 25?-, cuando el juez Mariano Borinsky, presidente de la comisión, lo presente al Gobierno. No habrá sorpresas, porque el ministro Garavano lo espera para sumarlo a su reforma procesal y penitencia­ria y los ministerio­s de Seguridad y de Desarrollo Social han arrimado sus opiniones: la seguridad va atada en parte a la situación social.

Otra parte es la amarga comprobaci­ón de que lo peor del delito trasnacion­al hace rato está entre nosotros: sólo este fin de semana hubo cinco cuerpos calcinados por venganzas entre bandas. Tres en Retiro -uno de ellos era un nene- y dos en Lanús. El nuevo Código Penal deberá ser flexible para bajar a esa realidad de la calle, y contemplar­la tanto como a los delitos informátic­os o deportivos que ni siquiera imaginaban en los tiempos en que hallaban a Tutankamón. Y darles a las víctimas un espacio negado desde hace un siglo.

Los juristas saben, sin embargo, que no basta escribir las cosas en un libro para solucionar­las. Los delitos no bajaron porque se hayan endurecido las penas durante la fiebre espasmódic­a del caso Blumberg, en uno de esos parches tan caracterís­ticos de nuestra indignació­n pendular. En algunas leyes especiales, aún rigen las multas en australes.

Pero sí hay espacio de sobra donde trabajar la letra de la ley para acotarla, cercarla, precisarla. Para este delito hay este castigo, muchachos. Y para el castigado esta pena, que se cumple de esta manera. Punto. Cerrar el margen para evitar que idéntico hecho tenga una pena y un cumplimien­to para unos jueces y otra pena con diferente cumplimien­to para otros. Parece fácil, pero es una tarea titánica. Por eso el policía Chocobar fue procesado en la misma secuencia donde otros jueces lo hubieran sobreseído. Por eso el nuevo Código prohibirá la libertad condiciona­l para reincident­es y condenados por delitos graves. ¿Qué? ¿Ahora quedan libres antes de tiempo? Adivine la respuesta. En la ley argentina, nada más difícil que hacer las cosas fáciles.

El Código Penal vigente en la Argentina es de 1921, cuando hallaron la tumba de Tutankamón.

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