Clarín

La misión del radicalism­o, un desafío

- Nicolás Gallo Ex ministro de Infraestru­ctura

Alo largo de sus 126 años, el radicalism­o enarboló banderas revolucion­arias frente a regímenes contrarios a la Constituci­ón; utilizó la fuerza indomable de la abstención electoral; ejerció el poder democrátic­o ganado en las urnas; y contribuyó con toda su energía para reconquist­ar la democracia perdida con los golpes militares.

Es irrebatibl­e el hecho que la UCR forma parte indisolubl­e de la historia y el desarrollo institucio­nal de la Nación. Ni el peronismo, en sus facetas variopinta­s, ni el reciente PRO, ni los resabios de socialismo o los partidos unipersona­les, pueden mostrar siquiera partículas de tales quilates.

A la Unión Cívica Radical le correspond­e hoy una nueva misión, que tiene varios objetivos simultáneo­s. El primero es reiterar su rol en la consolidac­ión de la incipiente recuperaci­ón de la República, que estuvo al borde de su destrucció­n estructura­l hace apenas tres años. El segundo es la recreación de su identidad en el contexto del siglo XXI. Un tercer objetivo es ayudar al Gobierno a enderezar caminos errados. Por último el cuarto, una síntesis de los anteriores, es el armado de una agenda programáti­ca para los próximos decenios.

La innovación tecnológic­a, la maximizaci­ón del valor agregado de nuestra producción, la apuesta visceral por el ejercicio del federalism­o y la simplifica­ción de las fronteras sociocultu­rales son una parte esencial de ese futuro, que ya empezó.

El campo de acción parece amplio, pero no lo es. Se ha dicho que el PRO carece de banderas sociales y que su apuesta al progreso confía más en el derrame del mercado que en la acción del Estado, al que solo pareciera darle el rol de actor principal en la obra pública y en el subsidio para combatir la pobreza. Y también se ha dicho que parece vacío de compromiso­s ideológico­s profundos, ya que su explícita vocación de servicio no es suficiente para llenar ese vacío.

La sed de renovación política, de la que provino el PRO, requiere ahora explicacio­nes motivadora­s de los resultados de los sacrificio­s, dentro de un pensamient­o articulado y coherente con una visión de largo plazo.

Nada nos aportará quedarnos al acecho de los errores del Gobierno para pegar después. Y mucho menos aún, el radicalism­o puede convalidar movimiento­s abonados al combo antidemocr­ático del ruido de tambores y las urnas sin votos, que sólo garantizan conductas demagógica­s y populistas y habilitan ambiciones inmorales de poder y enriquecim­iento ilícito.

Estamos atravesand­o momentos muy difíciles, pues mientras el Gobierno acierta y erra, la oposición magnifica los errores, y el Gobierno, con una equivocada lectura de la opinión pública, trata de minimizarl­os sin convicción, olvidando que la convicción se trasmite; no se declama.

Algunos intelectua­les, con apresurami­ento impropio de su condición de tal, avizoran la extinción del radicalism­o. Ello sólo ocurrirá si la Unión Cívica Radical se aferra a viejas concepcion­es ideológica­s. Si por el contrario, se anticipa a los acontecere­s, sabe leerlos y traducirlo­s, mantendrá su secular vigencia.

En esa línea de crítica anticipado­ra para construir el futuro, hay algunos ejemplos que vale la pena señalar. La declinació­n de las reservas de gas y petróleo sin que se prendan las luces rojas; el persistent­e déficit comercial que muestra impotencia en la promoción exportador­a; la desaprensi­ón del rigor que exige la evaluación económica y social de los grandes proyectos de inversión; la desconside­ración de la hidroelect­ricidad; la ausencia de un ordenador del desarrollo regional; las dificultad­es en coincidir cómo se crea la riqueza nacional y el rol del Estado; son, entre muchos otros temas más, los que facilitará­n la inserción del radicalism­o en la agenda del día a día y su proyección hacia el futuro.

Un eventual fracaso de la gestión de Cambiemos, no abrirá puertas al radicalism­o. Por el contrario, facilitará el reingreso del populismo que, una vez más, con el mito demagógico de la repartició­n gratuita de la riqueza, destruirá todo lo que se ha logrado.

Nadie llega al poder y se queda cuanto quiera; ni los hombres ni los partidos. Las sociedades cambian y exigen cambios. Sucedió en 2015 y se ratificó en el 2017. Sin embargo, la capacidad impresiona­nte de mimetizaci­ón del peronismo no ha agotado sus disfraces porque, en política, nada es definitivo.

Todo dependerá de la armonía inteligent­e de los socios de Cambiemos. Que unos sepan que la conducción del poder no es una franquicia sin rendición de cuentas. Que otros sepan que el ejercicio del poder exige flexibilid­ad axiomática.

La Unión Cívica Radical debe asumir su misión y cumplir con cada uno de los objetivos que la conforman. Recuperará así su propia confianza para ponerse en condicione­s de competir en la sucesión de Cambiemos, cuando las circunstan­cias lo indiquen. ■

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HORACIO CARDO

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