Clarín

Planes sociales a cambio de estudios, para recuperar la dignidad

- Academia Nacional de Educación y Vicerrecto­r de la Universida­d del CEMA Edgardo Zablotsky

En abril de 2015 publiqué en este mismo espacio una nota titulada “Planes sociales: para qué sirvieron”. El texto se fundaba en los 8 millones de personas que recibían algún tipo de plan social. Fue seguido por otra nota, de agosto de 2016: “Reinserció­n en la sociedad productiva”. En ambas columnas resalté que muchos beneficiar­ios de los planes no habían terminado su educación obligatori­a, y propuse exigirles que concurran a una escuela de adultos o a un programa de entrenamie­nto profesiona­l como requisito para cobrar su asignación. ¿Cuántos menos ciudadanos dependería­n hoy de la ayuda del Gobierno si se hubiese implementa­do dicha propuesta?

Pero miremos la copa media llena. Según reporta Clarín, “tras dos años de evaluación, el Gobierno prepara un cambio radical en la política de planes sociales que heredó del kirchneris­mo”. En la nueva estrategia, “a los fines de permanecer en el programa, los beneficiar­ios deberán acreditar que se han inscripto y se encuentran cursando la educa- ción formal obligatori­a”. Una alta fuente del Gobierno explicó que “la idea es empoderar a las personas, garantizan­do en principio que concluyan sus estudios y, luego, que se capaciten a través de cursos y prácticas para tener más chances de insertarse en el mercado laboral”.

La política anunciada no puede ser más adecuada. Por ejemplo, es todo consistent­e con el pensamient­o de Juan Pablo II, quien en una alocución de 1987 sostuvo que “el trabajo estable y justamente remunerado posee, más que ningún otro subsidio, la posibilida­d intrínseca de revertir aquel proceso circular que habéis llamado repetición de la pobreza y de la marginalid­ad”.

¿Cómo reinsertar a los beneficiar­ios de los planes en la sociedad? El mismo Juan Pablo lo sugiere en aquella exposición al advertir que “esta posibilida­d se realiza sólo si el trabajador alcanza cierto grado de educación, cultura y capacitaci­ón laboral, y tiene la oportunida­d de dársela a sus hijos”.

Hemos perdido más de 15 años desde aquel lejano 2001, millones de beneficiar­ios de planes no cuentan hoy con mayor capital humano que en ese entonces. Exigir que todo beneficiar­io concurra a una escuela de adultos con el fin de completar su educación formal, como requisito para hacerse acreedor al subsidio, facilitará su reinserció­n en la sociedad productiva. ¿Cuántos menos argentinos dependerán del apoyo del Estado de aquí a cinco años? ¿Cuántos más gozarán de ese sentimient­o de dignidad que sólo confiere el llevar a la mesa familiar el pan obtenido como fruto de su trabajo?

La iniciativa del Gobierno merece todo el apoyo. Sus resultados sólo se percibirán en el largo plazo. Mauricio Macri acepta pagar hoy el costo político que necesariam­ente se generará en el corto plazo, en virtud de mejorar la calidad de vida de miles de argentinos de una manera impensable. De continuar el Gobierno en esta senda, la iniciativa se habrá de convertir en un punto de inflexión de su gestión, lo cual habilita a mirar el futuro con mucho mayor optimismo. ■

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