ADIÓS A GIVENCHY
El francés tenía 91 años. Vistió a Jackie Kennedy y tuvo una especial relación con Audrey Hepburn, su musa.
Gran figura de la alta costura del siglo XX, murió a los 91 años. Tuvo a Audrey Hepburn como su musa.
Murió el príncipe de la armonía de la moda. Hubert de Givenchy, conde francés, aristócrata refinado y una de las grandes figuras de la alta costura del siglo XX, murió el sábado, a los 91 años. Su pareja lo anunció ayer, en un comunicado en París.
“Es con infinita tristeza que el señor Philippe Venet informa el fallecimiento del señor Hubert Taffin de Givenchy, su compañero y amigo. El señor Givenchy se apagó en su sueño el sábado 10 de marzo del 2018. Sus sobrinos y sobrinas y sus hijos comparten su dolor”, escribió. Un comunicado tan sobrio para informar la muerte de uno de los grandes diseñadores franceses. No quiso flores en su funeral, sino una donación a Unicef en su memoria.
“El eterno aprendiz”, como le gustaba definirse, había presentado su última colección en el Gran Hotel de París, en 1995. Lo cerró con un homenaje a sus 80 obreras y bordadoras, con blusas de lino blanco. Una inmensa emoción para este gran trabajador, que llegaba al atelier a las siete de la mañana, se enfundaba en su guardapolvo blanco y trabajaba codo a codo con ellas, durante 43 años de su vida.
“Dejaré de hacer vestidos, pero no de descubrir. La vida es como un libro. Hay que saber dar vuelta la página”, dijo en su adiós a la moda.
Otro tiempo, otra estética, otra clase de clientes para este conde nacido en Beauvais, a 70 kilometros de París. El no creía en esos “bulldozer industriales”, que avanzaban su sector y lo compraban por millones de dólares para un nuevo público, listo para pagar. Los nuevos ricos, los millonarios de Arabia Saudita, de Medio Oriente, del Líbano y, ahora, de China y Rusia. Vendió su maison a LVMH, el poderoso grupo francés. Nunca entendió a los diseñadores que eligieron para reemplazarlo: John Galliano, Alexander Mc Queen, Julian Mc Donald y Riccardo Tisci.
Sólo cuando llegó la británica Clare Waight Keller como directora artística, algo comenzó a cambiar en la relación entre él y su vieja maison. Lo encontró en el 2017 y lo fue a visitar a su casa. El desfile siguiente fue un homenaje al “Señor”, como lo llamaban en la casa. Su musa preferida fue la bella Audrey Hepburn, esa perdida armonía. Ese secreto que le enseñó su gran maestro: Balenciaga. “Ni mucho ni poco”. Precisión de cirujano fue la lección que él recogió. Como en el arte, le dijo que “una línea o un vestido absolutamente simple, ésa es la alta costura”.
Givenchy liberó a la mujer del corset de posguerra, creó una silueta fluida, perfecta, como la de Audrey Hepburn y su vestido negro de la película Desayuno en Tiffany's. Leyenda del buen gusto, con sombreros perfectos y sublimes pamelas.
Audrey Hepburn lo inspiró. Su refinamiento coincidió. Así creó en ella el estilo Givenchy, con el que consiguió el 70% de su clientela. La capelina y los anteojos negros o el vestido de organdí negro y blanco, bordado de flores del film Sabrina, se convirtieron en íconos, y en millones. Es ella la que inspiró su primer perfume: L´Interdit.
“Era como un matrimonio”, definió Givenchy su relación con la actriz. “Nunca hubo críticas, diferencias -explicó-. Siempre respeté el gusto de Audrey. Ella no era como las otras estrellas. Le gustaban las cosas simples”.
En el prêt-à-porter, Givenchy creó una combinación histórica: una línea de blusa, pollera, saco y pantalón, que cada una de sus clientas podía usar según su humor en la casa Schiaparelli.
Su padre creativo fue el maestro español Balenciaga, a quien cruzó en Nueva York en 1953. La amistad fue profunda. Balenciaga recomendaba a las mujeres visitar a Givenchy. Se volvieron inseparables.
Y las clientas se trasformaron en sus amigas. Esas mujeres ricas, extravagantes, generalmente con vidas complicadas, fueron sus cómplices, sus compañeras de fiestas en noches inolvidables. Givenchy se convirtió en confidente, en el compañero de aventuras, y en un hombro para escuchar y callar.
La duquesa de Windsor, Hèlene Rochas, Lauren Bacall, la boliviana princesa del estaño Beatriz Patiño, la princesa Grace Kelly, Jackie Kennedy Onassis, la condesa de Bismarck eran parte de su larga lista de clientes y amigas. Hasta tenía reservada una habitación en sus castillos para atenderlas.
Soltero, sin herederos, convirtió a la Haute couture en su hija única. Con sus dos metros de altura y una madre que inculcó en él la elegancia y el refinamiento, el sueño de Givenchy no sólo fue vestir a los más poderosos. “Yo nunca quise una maison de alta costura. Mi sueño fue crear una boutique, donde las mujeres puedan vestirse con imaginación y simplicidad. De vestidos fáciles de llevar, aún en viajes, realizados en materiales extraordinarios, pero poco costosos”, era su idea. Cuando vio la moda evolucionar a un público meramente millonario, quiso apartarse. “Tengo enorme interés en todo, pero simplemente estoy triste sobre cómo la moda va ahora”, describió en 2015.
Bernard Arnault, el millonario francés que compró la maison Givenchy por 45 millones de dólares, dijo a la hora de su muerte: “Tanto en las vestidos largos de prestigio como en los de día, Hubert Givenchy logró reunir dos cualidades raras: ser innovador y atemporal”. Este esteta, que amaba la botánica, el arte, los perros, los amigos y sus propiedades que gustaba decorar en París, en la playa, en el campo, ha muerto. Como Yves Saint Laurent y Christian Dior, tenía lo que él llamaba “el mejor oficio del mundo”. Su pena fue no haber encontrado un discípulo que siguiera sus pasos. ■