Clarín

Una lección de magnetismo pop

Más de 12 mil personas fueron testigos de la sensualida­d y el carisma de la estrella estadounid­ense.

- Especial para Clarín Ezequiel Ruiz

Desde una pantalla ovalada, un ojo celeste espiaba los movimiento­s del público. Cualquier paranoico diría que se trataba de simbología Illuminati, pero eso no preocupaba a los niños con sus padres que eran mayoría en el campo preferenci­al, el domingo a las 21 en el Club Ciudad, ni a los jóvenes adultos que aportaron color y calor en el campo común.

Millennial­s de un lado, centennial­s y "generación alpha" del otro: divisiones etarias aparte, todos querían que terminara el largo bache entre el show de Lali Espósito (cantó Boomerang y Tu novia, entre otras) y la aparición de Katy Perry.

Entonces, las luces se apagaron, el ojo se volvió galaxia, el humo ganó el cielo y de la pasarela central emergió Katy. Gafas azules espejadas, el pelo cortito y platinado, un mic dorado y con un ajustado traje al tono, hizo su ingreso triunfal con Witness para enseguida pegarle Roulette. Sobre el escenario, una típica banda de rock le cubría las espaldas, un acróbata estilo Cirque du Soleil tiraba piruetas y ocho bailarinas con corazones sobre sus cabezas completaba­n el cuadro, mientras en el aire se detonaban los primeros fuegos artificial­es y volaban corazoncit­os de papel. Desde el vamos, fue un show tan abundante y exagerado como el escote y las caderas de Katy. 100% pop.

"¿Están listos para tener el mejor domingo de su vida?", arengó, antes de que la escenograf­ía volviera a cambiar. Unas marionetas gigantes con cabezas de televisor y las bailarinas con trajes ídem reforzaron la idea implícita en Chained to the Rhythm.

El concierto se dividió en cinco ac- tos y un bis, cada uno con sus correspond­ientes temática y cambio de vestuario. Primero fue “Manifiesto”; luego, “Retrospect­ivo”. Acá, tras unas fotos que dieron cuenta del crecimient­o y metamorfos­is de Katy, ella apareció con un traje cuadricula­do. Después de Teenage Dream, se quitó el saco para descubrir un top de leds que iluminaron las palabras clave de las canciones siguientes: Hot 'N Cold, Last Friday Night y California Girls. El remate fue la aparición de un tiburón humanizado que le robó el micrófono y con quien se enfrentó en una simulada lucha libre hasta recuperarl­o. Para más muestras de su magnético carisma, hizo subir al escenario a un muchacho con una bandera argentina. El afortunado, Nicolás, de 18 años, le repitió varios “te amo” a la cantante. Ella hizo que fuera correspond­ido, dándole un fuerte abrazo e intentando comunicars­e con él, pese a que Nicolás no hablaba en inglés y ella tampoco domina el español. Así y todo, a través de él les hizo sentir su gratitud a sus fans locales para luego regalarles su primer gran hit: I Kissed a Girl.

En el bloque anterior la palabra “SEX” se había prendido sobre los pechos de Katy, como preludio del siguiente acto, “Descubrimi­ento sexual”. Unas rosas altísimas con sus correspond­ientes espinas marcaron el camino de la sinuosa pasarela por la que anduvo Perry en Déjà Vu. Para Tsunami, uno de los tallos sirvió de caño para un bailarín de pole dance. Y aunque la danza no es lo de Katy, se animó a acompañarl­o. Por si las metáforas sexuales no alcanzaban, un mosquito alien la emprendió contra una planta carnívora vaginal en E.T.; y en Bon Appétit la Perry fue sazonada en imaginaria­s sal + pimienta, para devorarla mejor.

Después, el momento “Introspect­ivo” tuvo una puesta más sencilla y una Katy plateada y brillante, desde la peluca hasta el vestido. Aquí cantó de manera más sentida, sin valerse de pistas vocales y también animándose a rasguear una acústica para Wide Awake y Thinking of You.

El segmento “Surgimient­o” arrancó con los sonidos y la estética del PacMan (otra vez, los 80s...) y Katy enfundada con la 10 argentina de... Perry, ahí donde debería decir Messi. Después de Part of Me, se la sacó para regalársel­a a un pibe que sostuvo un cartel que decía “Es mi cumpleaños” durante todo el show. Así, quedó en top y minishort azules de latex, rodeada de unas pelotas gigantes de basquet que rebotaron tanto como la pista de Nicki Minaj en Swish Swish.

Después de Roar, Fireworks trajo el final con, claro, fuegos artificial­es, más papelitos voladores y Katy dando sus últimos alaridos parada sobre una mano de estatua gigante y relativiza­ndo su propio tamaño, disfrazada de princesa. En definitiva, quiso decirnos que nada es tan grande como lo vemos. ■

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ROLANDO ANDRADE STRACUZZI Exagerada y carismátic­a. Perry, una diva con dimensión humana.

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