Clarín

Valiente y libre en la milonga

- Magda Tagtachian mtagtachia­n@clarin.com

Somos ocho parejas en la clase. Ocho tangueras, siete tangueros y una tanguera que baila de varón. En la milonga, como en la vida, hay más señoras que señores. Incluso, en algunas clases, es común quedar “afuera” a la espera de un varón que se desocupe para poder tomarlo nosotras y ensayar los pasos.

Me molesta esperar a que alguno “se desocupe”. Igual soy feliz. Me gusta la música. Me gusta aprender. Me gusta deslizarme y sentir que el cuerpo se olvida de la cabeza. ¿Conocer a algún pebete? ¡Claro! En la milonga las probabilid­ades son mayores que en cualquier restorán donde el 85% de las mesas son ocupadas por hordas femeninas.

Ahora, en la clase, me toca tomarme con Andy. Tiene el cabello rapado del lado izquierdo y del derecho cae la melena morena. Sus ojos oscuros, la boca delineada con un labial anaranjado. Andy es menuda. Está aprendiend­o a bailar como varón. Al tacto su piel es áspera. Lleva un mini short que luce sus piernas magras. No hay cintura. No hay pechos. Hay dulzura y respeto exquisito en el baile.

Andy usa zapatos bajos de tango. Corregimos el abrazo, el torso. Vamos bien. De repente, uno de los varones abandona la clase. Hay que rotar parejas. Me quedo afuera, esperando otra vez.

La clase termina y arranca la milonga. Libre oferta y demanda para bailar. Levanto discretame­nte la mirada a ver si me cabecean. De repente, veo a Andy en la pista. Reemplazó los timbos por finísimos tacos. Va abrazada a un tanguero que la orillea. Pienso en su valentía y en su libertad. Mientras espero que alguien me saque a bailar.

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