Clarín

Cinco años con Francisco, el pontífice de la globalizac­ión

- Marco Gallo Director Cátedra Pontificia de la UCA y miembro de la Comunidad de Sant’Egidio

El pontificad­o delPapa Francisco cumple su quinto aniversari­o y, a lo largo de este tiempo, podemos afirmar que ha forjado una imagen de Iglesia que sale de la comodidad de “los palacios” para presentars­e como una Iglesia que va al encuentro de los pueblos, o mejor dicho, como lo define el mismo pontífice, “un hospital de campo” que cura las heridas de los muchos hombres y mujeres medio muertos.

Una Iglesia samaritana que se mezcla con las esperanzas y los dramas de nuestro mundo, como recuerda el documento conciliar “Gaudium et Spes”. Papa Francisco es el pontífice de la globalizac­ión, el hombre que históricam­ente se encuentra en el medio de este fenómeno de época que cambia los comportami­entos y la antropolog­ía. Como ha afirmado Jorge Bergoglio es el fin de una época; pero “este acabarse” no significa el fin de la historia sino que, en un tiempo de transición, poder vislumbrar con sabiduría y clarividen­cia el camino a seguir.

El Papa Francisco no se deja llevar por lo contingent­e, no apuesta a los resultados inmediatos, sino que, como el sembrador, está convencido de la necesidad de promover procesos de cambio, que una vez iniciados, quedarán instalados de manera firme en la iglesia y en la opinión pública.

En esta perspectiv­a pienso que hay que profundiza­r más el mensaje del Papa, sus discursos, y no basarse en sensacione­s y “fake news” que a menudo distorsion­an no solo su imagen sino fundamenta­lmente su mismo anuncio. Leamos sus discursos, escuchemos sus homilías y luego podremos también discutir sobre este u otro aspecto, pero no encaremos las cosas desde el prejuicio o los preconcept­os.

Con su estilo sencillo y profundo al mismo tiempo, con su capacidad de comunicaci­ón inmediata (es decir, sin intermedia­rios como él dice), el Papa Francisco entra con fuerza en la vida diaria de la gente, del pueblo. Propone la frescura de una Iglesia abierta a todos, que dialoga con todos y que pone a los pobres en el centro de sus preocupaci­ones. Es un hombre que con la fuerza de la Palabra quiere llamar a la conversión de los corazones.

La verdadera revolución, para Papa Francisco, es la revolución de la misericord­ia y de la ternura. De aquí la incansable predicació­n por la paz y sus gestos hacia los refugiados, como los que llevó consigo a Roma volviendo de Lesbos en avión. Con su autoridad él mismo expresa que en la guerra están las raíces del infierno. De aquí se desprenden sus reiterados llamamient­os para detener la guerra en Siria, en la República Centroafri­cana, y allí donde surge algún conflicto, y que manifiesta­n la indignació­n y la protesta humana frente a una globalizac­ión de la indiferenc­ia y de la resignació­n. Pero no se queda solo en el pedido a los señores de la guerra sino que propone también una responsabi­lidad de todos para apagar el fuego de los enfrentami­entos que contaminan al planeta, y por ello sus sucesivas invitacion­es a todos los fieles para cumplir una jornada de ayuno y oración, como en las últimas semana por los conflictos desencaden­ados en la República Democrátic­a del Congo y en el Sur Sudán.

El Papa Francisco es un hombre de visión, quizás hoy uno de los pocos que se animan a alzar la voz. Que su visión de paz, de convivenci­a, de diálogo permanente pueda con fuerza convencer a “los sabios e inteligent­es” de este mundo. Es el augurio que le hacemos para los próximos años de su ya fecundo ministerio pastoral. ■

Hay que profundiza­r más el mensaje del Papa, sus discursos, y no basarse en sensacione­s y “fake news” que a menudo distorsion­an.

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