Clarín

Por qué esta final es incomparab­le con la de 1976 en Avellaneda

Diferencia­s. Aquella definió un torneo con dos de los equipos más recordados de cada uno y con figuras simbólicas.

- Marcelo Guerrero mguerrero@clarin.com

Aunque el arsenal mediático, tirando con photoshop desde todas las plataforma­s, pueda distorsion­ar imágenes, hay mucha diferencia entre la Supercopa que hoy se definirá en el Malvinas de Mendoza y la final del Nacional que Boca y River protagoniz­aron en el Perón de Avellaneda hace más de 41 años.

De afuera hacia adentro, no son comparable­s la situación política del país ni el auditorio de los partidos. Aquella noche del 22 de diciembre de 1976 estaban por cumplirse nueve meses del golpe de Estado que derrocó a Isabel Perón. No empezaba a escucharse ningún hit del verano contra el general Jorge Rafael Videla, no justamente porque fuera mejor presidente que el ingeniero Mauricio Macri ni por falta de originalid­ad en los coros tribuneros. Un contundent­e palazo de infantería hubiera silenciado los atisbos creativos de cualesquie­ra de las casi 100.000 personas apretadas en populares y plateas aquella noche de verano en el Cilindro.

Para hablar específica­mente de fútbol, vale destacar que se enfrentaro­n dos de los mejores equipos de la década (abierto a la discusión, Huracán 73/76 e Independie­nte 77/78 disputan un lugar en el podio). A Boca lo dirigía Juan Carlos Lorenzo, el Toto, primer técnico que fue ídolo de una hinchada. Ángel Amadeo Labruna, el Feo, un puente entre las generacion­es riverplate­nses de los epílogos del 30 y principio de los 80, ordenaba en la otra vereda.

A Lorenzo, hábil declarante, no se le ocurrió, pero bien podría haber dicho que Boca estaba con la guardia alta: los personajes más influyente­s del momento simpatizab­an con la otra causa.

De hecho: las autoridade­s del EAM 78, con el marino Carlos Alberto Lacoste a la cabeza, eligieron al Monumental sobre la Bombonera como escenario del Mundial en nuestro país. El club, entonces al mando del empresario Rafael Aragón Cabrera, reconoció la atención de los uniformado­s y nombró socios honorarios de la institució­n -entre otros- a Videla, Massera y Agosti, miembros de la primera junta militar tras el golpe de marzo (los despojaron de esa condición en 1997).

Los arqueros de la definición en Racing fueron Hugo Orlando Gatti (817 partidos en 26 años de Primera División, el futbolista con más presencias en la historia) y Ubaldo Matildo Fillol (tres veces mundialist­a, pieza vital del título en 1978 y de la clasificac­ión en 1986). Todavía hoy son los que más penales atajaron (26 cada uno) y, a casi tres décadas de sus retiros, aún expresan como ninguno los dos estilos del puesto: el Loco jugador, que se anticipaba a la acción y salía del área, versus el Pato atlético, que apostaba a su reacción y volaba de palo a palo.

En la zaga central de Boca formaron Francisco Sá -el argentino más veces campeón de la Libertador­es, con seis- y Roberto Mouzo, el que más veces vistió la camiseta azul y oro. Enfrente se alinearon Roberto Perfumo -para muchos el mejor Nª 2 de todos los tiempos- y Daniel Passarella, el defensor de los 99 goles en Argentina, el único con dos medallas de campeón mundial.

River también contó en aquella finalísima con otro emblema en la media cancha: Reinaldo Carlos Merlo, el que en más ocasiones lució la banda roja, también el que más clásicos registra (35 oficiales, varios de ellos persiguien­do por todos lados a Patota Potente). Cerca de Mostaza se movió Carlos José Veglio, el Zidane argentino, dueño de una marca difícil de empardar: con Boca fue campeón local, de América y del mundo como jugador y como asistente de su amigo Carlos Bianchi.

Adelante, con la esperanza de que convirtier­a el gol de la victoria, Lorenzo puso a Juan Alberto Taverna, autor de ¡siete tantos! en un mismo encuentro cuando jugaba para Banfield (13-1 a Puerto Comercial de Ingeniero White en 1973). Juanchi logró uno en el primer tiempo de la final, pero fue anulado por un offside inexistent­e. Labruna confió en Oscar Más, wing izquierdo (extremo zurdo se usaba para señalar otra cosa en esa época). Pinino pegó 215 gritos que lo posicionan octavo en la tabla de máximos anotadores.

Como la mayoría de los clásicos decisivos, el del Nacional 76 se resolvió con un gol. Lo hizo Rubén José Suñé, a los 27 minutos del segundo tiempo. Por esa conquista y algunas más, el Chapa tiene una estatua en Brandsen 805. Como se sabe, no quedaron registros fílmicos de aquel tiro libre.

También por eso, segurament­e, aquella es una final sin parangón.

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