Clarín

La sana intención de ir siempre por más

En su primer álbum de nuevas canciones en 14 años, el ex Talking Heads sigue en estado de búsqueda constante.

- Eduardo Slusarczuk eslusarczu­k@clarin.com

Entre el tema I Dance Like This, que abre el nuevo álbum de David Byrne, American Utopia, y Every Day is A Miracle, hay apenas los tres minutos y medio de Gasoline and Dirty Sheets y lo que separa la resignació­n por un deseo hundido y enterrado de la -ponele- celebració­n de un “es lo que hay”; si es que eso merece celebració­n alguna.

Hay, también, un muestrario de sonidos y ritmos que van de un pulso electrónic­o/robótico a un amable dance con aires del caribe, pasando por un mix de percusione­s y guitarras afro tamizadas por esa voz que jamás dejará de ser la de Talking Heads. No para quienes alguna vez hayan escuchado a la banda.

“El Papa no significa una mierda para un perro”, canta Byrne, a sus 65, en Every Day is A Miracle. Y también canta: “El cerebro de un pollo/ El miembro de un burro/Un cerdo en una frazada/Y por eso me querés”. Y eso es lo que hay, o lo que parece quedar para Byrne, de la utopía americana. O del sueño, tal vez...

No obstante, Byrne se reserva un espacio para decir que si bien somos “sólo turistas en esta vida, la vista es bella”, en Everybody’s Coming to My House, la canción, de las 10 que contiene el álbum, en la que el cantante, músico y escritor se acerca, en complicida­d con Brian Eno, a sus dorados ‘70/’80, y alcanza una de las me- jores momentos del álbum.

Sólo uno de ellos, porque hay algo más. Here, que habría encajado a la perfección en la banda sonora de Passion: Music for the Last Temptation of Christ, para la cual Peter Gabriel se internó en ritmos de Medio Oriente y Africa, es como esos cierres de menú que dejan sabor a más de lo que da la suma de los platos.

Pero es Doing the Right Thing donde Byrne pone -o por lo menos eso es lo que le salió- toda la carne al asador. Donde la ironía que envuelve el relato de una vida en estado de claudicaci­ón permanente encuentra en la música y los arreglos craneados por el músico su continente perfecto.

Una guitarra picada, un teclado sa- cado de alguna película de iglesias satánicas, una percusión insistente, cuerdas que se superponen con buen tino. Todo suena bien en Doing the Right Thing.

En cambio uno podría decir que That Is That se vuelve repetitiva y obvia; o que It’s Not Dark Up Here sobra; o que la abulia de Bullet aburre; pero sería injusto no reconocer que aún así queda a la vista la sana intención de Byrne de ir siempre por más.

Una actitud que para los tiempos que corren, más gaseosos que líquidos, vale por sí misma un elogio. Sobre todo, si se trata de alguien que podría tranquilam­ente recostarse sobre los laureles que alguna vez supo conseguir. ■

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Es lo que hay. Uno de los ejes en torno a los que gira la mirada de Byrne.

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