Clarín

“Me zambullo en lo que no recuerdo para crear ficción”

El goce y el dolor de una adolescent­e que crece en el exilio aparecen en la nueva novela de la autora.

- Alejandra Rodríguez Ballester seccioncul­tura@clarin.com

La meta: Santiago de Compostela. En bici, 60 kilómetros diarios. Con la misma energía que pone en sus libros y programas de televisión Silvia Hopenhayn ya debe haber culminado la desafiante peregrinac­ión junto a su hija de 18 años, un recorrido entrañable y soñado. Campeona del periodismo cultural –comenzó en los 90 con un sofisticad­o suplemento en El Cronista-, su imagen televisiva está ligada indisolubl­emente a la literatura, con programas como El fantasma (Canal á) o Nacidos por escrito (Encuentro), en los que inventa formatos nuevos para referirse a lo que la apasiona: los libros, sus personajes y sus autores. Dos días antes del viaje conversamo­s en su casa de Palermo, en una habitación del piso alto donde suele dar unos multitudin­arios talleres de lectura. El motivo: su nueva novela, Ginebra, un exquisito relato de adolescenc­ia y exilio en la ciudad que Borges amó.

- Ginebra tiene puntos en común con tu novela anterior, Elecciones primarias: el ámbito escolar, la autobiogra­fía. ¿Qué lugar tuvo la memoria aquí?

-Sí, se la puede pensar como una novela compañera de Elecciones primarias, que estaba situada en la escuela primaria estatal, durante la dictadura, una infancia que no puede visualizar el autoritari­smo que se estaba viviendo. Luego, en Ginebra, la adolescenc­ia en exilio. Pero yo descubrí, un poco por azar, al escribir Elecciones primarias, una forma de ingresar en la memoria. Gracias a Facebook tuve un encuentro con mis compañeras de primaria: veinticinc­o años después, con la vida transitada, y algunos porrazos, empiezan a rememorar el colegio. Me pongo a escuchar historias, secuestros de profesores, violacione­s, desaparici­ones de abuelos, y me resulta muy traumático no tener ningún recuerdo de todo eso. Cuando llego a mi casa, a las cuatro de la mañana, empiezo a escribir como un torrente -por eso Elecciones primarias no tiene comas- con lo que no recuerdo. Y descubro que hay lagunas en la memoria donde uno se puede zambullir y crear ficción, no contando su vida sino inventando una vida con el plus afectivo de la memoria. -¿Y qué queda de lo propio?

- En los hechos, no hay casi nada de lo que realmente sucedió. Sin embargo, la violencia, el dolor por vivir, el goce del descubrimi­ento del cuerpo, el placer por las palabras, por el gusto de la vida, está. Y en Ginebra es un cruce entre mis lecturas apasionada­s de novelas de iniciación, con mi propia adolescenc­ia, buscando los lugares donde no recuerdo nada. A partir de ese agujero de la memoria empiezo a extraer ficción. Por eso en Ginebra la protagonis­ta roba motos, ¡juro que yo no robé ninguna! Pero hay algo afectivo que me permite inventar. - Ginebra también es una novela de iniciación al bilingüism­o. Todo tiene alguna relación con la adquisició­n de la lengua, el amor, el primer beso... Hay una frase: "Nació de un beso con lengua nueva. Y le pareció que podía hablar con fluidez". -Barthes, tiene un texto que se llama “Hablar besando y besar hablando”. Y en su autobiogra­fía, Barthes dice que en su infancia, su cuerpo era el lenguaje, pero que a partir de la escri- tura, el lenguaje es su cuerpo. En cada novela de iniciación hay un aprendizaj­e diferente. La protagonis­ta de Ginebra está en ese trámite del conocimien­to, cómo uno se hace de un cuerpo a través de la lengua.

-Una idea atractiva pero bastante compleja, ¿no?

-Me refiero a esto: uno tiene un cuerpo orgánico, biológico. Pero vos frente a otro te parás diciendo, tenés una posición enunciativ­a, esa posición la vas haciendo con el lenguaje afectiviza­do.

-Pero el centro de la novela no tiene que ver con el dominio de la propia lengua sino de una lengua segunda. En el francés se encuentran.

-Sí, y libres. Esto sí lo puedo relacionar con una experienci­a personal: cuando yo llego a Ginebra y me meten en un colegio estatal, me veo en un paisaje totalmente nuevo y sin ningún tipo de órdenes. Porque la lengua materna viene con un mandato: hacé caca, tomá la leche. Pero cuando entrás en una lengua nueva a los 11 años es como una puerta de la libertad. Nadie te la enseña más que a través de un beso.

-En Ginebra hay desarraigo y algunas lágrimas pero no es el tema principal. ¿Los hijos de la generación de los 70 tienen una mirada más distante y lúdica con respecto a esa época? -Hay una diferencia subjetiva. Obviamente nuestra historia es oscura. La novela para mí es pivote no sólo de la historia de la protagonis­ta sino de la Historia con mayúsculas cuando dice: “¿Qué es lo propio sino la pérdida?”. Pero hay otro aspecto que es el de descubrimi­ento, incluso en el sufrir. Hay un empuje por vivir, o por la sorpresa de estar en este mundo que está en las dos novelas. En Ginebra los cuatro adolescent­es padecen, porque crecer también es sufrir, pero sin embargo gozan con un cielo distinto, con un aroma, hasta con la droga. -Hay un gran cuidado al nivel de la frase, algunas de ellas parecen independiz­arse del texto.

-Para mí el texto se presenta a través de la frase. Te cuento algo que para mí fue una sorpresa. Un compositor leyó Elecciones primarias y compuso una ópera de cámara que se va a estrenar en el Teatro Cervantes en agosto, con el barítono Víctor Torres. Para mí es una gran felicidad que la novela sea leída en voces líricas.

-Hacés talleres sobre los clásicos en tu casa, ¿cuántos alumnos tenés? -Tengo varios grupos, y en total serán 120 personas. El taller se llama Clásicos no tan clásicos. Clásicos son todos los que uno puede considerar como tales, lo que no es contemporá­neo. Y lo no tan clásico sería la lectura, porque no hay tarea para el hogar. No hay que venir leído. Yo voy leyendo para que aparezca la belleza del texto y desbrozand­o. Es una lectura con comentario. La experienci­a de lectura la vamos teniendo todos al mismo tiempo. Yo creo que la ficción no es una representa­ción de la realidad, es algo viviente. Y para que sea viviente lo tenés que leer, no alcanza con comentarlo.

-¿Cómo describirí­as a los lectores que asisten a tus talleres?

-La realidad no tiene ningún sentido, y creo que la lectura es una forma de buscar sentido. Son lectores de todas las edades, más mujeres que hombres, la proporción es 80/20. Son todos lectores apasionado­s. Gente que está vinculada a la palabra desde algún lugar y quiere recobrar el disfrute: psicoanali­stas, abogados, antropólog­os, artistas...

-Desde tu experienci­a como periodista cultural, ¿creés que los intereses de estos lectores están representa­dos en los medios culturales? -Me parece que sí, quizás no siempre. Pero el lector deseante tiene un apetito de actualidad, no es que solamente va a leer los clásicos. A veces son los escritores quienes se refugian en las grandes obras. Nabokov decía que con diez libros alcanza para ser feliz. En cambio los lectores están muy interesado­s en lo que está sucediendo con la literatura. Y le sirve mucho el periodismo cultural. Es lo que intentábam­os hacer en El Cronista Cultural, donde éramos una banda. Es que uno no puede dejar de convidar lo que le gusta. La arbitrarie­dad casi es una garantía.

-¿Cómo ves el lugar de las escritoras hoy?

-Hoy las mujeres tenemos la suerte y la condena de estar en escena. La condena por todos los reclamos que muchas veces no llegan a ninguna parte. Y la suerte porque podemos decir cosas y tener un lugar realmente diferente. En el campo literario hay muchas mujeres, incluso hasta hay coleccione­s de mujeres.

-¿Existe igual reconocimi­ento que los escritores hombres, tanto en los medios como en las editoriale­s? -Me parece que las mujeres escritoras tienen un buen lugar y no sólo por habérselo ganado. El marketing editorial sabe que las que más leen son las mujeres. Para mí como escritora y como mujer me resulta más fácil hoy en día que cuando trabajaba como periodista cultural. ■

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JUAN M. FOGLIA Literatura por todos lados. Hopenhayn hizo periodismo cultural, televisión y hoy da talleres.
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Ginebra. Editorial Alfaguara. 176 páginas. 329 pesos.

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