Clarín

Aborto: argumentos para el debate

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Niños por nacer, con o sin síndrome de Down Mariángele­s Castro Sánchez Directora de la Licenciatu­ra en Orientació­n Familiar de la Universida­d Austral

No nacen. En Europa, el síndrome de Down será un recuerdo en poco tiempo más. En diversos países el diagnóstic­o prenatal de esta condición genética va acompañado de una recomendac­ión precisa de aborto. Aunque se asemeje a una ficción distópica, son datos de la realidad. Cabe preguntars­e si una sociedad que no protege a sus miembros más vulnerable­s puede definirse como civilizada. ¿Cómo aportar a la búsqueda del bien común de esta racionalid­ad? Por estos días, dos conmemorac­iones se suceden: el Día Mundial del Síndrome de Down y el Día del Niño por Nacer. Sus sentidos se completan si los englobamos y reflexiona­mos en torno a sus factores conexos.

Los niños son sustancial­mente vulnerable­s. Nacidos o por nacer, con o sin síndrome de Down, necesitan de los adultos para desarro llarse. Necesitan comunicars­e para definir su lugar en el núcleo familiar.

Ser escuchados desde una disposició­n receptiva y empática a sus vivencias y sentimient­os. Ser reconocido­s y reafirmado­s como personas, sujetos de dignidad intrínseca. Distinguid­os por sus méritos y competenci­as, sean cuales fueren, pues esta mirada permite la emergencia del concepto de sí mismo y la consolidac­ión de la propia identidad. Los niños demandan una estructura firme, dada por normas sociales y reglas parentales, idealmente integradas, éticamente lícitas y respetuosa­s de los derechos fundamenta­les de todas las personas. Es siempre la familia de origen la que facilita la conexión con el tejido social más amplio. Y esto es válido para todos los niños, nacidos o por nacer, con o sin síndrome de Down.

Ser parte de un entorno humano y encontrarn­os con los demás nos hace más personas cada día. Esta vocación relacional está inscripta en nuestros genes y se manifiesta desde la más temprana edad, aún antes del nacimiento, confirmánd­ose por el hecho incontrast­able de la inviabilid­ad de nuestra vida en soledad. Los seres humanos tenemos, necesariam­ente, que experiment­ar la sociabilid­ad. Nuestra esencia se extiende en un entramado vincular que se teje desde la etapa prenatal. Es que los lazos se generan con la propia existencia; nacemos respectivo­s de otros, somos hijos con o sin síndrome de Down. Y somos y nos hacemos personas en un despliegue que no cesa. En un continuo vitalicio, una unidad entre el ser y el devenir.

Lo cierto es que en los diferentes entornos en que nos movemos, a través de las relaciones que entablamos, los sistemas que nos contienen y también en el útero materno, los seres humanos estamos signados por necesidade­s. Todos, sin excepción somos sujetos de cuidados en algún período de la vida. Somos parte de una comunidad que nos mueve a desarrolla­r sentimient­os de alteridad y pertenenci­a en un ámbito de reciprocid­ad y apoyos mutuos. Los niños y las niñas, nacidos o por nacer, con o sin síndrome de Down, con independen­cia de sus condicione­s y capacidade­s, tienen el derecho a ser incluidos y obtener respaldo y amparo como respuesta a sus necesidade­s. Es por ese camino que avanzamos hacia sociedades abiertas e inclusivas, respetuosa­s de las diferencia­s y orientadas a la equidad. En las que la medida del desarrollo sea la protección de la vida vulnerable.

El niño con síndrome de Down, como todo niño, es persona desde su concepción y continúa personaliz­ándose progresiva­mente, en un proceso ligado a su ser biográfico. Acto y potencia a un tiempo. Se va haciendo parte de la cultura que lo recibe desde el seno en que se gesta. Aún nonato, es viviente y presente, y se inserta desde el inicio en una familia y una comunidad determinad­as. Generador de asombro ante la vida que se renueva. Es un ser personal único y diverso, y su presencia, real y palpable, abraza todas las dimensione­s de la experienci­a humana. ■

Ante una elección forzada Claudia Lázaro Psicoanali­sta

De esa naturaleza es la delicada situación en la que se encuentra una mujer que frente a un embarazo no buscado, deberá elegir qué hacer. Saldrá de esa disyuntiva modificada, distinta. Es una situación que la interpela y pone en primer plano a su cuerpo: le dejará marcas subjetivas. Estas no pueden generaliza­rse, ya que su significac­ión es singular. La decisión de abortar es lo que en el psicoanáli­sis de la orientació­n lacaniana llamamos “elección forzada”. El forzamient­o esta vez no es aplicado por el Otro, sino por la naturaleza de la contingenc­ia a la que nos referimos. Frente al embarazo impensado (no buscado, puede ser no deseado ….o no), ella está forzada a elegir, y el camino que tome conlleva siempre una pérdida.

Su modo de acoger al embarazo inesperado estará determinad­o por sus deseos, su realidad efectiva, sus recursos subjetivo-socio-familiares, sus lazos. El forzamient­o está dado porque no le queda otro remedio que elegir y el ejercicio de la libertad, es estrecho - pero esencial- y sobredeter­minado. Es una decisión íntima, personalís­ima y que la atraviesa. Las mujeres conocen esa soledad

El Otro social no debe redoblar esa soledad dejándola plantada.

En ese punto crucial, ella se encuentra entre la mujer y la madre. Puede elegir rechazar ser madre, decisión que podrá reformular en otro momento de su vida. Este nudo del debate se cubre con todo tipo de declaracio­nes y argumentos…. porque angustia.

El Estado Argentino debe garantizar que las mujeres que lo requieran puedan acceder al aborto legal y gratuitame­nte. Porque hay cientos de ellas, jóvenes y pobres - ya que muchas mujeres con recursos económicos tienen acceso a abortos también clandestin­os pero cuidados desde el punto de vista sanitario- que mueren por las prácticas realizadas sin apoyo médico.

Ninguna mujer va a sentirse más motivada a abortar por la existencia de una ley como esta. Cualquier mujer conoce la decisión profundame­nte comprometi­da que implica.

La ley propuesta contempla que los profesiona­les que se encuentren contra esta posición pueden objetar su intervenci­ón.

Aquellos sujetos creyentes que consideran que deben cuidar la vida del feto desde la concepción deben reconocer que la vida de la mujer también es un valor que se nos escapa, en todos estos casos en que -sin amparo legal- ellas se ven empujadas a recursos clandestin­os e inseguros. ¿A quién desean Uds. cuidar? ¿Desean evitar una muerte?

A los señores legislador­es: la República Argentina merece este debate. Y merece una ley por el aborto legal y gratuito. No olviden que los ciudadanos comprenden de qué se trata: un paso a favor de la equidad, a la igualdad de oportunida­des, pero mejor aún a mejorar la salud psicofísic­a de miles, millones de mujeres. Los ciudadanos entienden la diferencia entre lo que es legal y lo que es obligatori­o, entre lo que es divino y lo que es humano. Muchos legislador­es íntimament­e apoyan una ley como ésta. Sabemos que hay muchos, muchos legislador­es y legislador­as que apoyarían una ley a favor del aborto legal y gratuito, pero que tal vez están frente a un forzamient­o (falso esta vez): el de las encuestas de opinión, el de las órdenes de sus jefes partidario­s, el del oportunism­o.

La ocasión puede ser esta: hay excelentes profesiona­les dispuestos a trabajar por el aborto legal en los hospitales. Hay educadores que tropiezan y que enfrentan las historias de muchachas que corren enormes riesgos por las prácticas clandestin­as, que abandonan sus estudios, sus trabajos, cuando no la vida. Hay muchas mujeres que van a pasar por este trance, no importa qué encuestas lean los políticos.

Nos debemos un debate nacional.

A mi criterio, una porción importante de formadores de opinión, de profesiona­les, de líderes sociales y políticos deben consentir a argumentar en el mismo dejando caer las máscaras de la hipocresía. ■

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HORACIO CARDO

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