Clarín

René nos gambeteó a todos

- Daniel Lagares dlagares@clarin.com

Como todos, René tenía la vida prestada así que no murió, sólo fue a devolverla. Y si murió, lo mató esa vida a su modo, libre, naif, sin pecado original, a salvo de moralinas y consejeros que nunca hicieron más que eso: decirle lo que había que hacer. Pobres. Burlados, todos, como tantos marcadores de punta.

Lo más fácil es afirmar que completó la Santísima Trinidad de los wines locos con Garrincha y Corbatta. Lobos solitarios, alcohólico­s, despojados de todo, René, como Omar y como Mané sólo tenía la gambeta como arma. Y la usaba como un revólver. Bang... bang... creés voy para allá pero vengo por acá. Y cuando amagaba ir para acá y se iba para allá, la tribuna se venía abajo. Fue el rubí de la corona regia de aquel Huracán del ‘73, crack entre cracks, el único indispensa­ble. Tanto que cinco años después, también con Menotti como entrenador, tuvo un lugar en la Selección campeona y Maradona se quedó afuera.

La memoria (mala o floja) invita a la audacia de las sentencias cuando la película de cientos de jugadas de René pasan por la cabeza antes de caer en el teclado. Tenía “cosas de Diego”. O de Ortega. Y también “cosas de Messi”. Lo impensado, la explosión que distinguía, entre otras caracterís­ticas, al primer 10; el corte de Orteguita. Y de Leo, esa melancolía de ausencia para irrumpir de golpe, dejar el tendal y meterse con pelota y todo en el arco. Lo he visto.

Jugaba sin canilleras. Y con las medias bajas. Como en el potrero. Como los hombres. En su tiempo los futbolista­s no se depilaban. Se ofrecía, valiente, a la rudeza. Se crió a la intemperie, en el descampado, en los picados por plata y bajo la amenaza permanente de un final a las trompadas. Iba a tener miedo...¡Minga de miedo! Arriesgaba como un torero, mentía como un ilusionist­a, divertía como un clown. Ooooole...siempre ole de René. Pasaba siempre. Gambeteba recto, vertical (como dicen los modernos) o paralelo a la línea de defensores hasta que en algún momento quebraba la cintura y quebraba la línea Maginot para irse, libre y feliz a al duelo del Far West con el arquero. Bang... bang...andá a buscarla adentro. Pocos han despertado tanto cariño, sin rigores de camisetas. Lo querían todos. Por eso el dolor de la hora está multiplica­do, por eso la nostalgia temprana. Por eso la tristeza infinita. Porque René nos gambeteó a todos. Y se fue.

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