Clarín

Axé a la porteña: el ritmo brasileño que se baila los domingos en Costanera Sur

Vecinos, que llegan incluso del GBA, se juntan durante horas. “Te cambia la vida”, coinciden.

- Especial para Clarín Nahuel Gallotta

“Esto es la cancha”, dice Roberto Astroña. Pero a su espalda no hay arcos, populares ni plateas. Todo lo contrario, por más que sea domingo: sobre la Costanera, a la altura de Puerto Madero y casi pegado a un carrito callejero, cerca de 180 vecinos de la Ciudad de Buenos Aires y del Conurbano bailan axé, un género popular de música brasileña. Lo hacen durante seis horas, moviéndose al ritmo de coreografí­as. Alrededor de los bailarines hay un número similar de curiosos, quienes se quedan mirando como quien se enamora de algo que no se anima a hacer aunque se muere de ganas.

“Mucha gente se acerca y nos pregunta cómo hacer para aprender”, agrega Roberto, quien coordina Costanera Axé, el ciclo de baile al aire libre nacido en 2013. “Los contacto con profesores de su barrio o zona cercana. Los días de semana, muchos toman clases y, cuando se sienten confiados, vienen los domingos acá. Por eso digo que esto es ‘la cancha’: se trata del lugar donde los bailarines se muestran y se prueban a ellos mismos”. Además, podría decirse que funciona como “boliche”, ya que no quedan locales dedicados a la música brasileña.

Hubo una época en la que el axé fue moda en la Ciudad, como hoy lo es el reggaetón o como ayer lo fue la bachata. Los que saben, o mejor dicho los que la disfrutaro­n, calculan que fue a principios de 2000. Era común encontrars­e con la actividad en cualquier gimnasio de barrio o con shows en vivo. Y si bien en la mayoría de los boliches sonaba un set de axé, había tres discotecas exclusivas de música brasileña:en San Telmo, Congreso y Flores.

Para fines de esa década, las opciones ya eran casi nulas. La gente “del ambiente” debía conformars­e con fiestas. Primero en locales bailables, luego en salones. Un domingo de 2013, Roberto Astroña pasó de casualidad por la Costanera Sur, a la altura de Puerto Madero. Eligió un puesto callejero para comer y se encontró con un profesor de salsa y sus alumnos. Y lo pensó, se pensó: bailar al aire libre, la gente mirándolos, pasarse la tarde del domingo bailando en grupo.

Poco después nació Costanera Axé. Empezaron siendo 20, los domingos de 15 a 21. Con el tiempo, cuando cerró un boliche que los viernes hacía fiesta de música brasileña, pasaron a encontrars­e y a bailar también los viernes a la noche, siempre en Costanera. Hoy, de cara al quinto aniversari­o, pueden llegar a reunir cerca de 250 bailarines por domingo. “En un momento, hasta dimos clases”, agrega Nicolás Cush, otro de los organizado- res, mientras pone música bajo un gazebo. Una parte del público ya tiró mantitas sobre el piso y los mira mientras toma mate o come algo.

En estos años, el público cambió. Las mujeres siguen siendo mayoría, pero la brecha con los hombres se achicó. Ya no se ven tantos gays. “Ese es un prejuicio viejo, que casi no existe. Ahora el argentino quiere bailar. Cada vez se suman más. Y si bien no tenemos el ‘swing’ que caracteriz­a a los países limítrofes con influencia de culturas negras, el axé es un buen género para comenzar: es fácil y no necesitás una pareja. Algunos ‘hacen base’ acá y luego prueban con salsa o bachata”, dice Cush.

Rocío Fiorenza es de Pacheco y tardó cerca de tres horas en llegar. “Hoy no tenía ganas de venir, por el viaje”, reconoce. “Y ahora estoy re feliz. Bailar es un placer súper especial. Me llena. Y no lo hago por lo aeróbico. Entrenar, entreno en el gimnasio. Acá bailo, te desestruct­urás. Pensás en bailar y no en lo que te pasó ayer o durante la semana”. Rocío también habla sobre lo que tanto se preguntan los que no se animan: la vergüenza, el qué dirán los que sí saben bailar. “Es algo más interno. Nadie se rió de mí. Cada uno hace la suya y, si no te sale una coreo, te ayudan. Vienen varios profesores o personas que hicieron shows y son compañeros, como el resto”.

La chica tiene 17 años y empezó a los 15. A veces la acompañan sus papás, que la esperan y la miran, como lo hacen parejas u otros familiares de bailarines. Ellos también se encuentran en las fiestas que organizan, cada tanto, los sábados. Alguien pone la casa, otro pasa música, otro se encarga de contratar un micro y bailan.

En sus mejores épocas, cuenta José Tascón, bailaba de martes a sábado, entre clases y boliches. Es de Chaco y comenta que fue difícil, en una de sus primeras vueltas por vacaciones, comentarle a sus amigos. Recibió cargadas. “Aprender te cambia la vida”, reconoce. “Te hace más sociable. Automática­mente vas a encajar en un grupo y eso te motiva a seguir viniendo. Después vas a perder la vergüenza, luego aprendés los pasos y lo siguiente es mejorar”.

Decirlo, y escucharlo, y leerlo, puede parecer fácil. Pero hay que probarse acá, los domingos, pegado al carrito callejero, a la altura de Costanera Sur, en lo que se dice que es “la cancha”. ■

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A. D’ELÍA Alegría y sensualida­d. Hubo boliches exclusivos de axé en la Ciudad pero cerraron. Ahora los fans de este género se juntan al aire libre.

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