Clarín

Chicos de una y otra guerra

Silvia Fesquet

- Silvia Fesquet sfesquet@clarin.com

Estaba allí, recostado en la misma playa turca de la que había zarpado media hora antes, en plena noche, y a la que el mar, impiadoso, lo había devuelto. Parecía dormido; estaba muerto. Tenía apenas 3 años. Era septiembre de 2015 y la foto de Aylan Kurdi dio la vuelta al mundo y provocó una conmoción. Junto a Galip, su hermanito de 5, su madre, su padre, y otros trece ciudadanos sirios había subido a un gomón que prometía alejarlos de la guerra y acercarlos a un destino de paz. No pudo ser: de los Kurdi sólo sobrevivió al naufragio Abullah, el padre que, destrozado, volvió al lugar del que había salido huyendo del ISIS y las bombas, para enterrar los restos de lo que había sido su familia. Poco tiempo después, otra imagen evo- caba a aquella de Aylan. Sentado dentro de una ambulancia, el rostro ensangrent­ado y cubierto de polvo, Omran Daqneesh miraba sin ver a la cámara que había logrado captar su drama. Con sólo 5 años era ya un sobrevivie­nte de guerra. Un bombardeo en Aleppo, Siria, había destruido la mayor parte de su casa; milagrosam­ente habían logrado ser rescatados su hermanito apenas unos años mayor, y el resto de la familia. También su imagen se reprodujo por miles en los medios del mundo, generando una reacción similar a la que en su momento había despertado el cuerpo inerte de Aylan.

Días pasados, una foto mostraba en primer plano, a un nene de año, o año y medio, la parte superior de su cuerpito sobresalie­ndo de una valija gastada de cuero marrón. Una mano curtida y fuerte, ¿su padre? asía la manija, como si en ese gesto se le fuera la vida. El chiquito dormía, bajo un sol que se adivinaba de fuego, arropado con un saquito tejido celeste, en cuya pechera se alcanzaban a divisar un pato y el contorno de un corazón. A diferencia de los casos anteriores, de él no se conoce nombre, apellido ni datos certeros. Apenas, que formaba parte de una huida masiva del enclave rebelde de Ghouta oriental, junto a mil civiles, en la interminab­le guerra siria. Tan estremeced­ora casi como las imágenes descriptas más arriba, no hubo ninguna reacción particular en este caso. El espanto, de tan cotidiano, naturaliza­do.

En un informe presentado el pasado enero, Unicef estimó que serán 48 los millones de chicos cuyas necesidade­s deberá atender este año a lo largo y ancho del planeta: uno de cada cuatro menores de edad vive en países afectados por conflictos o catástrofe­s, y suman cerca de 50 millones los que tuvieron que abandonar sus casas y sus lugares, corridos por la violen- cia, la pobreza, o los desastres naturales.

Muy lejos de bombardeos y misiles, acá nomás, decenas y decenas de chicos son reclutados sistemátic­amente como soldaditos de los narcos, o como potenciale­s consumidor­es, a veces desde los 8 años. Días atrás, la Policía Bonaerense detectó en la villa Puerta de Hierro, a un grupo de narcotrafi­cantes que usaba a chicos de 6 y 7 años para que actuaran como campana ante la eventual llegada policial, a cambio de galletitas, una gaseosa y unos 50 pesos. Dicen que a los más grandes, de entre 9 y 14 años, ya no podían recurrir porque el paco los había destruido. Y esto no es nuevo: pasa desde hace años, y en distintos lugares. Hace poco, dos “soldaditos” fueron detenidos, acusados por el asesinato de un policía encubierto de 21 años en San Martín, y en Rosario, se señaló a otros “soldaditos” por el crimen de una mujer de 23, madre de cuatro hijos de entre 2 y 8 años, por encargo de la pareja de la joven. Decía Graham Greene que “siempre hay un momento en la infancia en el que se abre una puerta y deja entrar al futuro”. En muchos casos, no hay nada parecido a eso al trasponer el umbral.

Con apenas 7 u 8 años ya son reclutados por los narcos como “soldaditos”.

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