Clarín

Las protestas fueron sólo el primer ensayo de los opositores a la despenaliz­ación

Temor a que las marchas contengan a sectores conservado­res. Buscan que el eje del debate sea moral.

- Sergio Rubín srubin@clarin.com

Fue un primer ensayo. Algo así como el bautismo. Formalment­e ayer los opositores a la despenaliz­ación del aborto iniciaron en todo el país su campaña en sintonía con el inicio del debate en el Congreso. En coincidenc­ia con el Día del Niño por Nacer y el Domingo de Ramos –con el que se inicia la Semana Santa- ONGs “pro vida”, la Iglesia católica y la mayoría de las comunidade­s evangélica­s salieron al ruedo con la masiva marcha en la ciudad de Buenos Aires -que fue replicada en todas las provincias- y con el gesto de enarbolar la consigna “Vale toda Vida” estampada en carteles que acompañaro­n los ramos de olivos de la caracterís­tica procesión que evoca la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén.

Aunque concurrent­es, las acciones tuvieron diversos promotores. Las marchas fueron organizada­s por la ONG Marcha por la Vida, un movimiento mundial que se define como no confesiona­l, pero con fuerte presencia de creyentes, sobre todo católicos.

La definición de “no confesiona­l” conlleva un objetivo: que no se vincule la oposición al aborto con un postulado religioso, sino moral con base científica porque, afirman, la ciencia prueba que hay vida desde la concepción.

Por eso, entre los oradores –al menos en Buenos Aires- no se contaron dignatario­s religiosos. La Iglesia católica –cuyos fieles fueron mayoría- y la Alianza Cristiana de Iglesias Evangélica­s (ACIERA) –que aportó lo suyo- se anotaron como adherentes.

En cambio, la consigna en la procesión de los ramos fue obviamente una iniciativa católica. Lo cual no quiere decir que en algún momento se unan todos en una misma acción.

Pero no es sólo el deseo de no convertir la oposición al aborto en una cuestión religiosa lo que separa los roles. También cierta cautela de la Iglesia católica que teme que las marchas puedan contener a sectores muy conservado­res, con consig- nas muy virulentas. Después de la experienci­a de la ley del divorcio y del matrimonio igualitari­o, cuando primaron los mensajes duros -del tipo “es el fin del matrimonio”- que terminaron siendo contraprod­ucentes para los opositores a esas leyes, los obispos parecen haber aprendido la lección.

No es simplement­e haber hecho experienci­a. El papado lo ocupa actualment­e un pontífice como Francisco, con una posición más abierta y comprensiv­a ante estas problemáti­cas (aunque de firme rechazo al aborto). Siendo arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio mocionó una actitud mesurada ante el debate sobre el matrimonio igualitari­o (inclu-

Los promotores no quieren que se víncule la oposición al aborto con un postulado religioso.

so aceptaba como último recurso la unión civil), pero perdió la votación entre el centenar de obispos del país y se impuso el criterio del ala más dura, encabezada por el arzobispo de La Plata, Héctor Aguer.

Los resultados están a la vista: la Iglesia sufrió una estrepitos­a derrota, facilitada por la tenacidad de Néstor Kirchner en la aprobación del proyecto.

Ayer, la sensación que había entre los organizado­res de las marchas y en la Iglesia católica era de satisfacci­ón por la respuesta obtenida en sus iniciativa­s. En verdad, la respuesta que iban a obtener era una incógnita para ellos porque consideran que no contaban con la difusión mediática ni la intensa militancia de las feministas que apoyan la despenaliz­ación del aborto.

A la propia Iglesia católica –a diferencia de los evangélico­s- le cuesta movilizar a sus fieles en tiempos en que gana terreno una vivencia más personal de la fe.

La otra sensación entre ellos es que ayer fue sólo el comienzo de una batalla al compás del tratamient­o parlamenta­rio. ■

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