Clarín

Educación gratuita y obligatori­a, imprescind­ible pero no suficiente

- Directora Nacional de Aldeas Infantiles SOS Argentina Alejandra Perinetti

En Argentina, como cada marzo los niños, niñas y adolescent­es vuelven a clase. Muchas familias vuelven a sus rutinas: levantarse por la mañana, despertar a los niños, preparar el desayuno y acompañarl­os a la escuela, como un paso más de la cotidianei­dad. Pero, este mes hay muchas miles de familias que siguen ajenas a este trajín. Este marzo muchos miles de niños y adolescent­es no han comenzado las clases. Ni tendrán recreo.

Desde el año 2014 Argentina, en consecució­n con compromiso­s asumidos internacio­nalmente, amplió la obligatori­edad de la educación que ahora comprende desde sala de cuatro años en nivel inicial hasta el secundario inclusive. Sin embargo, lejos de ser una realidad, la situación educativa del país arroja datos que alarman.

Las estadístic­as más recientes sobre la situación de la niñez y adolescenc­ia indican que hay más de 650 mil niños, niñas y adolescent­es en edad escolar que no concurren a clases[1]. De ellos, más de 40 mil son menores de 11 años mientras que en los adolescent­es solo uno de cada dos que empieza el secun-

dario logra terminarlo. La situación de las

mujeres es aún peor: cada año más de 55 mil niñas y adolescent­es abandonan la escuela por transitar un embarazo o estar al cuidado de sus hermanos. Estos datos, por sí mismos impactante­s, conllevan una enorme desigualda­d. La mayoría de los ausentes de la escolarida­d obligatori­a provienen de los hogares más vulnerable­s y empobrecid­os tanto de sectores urbanos como rurales.

La escuela argentina está lejos de ser una herramient­a igualadora y capaz de reducir la enorme brecha entre los que más tienen y los que luchan por sobrevivir. Es una realidad que los miembros de hogares más vulnerable­s registran peores trayectori­as escolares y mayor retraso educativo: más inasistenc­ia, más abandono y más rezago escolar. Esta ecuación de suma cero se traduce en peores oportunida­des presentes y futuras. Los ausentes de hoy tendrán mañana peores empleos en términos de estabilida­d y formalidad y más dificultad­es para romper el círculo de pobreza y vulnerabil­idad. Es urgente, entonces, enfatizar el rol del Estado como garante no sólo del acceso a la educación sino también, y fundamenta­lmente, de la calidad de los procesos y trayectori­as escolares y de los resultados a los que se arriban.

Las diferencia­s de clase se traducen en un diferencia­l educativo cada vez más expulsivo para los niños, niñas y adolescent­es que crecen en hogares pobres y que en Argentina son más de 6 millones. Mientras en un extremo de la cadena acceden a idiomas, laboratori­os, tecnología­s, recreación y experiment­ación en el otro extremo apenas si cubren la cuota de clases obligatori­as. En otras palabras, no basta con los principios de obligatori­edad y gratuidad de la enseñanza. La política educativa debe generar las condicione­s para que todos puedan alcanzar similares resultados educativos.

La educación es mucho más que aprender a leer y a escribir o prepararse para una –necesaria- integració­n al mercado laboral. Es también desarrolla­r la personalid­ad e identidad y las capacidade­s físicas e intelectua­les, es aprender a respetar las diferencia­s, los derechos humanos, es entrenar el ejercicio a la participac­ión. La educación es la institució­n pública que por excelencia debe crear las bases y generar las condicione­s para un ejercicio pleno de la ciudadanía. ■

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