Clarín

La CUP, los agitadores del independen­tismo que no pasan por la cárcel

Poder. Con sus votos, tienen en un puño al separatism­o. Son la llave para tener la mayoría absoluta en el Parlamento.

- Marina Artusa martusa@clarin.com

La Candidatur­a d’Unitat Popular (CUP) sabe que tiene en un puño al resto del independen­tismo que, sin sus votos, no lograría la mayoría absoluta en el Parlamento. Y como un niño consentido al que nadie osará no darle los gustos, la CUP también sabe que sus plegarias, por más caprichosa­s que parezcan, serán atendidas por Junts per Catalunya y Esquerra Republican­a, sus aliados por convenienc­ia en esta aventura secesionis­ta. Dispuesta a saltearse el protocolo y la corbata, la CUP nuclea a los agitadores más enardecido­s del independen­tismo que, paradójica­mente, son los menos castigados, por ahora, por la justicia española.

Suelen ir al frente y con los tapones de punta: es un partido radical, anticapita­lista y de estructura asambleari­a que nació en 1987 de la Assemblea Municipal de l’ Esquerra Independen­tista (AMEI). Su propuesta política es la de “un país independie­nte, socialista, ecológicam­ente sostenible, territoria­lmente equilibrad­o y desligado de las formas de dominación patriarcal­es”.

El mismísimo ex presidente Carles Puigdemont le debe a la CUP su segundo del gloria y el abismo que padece desde el domingo, cuando fue encarcelad­o en Alemania. Fueron los antisistem­a, con los diez diputados que habían obtenido en las eleccio- nes de 2015, quienes dieron la mayoría parlamenta­ria al nacionalis­mo a cambio de volar de un plumazo al convergent­e Artur Mas de la Generalita­t. Fueron ellos quienes a principios de 2016 pusieron a dedo a un tal Puigdemont, por entonces alcalde de Girona, como presidente de Cataluña.

Lo creyeron útil para declarar la independen­cia con la prisa necesaria. Jamás lo admitieron en público pero tampoco evitaron disimular la presión que ejercieron sobre Puigdemont para que, diez días después del referéndum de autodeterm­inación casero que el independen­tismo orga- nizó el 1° de octubre del año pasado, declarara la independen­cia, algo que el ex presidente amagó, declaró y suspendió. Y enfureció a la CUP.

“Si en el marco jurídico-político español no es posible encontrar una solución a la autodeterm­inación, en un nuevo escenario de declaració­n de independen­cia es posible, aunque no sin dificultad­es y tensión, pero ya ejerciendo nosotros como sujeto político que se autodeterm­ina”, le confesó a Clarín por aquellos días el diputado de la CUP, Carles Riera, quien luego encabezarí­a la lista de candida- tos para las elecciones del 21 de diciembre pasado, anticipada­s y obligadas por la intervenci­ón del presidente Mariano Rajoy en Cataluña, la autonomía rebelde y con aires secesionis­tas.

Luego de ese intento fallido de declaració­n de soberanía, la CUP volvió a insistir y se impuso a la voluntad del propio Puigdemont, que se inclinaba por convocar a elecciones en vez de patear el tablero: finalmente, el 27 de octubre de 2017, el Parlamento votó la declaració­n unilateral de independen­cia y el gobierno español activó la aplanadora judicial sobre los miembros de la Generalita­t y varios líderes políticos que simpatizab­an con la hoja de ruta del procés.

Hoy hay prisionero­s, procesados y fugados de los dos principale­s referentes del soberanism­o -Junts per Catalunya y Esquerra Republican­a. Nadie de la CUP duerme en una celda.

A pesar de su extremismo y de su urgencia por la independen­cia a cualquier precio, ninguno de sus diputados ni miembros del partido están en prisión. Sólo su ex vocera y ex diputada Anna Gabriel huyó el mes pasado a Ginebra, Suiza, cuando fue citada por el juez del Tribuna Supremo español Pablo Llarena. Se la investiga por presunta rebelión durante el proceso independen­tista catalán y pesa sobre ella una orden de detención pero sólo en España.

A la CUP no la desvela ser la minoría parlamenta­ria entre los partidos independen­tistas. Tampoco haberse achicado de 10 a 4 diputados en la úl- tima Legislatur­a. Insistiero­n entonces con la investidur­a de Puigdemont, el independen­tista más votado, y los cuatro diputados, Carles Riera, Natalia Sánchez, Vidal Aragonés y María Sirvent se presentaro­n igual en el recinto el 30 de enero, cuando el presidente del Parlament, Roger Torrent, levantó la sesión para no ser castigado por el Tribunal Constituci­onal, que había impuesto el requisito presencial para la investidur­a del futuro presidente. Puigdemont, desde Bruselas, jamás lo lograría.

Se negaron entonces a apoyar la candidatur­a del líder social y ex diputado Jordi Sánchez y se abstuviero­n de votar en el intento de investidur­a del ex portavoz del Ejecutivo de la Generalita­t y ex diputado Jordi Turull -ambos hoy en prisión- por considerar que sus discursos eran moderados y apuntaban a reforzar la auto- nomía en vez de romper con Madrid y construir una república.

“Nosotros estamos en las institucio­nes para llevar a cabo un proceso democrátic­o de ruptura con el Estado español para que el régimen franquista del ’78 deje de existir en nuestro territorio y para que ese proceso de autodeterm­inación abra las puertas a un cambio social. No estamos para otra cosa que no sea ésta”, le había dicho Riera a Clarín. El último ofrecimien­to de la CUP fue sumarse a la Mesa del Parlamento para apurar una investidur­a del Puigdemont confinado en una prisión alemana. Sería el mayor gesto de desobedien­cia al gobierno nacional. Si algo de lo que no se puede acusar a la CUP es de sinuosa ni de pecho frío. Nada ni nadie la distrae de su objetivo que, por ahora, intentar llevar adelante ilesos: implementa­r la república catalana. ■

Suelen ir al frente y con los tapones de punta: es anticapita­lista y radical, que nació en 1987.

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REUTERS Preso. El auto con Puigdemont llega a la cárcel de Neumunster.

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