Clarín

A LA MEMORIA DE MIGUEL ABUELO

Hace tres décadas moría a causa del virus VIH. Con la segunda etapa de “Los abuelos de la nada” triunfó en los ‘80.

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Se cumplieron 30 años de la muerte del inolvidabl­e músico de Los abuelos de la nada. Retrato de un artista rebelde.

Diana divaga, El marinero bengalí, Lunes por la madrugada, Himno de mi corazón, Cosas mías, Buen día, día... Todos hits inolvidabl­es. Todas canciones a las que Miguel Abuelo, como solista o al frente de Los Abuelos de la Nada, les puso su particular impronta, una combinació­n de música y poesía con el sudor del frontman inquieto y rebelde. De espíritu libre. Ayer se cumplieron 30 años de su muerte, a causa del VIH.

Miguel Peralta -así se llamaba- vivió 42 intensos años. A fines de los ‘60, con figuras como el baterista Héc- tor Pomo Lorenzo y los guitarrist­as Claudio Gabis y Pappo, formó Los Abuelos de la Nada. Luego, en los ‘70, se exilió en Europa. Y regresó a la Argentina en 1981, para rearmar la banda con su formación más exitosa, que incluía a un joven Andrés Calamaro (en los teclados), Cachorro López (bajo), Gustavo Bazterrica (guitarra), Daniel Melingo (saxo) y Polo Corbella (batería).

El nombre del grupo, según explicó Miguel Abuelo en su momento, lo sacó del libro El banquete de Severo Arcángelo, de Leopoldo Marechal, que en uno de sus pasajes señala: “padre de los piojos, abuelo de la nada”.

La infancia de Miguel había sido muy difícil. Hijo de madre soltera, pasó parte de sus primeros años en un orfanato. Y creció muy solo.

El primer contacto con los creadores del rock nacional se dio cuando compartió pensión con Los Beatniks (mítica formación de Moris y Pajarito Zaguri), en donde por casualidad se reencontró con Pipo Lernoud, a quien había conocido algún tiempo atrás haciendo dedo en la ruta.

Poco después, acompañó a Lernoud a las oficinas del productor Ben Molar. Pipo iba a cobrar regalías por el tema Ayer nomás y Molar le preguntó a Miguel Abuelo si él también tenía un grupo. Dijo que sí. Entonces, con varios de los músicos que solían parar en Plaza Francia, entre ellos Pomo y Pappo, Miguel Abuelo formó Los Abuelos de la Nada y grabó las primeras canciones. Sin embargo, al poco tiempo se marchó a Europa, donde grabó el disco Miguel Abuelo et nada, se puso en pareja y tuvo a su único hijo, Gato Azul. A principios de los ‘80, también en Europa, conoció a Cachorro López, futuro socio en el regreso de Los Abuelos.

“Miguel me escribió y me contó que iba a volver a la Argentina a devolverle la alegría a nuestro país, a ponerle fanfarria porque habían estado los milicos y estaban todos muy tristes. ‘A levantar el cachete’, decía él. Al principio me pareció que estaba delirando y no le creí, pero vino con Cachorro y armaron Los Abuelos”, recordó Lernoud, en diálogo con Télam.

Producido por Charly García, el primer disco de esa etapa llevó el mismo nombre de la banda y fue un éxito. Luego, el grupo se consolidó con Vasos y besos e Himno de mi corazón. Y la banda cambió de integrante­s: poco a poco se fueron alejando Melingo, Calamaro y Bazterrica, y se sumaron, entre otros, Kubero Díaz y Juan del Barrio.

“A Miguel lo recuerdo con su mirada intensa, destelland­o su torbellino interno, su bondad, su rebeldía, su inteligent­e habilidad para vivir sin renunciar a sus deseos. La enseñanza que me dejó es que a la libertad hay que ponerla en valor permanente­mente”, aportó Del Barrio. ■

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Poesía y calle. Copaba el escenario con su voz y su despliegue físico.

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