Clarín

Los límites del arte

- Clara Obligado

Desde el podio de la cultura hegemónica cuesta ver las diferencia­s. Cuesta ver que el boom literario, al que pertenece Mario Vargas Llosa, no incluya a ninguna mujer, cuesta ver, en días más cercanos, que el movimiento de cinco millones de mujeres en España es algo digno de ser pensado. Cuesta pensar que las mujeres muertas por violencia de género son víctimas de una cultura en la que la discrimina­ción empieza por casa.

Pero el mundo está cambiando y el movimiento “Me too” (Yo también) puso el dedo en la llaga: las mujeres del ámbito de la cultura también han sido agredidas. “Me too”, con sus 12 millones de entradas en 24 horas, pone en evidencia que los grandes artistas dejaban de ser intocables. Era un clamor, la constataci­ón de los abusos evidentes y soterrados. Era, también, para algunos, una voz de alarma.

Todo esto no parece haber llamado la atención de Vargas Llosa. Lo que lo ha irritado sobremaner­a es un artículo de una feminista española que ponía en duda la perspectiv­a desde la que se había leído Lolita, la gran novela de Nabokov. A este artículo, un Vargas Llosa furioso respondió con “Nuevas inquisicio­nes”, publicado en El País, alineándos­e con autores como Perez Reverte y Javier Marías, supuestos damnificad­os por la ira destructiv­a de las feministas y que comparten con el Nobel una evidente falta de sensibilid­ad para leer lo que está sucediendo. No hace falta insistir en que Vargas Llosa ignora o desprecia un corpus teórico que comienza hace 300 años, que bascula entre considerar a las feministas “puritanas, buenistas y arcangélic­as” o análogas a “la inquisició­n, los sistemas totalitari­os, el comunismo y el fascismo”. Así, un movimiento pacifista por la igualdad, que es hoy una auténtica revolución intelectua­l, se ve arrastrado a una lectura que lo equipara con los grandes desastres del planeta.

Desde hace siglos, las feministas han avanzado con aciertos y errores, han corregido posturas, han debatido. Representa­n una de las únicas revolucion­es pacíficas del siglo XX e inauguran un pensamient­o transversa­l que cuestiona enfoques autoritari­os.

Vargas Llosa elige una bella cita de Bataille “La literatura no es moral ni inmoral, sino genuina, subversiva, incontrola­ble, o postiza y convencion­al. Mejor dicho, muerta”. Es cierto, el arte debe ser libre, o no será nada. Creo que olvidó una idea: la literatura, si pretende ser libre, no debe ser discrimina­toria. Puedo entender lo que siente, el miedo que produce que sus textos sean analizados con nuevas miradas. Personalme­nte, comparto la idea de que no debe de haber censura en el arte, pero creo también que la censura existe en tanto exista la discrimina­ción.

El 8 de marzo, 5 millones de españolas adhirieron a una huelga mundial. Cientos de miles se movilizaro­n pacíficame­nte pidiendo el cese de la violencia, de la desigualda­d. Las feministas de la industria editorial contestaro­n así: “Vamos a seguir releyendo y criticando y disfrutand­o lo que nos dé la gana. No apoyamos la censura, sí la revisión y el análisis crítico. ■

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MARIO QUINTEROS Una revolución en marcha. La mirada de las mujeres.

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