Clarín

Pasión y trabajo, claves de tres directoras de música y danza

- Sabrina Díaz Virzi sdiazvirzi@clarin.com

Conversar con ellas transporta por un rato a una sala de ensayo, de esas que tienen pisos de madera y algunos espejos para reflejar los movimiento­s que dibujan los bailarines, o a un escenario con gradas, donde su ubican las voces de niños cantantes. La profesora de danzas folclórica­s argentinas Silvia Zerbini, la licenciada en artes musicales María Isabel Sanz y la maestra y coreógrafa egresada del Teatro Colón Margarita Fernández son las mujeres que hoy están al frente de tres de los nueve elencos de música y danza de la Dirección Nacional de Organismos Estables del Ministerio de Cultura de la Nación. Tenacidad, pasión y constancia son palabras que rodean su actividad cuando se les piden definicion­es.

Durante 34 años María Isabel estuvo cerca del Coro Nacional de Niños: desde los 8 hasta los 16 años como coreuta, desde 1992 como maestra preparador­a y pianista acompañant­e y, a partir de 2010, como directora artística. "Lo que más me gusta es ver el proceso del niño, esa felicidad que le provoca descubrir que puede cantar. Ver cómo se va transforma­ndo su voz, su capacidad musical y su sensibilid­ad", cuenta a Clarín. Además, reconoce que su disfrute se ensancha puertas adentro, en la intimidad de los ensayos, lejos de los reflectore­s de los shows. "Es el momento donde uno trabaja sobre la excelencia y le saca el mayor jugo al aprendizaj­e: se puede repetir lo que salió mal y pulir hasta que salga mejor, pero en el concierto tiene que salir lo mejor que se pueda".

Sanz empezó a dirigir el coro tras el retiro de Vilma Gorini, su fundadora y directora por 42 años. Estar "a la altura" de las circunstan­cias fue uno de los mayores desafíos de su carrera: "Quería mantener o superar el nivel del coro, que era muy alto. Trabajar bien y estar tranquila con mi propia conscienci­a fue la clave".

A Silvia los desafíos se le fueron mezclando con la vida y la transgresi­ón se convirtió en su sello, aunque sin buscarlo consciente­mente. Dejar la universida­d para dedicarse a bailar fue la primera decisión en la que volanteó el rumbo. ¿Las siguientes? "Decidir qué bailar (he llegado a recibir agresiones del público porque bailábamos cosas con música folclórica que nadie entendía) e ir a enseñar a lugares a los que nadie quería ir: al medio del campo a lomo de mula o a los desiertos de Catamarca", recuerda, divertida, mientras asegura que esas arriesgada­s apuestas no le impidieron abrir el Festival de Jesús María o integrar el ballet oficial de Cosquín durante 20 años. "No soy una hoja al viento que me dejo llevar, pero siento las cosas en el camino. Tal vez suene esotérico, pero es mi visión, mi intelecto en el cuerpo", dice esta madre de cuatro y abuela de diez que considera que "incorporar a los hijos" al mundo artístico fue uno de sus grandes logros: "¿Viste que siempre dicen 'o bailás o tenés familia'? Yo anduve con los cuatro chicos a cuestas por todos lados, por eso celebro que los bailarines también lo hagan".

Durante su infancia en Villa Carlos Paz, Zerbini se envolvía con unos manteles y cantaba tango mientras bailaba flamenco. Eso es lo que hizo en su vida artística adulta: mezclar lenguajes. "No puedo decir que fue una decisión; aunque parezca loco, me fue acomodando la vida. Creo que pasa por dormir tranquila y sentir que lo que hago es lo que siento que tengo que hacer, y no lo que manda la mayoría", dice la directora del Ballet Folklórico Nacional, cargo por el que dejó sus treinta años en Chilecito, La Rioja, y se vino a vivir a Buenos Aires hace cinco meses.

Apasionada por la danza en todas sus formas ("la popular o la estilizada"), Margarita encontró en el movimiento su canal de expresión. "Ahí se provoca la magia", se entusiasma la directora de la Compañía Nacional de Danza Contemporá­nea. "Se trata de entender lo efímero y que la gente pueda sentir que algo de eso queda (aunque haya videos, el alma no está ahí)".

Esta maestra de bailarines cree que su destino empezó a escribirse desde el día de su nacimiento, cuando su abuela gallega y casi analfabeta se puso a bailar la jota para expresar su regocijo. "Me da orgullo: ella no me podía escribir una tarjeta, pero podía bailar. La danza es un trabajo que lleva mucha paciencia, se trata de sacar lo tuyo de adentro para los demás".

"No se puede ser un bailarín en tres días. Tenés que trabajar, estudiar, nutrirte y tener siempre ojos de niño", dice Fernández. Las tres coinciden en la fuerza de la disciplina y la constancia. "El éxito es fruto del trabajo que uno hizo todos los días", resume Sanz. ■

“Para ser profesiona­l, hay que estudiar, nutrirse y tener siempre ojos de niño”, dice la coreógrafa Margarita Fernández.

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