El problema de creer en las profecías
Roald Haraldsson nació en Noruega, a fines del 1980. De niño tuvo algunas visiones, todas relativas a su ciudad natal: vaticinó unas lluvias, predijo el divorcio del alcalde y anticipó un incendio en el propio cuartel de bomberos. A pesar de la escasa importancia de estos pronósticos, su fama pronto llegó a las capitales europeas, y antes de cumplir los treinta años Roald ya era una celebridad.
Cierta mañana, Haraldsson convocó a la prensa para anunciar que, a raíz de una nueva visión, comenzaría la construcción de un arca. La noticia causó pánico inmediato y en menos de tres meses los gobiernos de todo el mundo ya habían elegido quiénes serían sus representantes a bordo del barco, para enfrentar el inminente diluvio.
Como la elección de una pareja por país resultó muy escasa, Roald accedió, dinero mediante, a aceptar otras parejas singulares: un único par de pelirrojos, un único par de personas de pie plano, un único par de tatuados.
Con la plata recaudada, Haraldsson amplió más y más el arca. Así, y siempre previo pago de escandalosas cifras, admitió decenas de nuevos pasajeros, como una pareja de imitadores de Harry Potter, una pareja especialista en hablar con la boca llena y hasta una pareja de despistados, que por desgracia se perdió camino al arca.
A principios de este año, Roald Haraldsson desapareció de la faz de la Tierra. Dicen haberlo visto en una paradisíaca isla del Pacífico. Tras mucho analizar su caso, el mundo llegó a una obvia conclusión: Roald no vio venir ningún diluvio, sino la forma de hacerse inmensamente rico.