Clarín

“Pareciese como que las cosas ni buenas ni malas pasan en otoño”

- Roberta Garibotti robertagar­ibotti@hotmail.com

El otoño es un dibujo sin terminar, trazos sin definir; un claroscuro tibio y semi opaco. Tiene sitiadas a las demás estaciones, que a veces se quitan la mordaza y gritan sus calores y sus fríos. Pareciese que las cosas ni buenas ni malas pasan en otoño. No se la juega, apenas es capaz de sacar hojas de algunos árboles, tirar un par de gotitas efímeras que le quitan luz a la atmósfera, traer un viento húmedo que no alimenta tormentas, pero molesta.

No muchos se casan en otoño, a nadie se le ocurre tomar más de dos helados ni comprar demasiados chocolates, no da para el guiso, ni para la ensalada frugal. Imposible el short, tampoco la calza de plush y el sweater polera, aunque muchos se ponen el tejido a mano de la temporada, pero más para estrenarlo y padecerlo que para otra cosa. La manta molesta, la sábana nos queda corta. La estufa espera con resignació­n. La maldita ropa es insecable. Los rayitos de sol anoréxicos no alcanzan. El otoño es folclore, dibujo de cuaderno, calle gris de barrio un domingo a la tarde, café de amigas que se quieren separar por déficit de serotonina en sangre. Esta época, la otoñal, es mediocre, es el más o menos de las condicione­s climáticas. “¿Cómo va a estar el tiempo?”, se escucha por ahí... La respuesta es mediocre: “un poco fresco, algo nublado, con un sol tenue, puede haber lloviznas aisladas”. Indefinibl­e, mezcla de un todo posible atmosféric­o que no satisface al laburante, al que navega, al que reparte leches, a la mamá que manda a sus chicos a la escuela. El clima condiciona y configura las emociones, como a los inocentes transeúnte­s de esta vida que vamos mutando del calor al frío espiritual, del aburrimien­to a la ida a la cama, de la polenta a la gaseosa light. Nos vestimos de gris y... ¡estamos grises! Miramos con melancolía la foto del verano, nos anotamos en todos los cursos pre invierno, llenamos solicitude­s, pretendemo­s cambiar la vida en un año. Pero la inspiració­n cae en el lamento, la dieta detox concluye ante la primer rosca de Pascua. No nos redimimos, apenas si duramos media hora en la misa dominical. Comemos carne y chorizo el Viernes Santo, sabemos que la santidad es de pocos y el otoño no promueve santidades ni castidades.

Sólo queda esperar el frío verdadero, aleccionad­or y combativo. El que te deja sin fuerzas, te consume las buenas voluntades. El del chocolate puro y a cada rato. El que te mete en la cama a trompadas. El desenmasca­rado, agudo e insolente. Sometiéndo­te a sus caprichos, llenándote la vida de trapos que tapan.

Invierno valiente, mata mosquitos, lanza vientos con puntitos helados, instigador de las más duras y frías soledades, colmo del desaliento, entumecedo­r de almas.

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