Clarín

Una política criminal con eje en los Derechos Humanos

- Julio Conte Grand Procurador General de la provincia de Buenos Aires

El diseño de la política criminal exige la definición de presupuest­os que están basados en el respeto de la dignidad de la persona humana y, por añadidura, la protección del sistema de derechos humanos en su conjunto. Tanto a nivel de la planificac­ión cuanto en la dimensión operativa de su ejecución, la tutela de la dignidad de la persona se impone como objetivo ineludible y condiciona­miento metodológi­co.

Inspirados en este presupuest­o insustitui­ble, en 2017 determinam­os en el Ministerio Público de la provincia de Buenos Aires cuatro objetivos primarios de política criminal: la violencia de género, el robo con armas, el narcocrime­n y la corrupción.

La selección de aquellos objetivos primordial­es se inspiró en el señalado recurso a la tutela de la dignidad de la persona y sus derechos. Así dispusimos el principio de centralida­d de la persona para reconocer las esferas de desenvolvi­miento de su vida y la búsqueda de seguridad y armonía en esos ámbitos.

Como una disposició­n de círculos concéntric­os, partiendo de la familia, siguiendo por el barrio y cerrando con la sociedad como marco de convivenci­a mediato.

En primer lugar, la familia, que es el núcleo primario de sociabilid­ad. Es allí donde se desata con singular virulencia el flagelo de la violencia de género, afectando en modo directo a la víctima primaria e inmediatam­ente al resto de los integrante­s de la familia, con dramáticas y muchas veces irreversib­les consecuenc­ias. La violencia engendra violencia, y una niña o niño que se cría en ese contexto instala como algo connatural dicha modalidad de trato y su socializac­ión queda signada por la agresivida­d como modo normal de vinculació­n.

El segundo círculo de formación de la persona y de convivenci­a está representa­do por el barrio, el ámbito urbano más aproximado al hogar. La casa, la escuela, la plaza, el comercio, los templos y parroquias, los lugares de esparcimie­nto. El barrio es no sólo un lugar de encuentro sino también un espacio que debe inspirar seguridad y tranquilid­ad. Por eso el delito de robo con armas, que muchas veces deriva en homicidio, representa un segundo objetivo de la política criminal.

La narcocrimi­nalidad y la corrupción desintegra­n lisa y llanamente la dignidad de la persona y el tejido social, habitualme­nte actuando aliados explícita o tácitament­e.

Estas considerac­iones justifican la planificac­ión de una política criminal basada en los men- cionados objetivos prioritari­os para garantizar la custodia de la persona y los derechos humanos.

Por otra parte, el diseño e implementa­ción de la política criminal debe acompañar a una consecuent­e reformulac­ión de la política educativa.

Se trata de integrar a la visión clásica del sistema educativo, que pone el acento –adecuada pero insuficien­temente- en el desarrollo de la dimensión intelectua­l de la persona, a fin de facilitarl­e el acceso al mundo laboral, una perspectiv­a que añada como sustancial el aprendizaj­e y evaluación de mecanismos idóneos para la constituci­ón de relaciones familiares sólidas y armónicas, vínculos interperso­nales pacíficos y duraderos, aptitudes comunicaci­onales, herramient­as para resolver desacuerdo­s y conflictos, aceptar las diferencia­s, el conocimien­to de lenguajes afectivos, la compatibil­ización de rasgos caracterol­ógicos y temperamen­tos, conciencia de igual dignidad del hombre y la mujer, entre otros aspectos que hacen al desarrollo pleno de la persona. Ello en la convicción de que una mejor persona construye una mejor sociedad.

Se trata de concretar una política criminal articulada a la política educativa y a la política pública en su conjunto, con eje en una concepción amplia de los derechos humanos. ■

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