Clarín

Borrarse de Facebook no es buena idea

- Leonardo Correa lcorrea@clarin.com

El revés de la trama suele mostrar hilos sueltos y miserias que casi todos preferimos no ver. Ahora resulta que detrás de las fotos que vemos en Facebook de vacaciones felices, mascotas simpáticas y viejos retratos descolorid­os de colegios secundario­s está todo podrido. Nos enteremos que aquello no es gratis y a cambio Mark Zuckerberg tiene acceso a nuestras fotos, textos, ubicación y los números de teléfono de todos nuestros contactos. Y esos datos se los vende a consultora­s y agencias de publicidad o empresas de todo el globo. En realidad no es así. No nos enteramos ahora. Es que ya lo sabíamos. Pero parece que es mejor no escandaliz­arse hasta que todos comienzan a gritar.

Detalles más detalles menos, desde el estricto punto de la privacidad, no es muy diferente de que a millones de votantes “los influyan” porque conocen sus datos y gustos (este es el centro de la discusión del escándalo que ahora atraviesa Facebook en relación a la elección que ganó Donald Trump en Estados Unidos) que a millones de consumidor­es “los influyan” a la hora de elegir un par de zapatillas o el próximo libro que leerán. Y esto es algo que ya todos conocían pero a nadie había puesto colorado.

Con todo, los más radicales se sienten cómodos surfeando la nueva ola #deleteface­book. Jim Carrier, Cher y Elon Musk, entre otros tantos “famosos”, le bajaron el pulgar a Facebook y se borraron de la red. Pero ¿cómo borrarse de una plataforma que usan casi 2 mil millones de personas en el mundo? La cifra en Argentina supera por lejos los 20 millones. Es como intentar borrarse del mundo. Suena parecido a decir que porque “se cayó un avión no tomo más aviones”. Si más de un cuarto de la población del mundo y más de medio país está ahí, no sería aconsejabl­e prescindir de Facebook, o la red social que la reemplace (no hay ninguna a la vista). Si las redes sociales son la calle o la plaza (el espacio público) de estos tiempos, ¿cómo resignar estar ahí?

Según una encuesta de Ipsos, el 51% de los norteameri­canos no tienen confianza en Facebook, pero sin embargo casi todos siguen ahí. Es lógico: los usuarios no son los que tienen que cambiar, las redes sociales tienen que hacerlo.

Hay otros, menos radicales, que sugieren entrar a la página de Facebook y dirigirse a “Accesos directos a la privacidad” y “Comprobaci­ón de la configurac­ión de privacidad”. Luego entrar a “Amigos”, y después completar varias decenas de pasos más para restringir los datos que tiene Facebook de nosotros. Las redes sociales, sobre todo desde que llegaron a los celulares y están en el bolsillo de todos, agilizan el día a día, conectan sin ningún trámite. De ahí buena parte de su éxito. Entonces es impractica­ble que los usuarios vayan a Configurac­ión y todo el resto cada vez que Facebook o cualquier otra app que tenga nuestros datos nos envíe su nueva actualizac­ión.

Es que ahí está la trampa. Cuando llega una nueva actualizac­ión, el usuario renueva los permisos para que ingresen a sus datos. Pero lo hace sin leer la letra chica ¿Cómo leerlas si el celular y las redes sociales están aquí para agilizarlo todo? No hay tiempo, o más bien ese no debería ser el momento para leer un contrato de varias páginas.

Quizá los gobiernos, sobre todo muchos de Europa que ya han multado varias veces a Facebook con millones de euros por incumplir normas de privacidad, deban tener que legislar en ese sentido. No estaría mal obligar a todas las apps a que envíen sus condicione­s de uso de otro modo, quizá por mail. Y darle al usuario un buen tiempo (meses) para que las pueda leer, para decidir con criterio, hasta donde permite que se metan o influyan en su vida. ■

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El lugar del encuentro. Facebook tiene 2 mil millones de usuarios.

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