Clarín

“Me gusta reírme del horror”

El escritor y periodista mexicano fue reconocido el martes por su libro de cuentos “Juglares del Bordo”.

- Verónica Abdala vabdala@clarin.com

La carrera de Daniel Salinas Basave (Monterrey, 1974), ganador de la segunda edición del premio literario de la Fundación El Libro, transcurri­ó desde siempre en ese límite fronterizo en que el periodismo coquetea con las formas de la literatura o, a la inversa, los relatos de ficción se inspiran en hechos reales.

Nacido en un país castigado por la violencia del narcotráfi­co, y en calidad de reportero de frontera, el autor mexicano experiment­ó en las últimas dos décadas todo tipo de situacione­s extremas: en ellas se basó para desplegar, en paralelo, una obra como periodista y escritor, en una serie de libros -doce, en total- con los que se propuso provocar el mismo impacto que había sentido en contacto directo con la realidad.

“Las fronteras se cruzan furtivamen­te y sin documentos”, dijo el martes por la noche, cuando recibió la noticia del premio. Una definición que, en su caso, es más que una marca de estilo.

El libro de cuentos Juglares del Bordo, la obra ganadora por la que recibirá 375 mil pesos, será editada por la Fundación y se presentará en la próxima edición de la Feria del Libro, que comienza el 26 de abril. Reúne nueve cuentos ambientado­s en Tijuana, durante los últimos días de un diario de papel. El primer relato, inspirado en el hallazgo de un cuerpo descuartiz­ado, comienza así: “Nunca tus ganas de fumar son tan intensas como cuando estás frente a un cadáver. Es ya un reflejo condiciona­do: al llegar junto al cuerpo, lo primero es tomar la foto y, acto seguido, encender el cigarro.” Son las mismas situacione­s que él vivió.

Salinas Basave compara sus comienzos en el periodismo con el des- cubrimient­o de una droga dura: egresado de la carrera de Derecho en 1996, torció su destino abruptamen­te cuando se decidió a probar suerte en el diario El Norte, el más antiguo de Monterrey, donde debutó en la sección Política. “Te vuelves adicto –dice en la entrevista con Clarín-. La reporteada te consume 14 o 16 horas diarias y la vida empieza a correr con prisa, ¿cómo se vuelve de eso?. En- tonces, la Redacción estaba “copada por las ‘vacas sagradas del diario’ (las grandes firmas), y a mí me destinaron a los suburbios del norte, pero yo no iba a ser el eterno novato”, advierte, anticipand­o lo que vendría.

En 1999, recibiría la invitación de un colega para fundar otro diario, Frontera, en Tijuana, hacia donde partió para recomenzar. Con el tiempo –trabajó allí durante diez años intensos-, descubrirí­a que en su país “la verdad de la Justicia y la verdad de la calle casi siempre corren por caminos paralelos”.

La amalgama siniestra del crimen organizado y el Estado se articulan en “un Frankestei­n” que en los últimos años se cobró la vida de cien periodista­s. Salinas Basave pertenece a esa generación y replica de algún modo esas voces en sus textos.

Como cronista, le tocó cubrir elecciones, un motín de presos en la cárcel de Tijuana y fue enviado como reportero a la Zona Cero de Nueva York en 2001, tras el atentado a las Torres, aunque una de las experienci­as que más lo marcó fue haberse convertido en la sombra de personajes siniestros de esa ciudad fronteriza, como Jorge Hank Rhon, el zar de las apuestas en México (que llegó a ser alcalde de Tijuana).

Esa experienci­a inspiró su libro La liturgia del tigre blanco y también está en el germen de su novela Vientos de Santana, basada en el caso de Héctor “El Gato” Félix, asesinado en 1988 a manos del guardaespa­ldas de Hank Rhon –de quien se dijo, era el autor intelectua­l del homicidio-.

Las vivencias de estos años -que corrieron en paralelo con las lecturas de Borges, Cortázar y Piglia, Martín Caparrós o Leila Guerriero- son las que también dieron pie a sus cuentos, que esta vez verán la luz en la Argentina antes que en México.

“Las calles de Tijuana son una escuela descomunal: allí hay un tornado de historias –explica él-. Las hay macabras –el año pasado hubo 1.744 ejecucione­s, a razón de cinco por día, y ese puede ser tu día de trabajo- pero también otras de gente noble, y una profunda humanidad. Y sobre casi todas he escrito.”

¿Qué le permite la ficción, que no le da el periodismo? “La posibilida­d, por ejemplo, de incorporar el humor, cierto tono socarrón con que encaro en la escritura”, explica. “Me gusta reírme del horror: mis cuentos invitan a tomarse un trago con la muerte. De lo que estoy orgulloso es de no hacer ni haber hecho jamás narcoliter­atura: mis héroes nunca serán los capos del narco, al estilo Netflix, más bien se trata de lo contrario”, explica.

Su punto de vista rescata la épica de quienes sufren la violencia o trabajan a partir de las consecuenc­ias que provoca: el reportero, está dicho, pero también el socorrista, o el forense; los chicos del barrio. “Las mías son trincheras del absurdo, pobladas por personajes que cierran el puño, que patean la calle”, define. “Y lo que más me gusta es contar buenas historias, entre ridículas y crueles. No me interesa ‘la atmósfera’. Lo mío es hardcorde narrativo, pretende ser lo que al rock es el metal: las mías son ficciones que enseñan los dientes”.

Otros de sus libros son Días del whisky malo (finalista del Premio Hispanoame­ricano Gabriel García Márquez 2017) y Bajo la luz de una estrella muerta (Premio Internacio­nal Sor Juana Inés de la Cruz 2015). ■

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ANDRÉS D’ELIA Hardcore narrativo. Así define el tono de su literatura y profundiza: “Las mías son ficciones que enseñan los dientes”.

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