Todo el universo en una sonrisa

Nina tiene un halo de inocencia que sobrevive a todas las cosas malas y a lo que el mundo está llegando a ser. Cuando se ríe –y se ríe seguido– su sonrisa ilumina el planeta como el re- flector más gigantesco que los hombres más poderosos aún no han logrado construir. Cuando lo hizo por primera vez, yo presentí el sonido de la naturaleza: parecía, a la vez, el más nuevo y el más antiguo; me llegaba como el único que existía y, a su vez, como el eco de millones de seres que en ese exacto momento estaban riéndose así, igual que ella, ajenos a la tierra que los estaba acogiendo. Millones de risas intocadas, puras, agudamente felices.

La mirada de Nina penetra en lo más profundo de las cosas y especialmente en el interior del que la mira. No importa la belleza de los ojos, el color de la piel, la duración. El efecto de esa visión es devastador en el que es mirado porque lo interroga sobre el presente absoluto y sobre cosas que no tienen respuesta: ¿Qué mundo vivirá Nina? ¿Qué puentes construirá ella con su familia, la sociedad, el amor, la cultura? ¿Revivirá el gigantesco amor de esas personas que la trajeron al mundo, el cuidado y la atención que le prodigaron?

Nina canta. Su canto, aunque no es melodioso, a algunos les parece una música salida directamente de aquellos ángeles que poseen la voz más armoniosa. Nina mueve las manos y ese movimiento, muchas veces inconexo, dibuja una realidad precisa, esencial, incomparable, y es una metáfora de lo mejor que nos trae la vida.

Nina es mi nieta de nueve meses. Es única, pero todas las nietas y nietos del mundo habitan en ella.