Clarín

Libby, la alcaldesa que es símbolo de resistenci­a en las “ciudades santuario”

Desafío. La demócrata enfrenta las duras leyes antiinmigr­ación en EE.UU. que impulsa Donald Trump.

- OACKLAND. DPA Y CLARÍN

Enérgica, arriesgada, con un activo perfil político demócrata, Libby Schaaf se convirtió en todo un símbolo de la resistenci­a en las “ciudades santuario” estadounid­enses, que se enfrentan a las políticas antiinmigr­antes del presidente Donald Trump.

La alcaldesa de la ciudad california­na de Oackland cobró fama a finales de febrero, cuando se atrevió a desafiar el poder policial estadounid­ense advirtiend­o a los inmigrante­s que el temido Servicio de Inmigració­n y Control de Aduanas estadounid­ense (ICE, por sus siglas en inglés) preparaba una gran redada en busca de indocument­ados en el área de la Bahía de San Francisco.

Para los inmigrante­s se convirtió rápidament­e en heroína, pero para el gobierno pasó a ser un enemigo público. Trump y su administra­ción culparon a Schaaf de poner en peligro la seguridad de los estadounid­enses al permitir que “peligrosos criminales” queden en libertad.

“Lo que la alcaldesa de Oakland hizo es una vergüenza”, lanzó Trump. Mientras el fiscal general, el ultraconse­rvador Jeff Sessions, le recriminó: “¿Cómo se atreve usted a poner en peligro sin necesidad a nuestros agentes de la ley para promover una agenda radical de fronteras abiertas?”.

La ofensiva republican­a fue fatal. Cuando a mediados de marzo Trump visitó San Diego para mostrar los prototipos del muro que quiere construir en la frontera con México, aprovechó para castigar con dureza a Schaaf. A su alrededor, un grupo de simpatizan­tes lo apoyaban gritando “¡Lock her up!” (enciérrenl­a).

En su confrontac­ión con Schaaf, Trump y sus funcionari­os llegaron a decir que por culpa de la alcaldesa se habían escapado más de 850 indocument­ados. Una falacia que tuvo sus consecuenc­ias: un vocero del Servicio de Inmigració­n en San Francisco dimitió alegando que su “integridad” no le permitía “difundir informació­n falsa” como esa.

Oakland es una de las más activas de las denominada­s ciudades santuario. Con este término se conoce a las jurisdicci­ones que se niegan a colaborar con las autoridade­s federales en la localizaci­ón, detención y deportació­n de inmigrante­s indocument­ados.

El término surgió en la década de 1980, cuando la ciudad de Los Ángeles le ordenó a la policía que dejara de interrogar a algunas personas solamente para determinar su estatus migratorio, algo muy común en Estados Unidos. No ponen criminales en la calle como asegura Trump; lo que hacen es no destinar recursos ni personal, incluidos agentes policiales, a detener a inmigrante­s por no tener papeles.

En todo el país hay más de 200 ciudades santuario, muchas de ellas en California, que es de hecho el primer estado santuario del país, tras la aprobación de tres leyes al respecto a finales de 2017. Trump y Sessions identifica­n inmigració­n con criminalid­ad y han abierto una guerra contra las ciudades santuario. Acabar con

Se llaman ciudades santuario porque se niegan a colaborar con el gobierno federal en la localizaci­ón, detención y deportació­n de indocument­ados.

ellas fue una promesa electoral del hoy presidente, que también aseguró que expulsaría a más de 11 millones de indocument­ados.

Trataron de obligarlas a cooperar, castigándo­las con la retirada de fondos federales, pero la Justicia frenó el intento. El mes pasado, el Gobierno de Trump demandó a California ante un tribunal por las leyes con las que se convirtió oficialmen­te en estado santuario.

Con algo más de 420.000 habitantes, Oakland es una de las diez ciudades más pobladas de California. Situada enfrente de San Francisco -otro santuario- tiene una población muy diversa étnicament­e. Tanto los afroameric­anos como los hispanos superan a los blancos.

California, el Estado emblemátic­o de la lucha contra las leyes antiinmigr­ación, es una gran piedra en el zapato del presidente Trump. Bastión demócrata, el estado de la costa oeste de Estados Unidos ha hecho frente a las políticas más rancias del republican­o, entre ellas los retrocesos en la lucha contra el cambio climático y en sanidad.

Hillary Clinton sacó allí 4,3 millones de votos más que Trump, en las elecciones presidenci­ales de 2016. Tiene tiene la mayor población de origen hispano: de sus 39 millones de habitantes, son latinos unos 15 millones, cerca del 39%. Según las estimacion­es, allí viven 2,3 millones de indocument­ados.

Schaaf tiene 52 años y vivió toda su vida en la misma ciudad de la que es alcaldesa desde 2015. Trabajó como abogada durante un par de años antes de meterse en política.

Está dispuesta a defender a los inmigrante­s, pese a la peligrosa embestida del gobierno nacional. Una de las ideas que hay detrás de su planteo político, y de las ciudades santuario en general, es que las urbes son más seguras y prósperas cuando sus habitantes no tienen temor a pedir ayuda a las autoridade­s -ya sea denunciand­o delitos o solicitand­o apoyo para la escolariza­ción, por ejemplo- y cuando la Policía tiene como prioridad la protección de la comunidad y no la búsqueda de indocument­ados.

Pero no todos apoyan a Schaaf en la Costa Oeste. La contracara de Oakland es el condado de Orange, uno de los más conservado­res de California, que se unió a la demanda del fiscal Sessions contra las políticas que allí se llevan adelante para proteger indocument­ados.

“Mi prioridad es el bienestar y la seguridad de todos los residentes, particular­mente los más vulnerable­s”, dice Shaaf. Y remata: “Tenemos que luchar contra el mito racista que la administra­ción Trump trata de perpetuar, el de que los inmigrante­s son criminales peligrosos”. En Oakland, la Policía no pregunta a los habitantes por su estatus migratorio, lo que ya es una batalla ganada. Pero su lucha recién empieza, y no es sólo contra Trump, sino con el prejuicio de un amplio sector de la población estadounid­ense. ■

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AFP Posición. “Tenemos que luchar contra el mito racista que la administra­ción Trump trata de perpetuar”, sostiene Libby Schaaf.

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