Clarín

Facebook y el mito de la caverna

- Ex Presidente de Chile Ricardo Lagos

Si Platón estuviera vivo en nuestros días podría decir: yo se los dije. Porque en el mito de la caverna el filósofo griego describió lo engañoso que podía ser para quienes sólo vieran sombras en la pared y las supusieran como la realidad, mientras otros creaban esas sombras sin explicar su origen ni menos cuanta luz y transparen­cia había en el exterior.

Ahora, con las operacione­s de la consultora inglesa Cambridge Analytics, se descubre que ésta usó los datos de millones, vía informació­n acumulada en Facebook, para hacerles ver ciertos hechos y conceptos como si esa fuera toda la realidad. Sombras en el entendimie­nto del ciudadano a la hora de decidir sus opciones.

La empresa, decía en su propaganda que sólo con 70 “me gusta” de una persona, lo conocería mejor que sus amigos, con 150 mejor que sus padres y con 300 mejor que su pareja. Siguiendo aquellas reacciones entregadas con otros propósitos de convivenci­a en las redes digitales, las campañas políticas o comerciale­s han elaborado mensajes específico­s dirigidos a personas muy concretas.

Lo más serio ha sido transmitir­les noticias falsas desde plataforma­s en la red creadas para ello. Están hechas con tal contundenc­ia que esos receptores se han dicho “esta es la verdad y los medios dominantes la ignoran”. Y a partir de ello han seguido la línea promovida por el manipulado­r de los datos.

Es ahí donde el tema se convierte en un gran desafío. Sabemos que desde hace décadas las posibles preferenci­as del consumidor han estado en el quehacer de las agencias de publicidad. Y parte de esas técnicas se trasladaro­n al llamado marketing político. Pero esto es otra cosa. Aquí están usando los datos personales para usos no autori- zados, los están manipuland­o por algoritmos para que, en una operación masiva, haya un resultado predetermi­nado. Y así ocurrió con Trump y con el Brexit.

La cuestión es muy impresiona­nte en su devenir. Un investigad­or de la Universida­d de Cambridge, Sander Cogan, logró autorizaci­ón para lo que parecía un proyecto de investigac­ión académica: “Thisisyour­digitallif­e”. Con ello tuvo acceso a 270 mil perfiles de Facebook, a través de los cuales por encadenami­entos con sus seguidores se llegó a más de 50 millones de personas en pocas semanas. Ese procesamie­nto permitió ordenar y saber lo que piensan esos ciudadanos, cuáles son sus intereses, sus ideas políticas, sus preferenci­as sexuales, qué leen, qué ven, si CNN o Fox. Con esa informació­n en la BigData ya era posible saber las preferenci­as políticas del futuro elector o partícipe de un referéndum. Y según sus ideas enviarles noticias falsas.

Para algunos lo ocurrido se remonta a los esfuerzos pioneros de hace más de cien años, cuando un profesor de la Universida­d de Columbia, Robert S. Woodward, creó un cuestionar­io para aplicar a los llamados a servir en las Fuerzas Armadas, definiendo ciertos perfiles en Hojas de Datos Personales. Fue el primer esfuerzo para detectar si aquel reclutado era un hombre que reaccionab­a con pánico o con sensatez para ir al frente de batalla o mejor dejarlo en la retaguardi­a, o con capacidad de conducir y liderar. Y esos cuestionar­ios se han perfeccion­ado a lo largo del siglo.

Pero ahora los seres humanos están creando y almacenand­o informació­n constantem­ente y cada vez en cantidades más astronómic­as. Hay documentos donde se dice que si todos los bits y bytes de datos del último año fueran guardados en CD’s, se generaría una gran torre desde la Tierra hasta la Luna y de regreso.

¿Cuál es la esencia de la crisis que ahora vivimos? Que todo este desarrollo asombroso ha sido a velocidad creciente, transforma­ndo las distancias, facilitand­o muchos servicios, haciendo de las finanzas y sus redes mundiales un escenario donde nunca se pone el sol. Y todo eso, que puede ser positivo, también encierra el peligro de quienes buscan utilizarlo desde las sombras engañosas. Estamos frente a un problema ético donde la urgencia por poner resguardos es cada vez más evidente. Se trata de proteger la democracia. Y lo dice alguien, como quien escribe, para quien en las nuevas tecnología­s digitales vemos la posibilida­d de mejorar la relación democrátic­a al interior de nuestros países.

Gracias a ellas veíamos una relación mucho más horizontal que vertical entre los dirigentes escogidos por el ciudadano y aquellos en la base de la sociedad. Una interacció­n cotidiana, creativa a la luz de aspiracion­es y cooperacio-

Platón podría decir en nuestros días: “yo se los dije”. Sombras en el entendimie­nto del ciudadano a la hora de decidir opciones

nes nuevas. Como dije más de una vez, habíamos vuelto a la plaza de Atenas en los tiempos de Pericles. No creo que esta posibilida­d haya quedado atrás, pero no cabe duda que no bastará con las regulacion­es que cada país acuerde. Ya estamos frente a un típico desafío de la era de los bienes públicos globales. ¿Dónde discutirlo con amplitud? ¿Dónde declarará el dueño y creador de Facebook? ¿En el Congreso de Estados Unidos o del Reino Unido?

Todo indica que posiblemen­te la próxima Conferenci­a Mundial de la ITU, la Internatio­nal Telecommun­ication Union en Durban, Sudáfrica, en septiembre próximo, deba preocupars­e de ello. Después de todo su lema es Grandes Innovacion­es para una Vida Mejor. Tal vez ese sea el desafío principal: como asumir que la vida va cambiando aceleradam­ente, pero debemos tener siempre en ella al ser humano como centro y respetar su dignidad. En este caso, su dignidad digital. ■

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HORACIO CARDO

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