Clarín

Javi, el nene que llegó con del gran diluvio

- Fabián Debesa laplata@clarin.com

Las heridas profundas a veces las cauteriza el tiempo. Otros traumas, sin embargo, apenas se pueden atenuar pero emergen todos los días. La inundación de La Plata, esa que el 2 de abril de 2013 dejó la ciudad arrasada, quebró las ilusiones de Ana Gisel Cabello (40) y desde entonces convive con las secuelas de la tragedia.

Gisel perdió a su pareja, Javier Díaz (31), un futbolista que jugó en las inferiores de Estudiante­s de La Plata, cuando el muchacho intentaba rescatar a su padre de la marea indómita que ese día transformó a las calles de la capital bonaerense en una trampa mortal. Una semana después de reconocer el cuerpo de su marido en la morgue platense, Gisel supo que estaba embarazada de dos meses y medio. No pudo celebrar. La noticia la llenó de lágrimas de incertidum­bre.

“Preparame algo caliente que cuando vuelva cenamos juntos”, le dijo Javier a Ana Gisel, cerca de las 20 del 2 de abril después de recibir un llamado desesperad­o de sus padres que no podían salir de la casa, en 31 entre 58 y 59. El lugar era un torrente y el deportista no dudó, aun cuando casi no tenía recursos para el rescate.

Dos horas después regresó a 78 entre 134 y 135 donde vivía, “empapado, muerto de frío y con mi suegra”, recuerda ahora Cabello. Con ayuda de algunos amigos pudieron sacar de la vivienda a Marcelina Castro, la madre del futbolista. Apenas se recompuso, el hombre intentó volver a buscar a su padre.

La faena resultó más compleja. Los niveles de agua subían por minuto y la corriente en esa zona de la capital provincial ponía en riesgo cualquier maniobra.

Cabello lo esperó hasta la madrugada. Javier nunca regresaría. Desesperad­a salió a buscarlo con un amigo. “Caminábamo­s como zombies en plena oscuridad, bajo la lluvia y con agua hasta la cintura. No sabíamos ni a dónde ir”, recuerda.

Terminaron abrumados y sin fuerzas hasta que volvió la luz del día siguiente. Pero nada. Ninguna pista de los pasos de Javier.

Unas horas después llegó la noticia más terrible. La policía le avisó que habían descubiert­o el cuerpo de un hombre joven. Se supone que fue tragado por una boca de tormenta.

“Mientras me acercaba quería convencerm­e que no era Javier. Pero apenas me asomé y vi sus zapatillas me quebré”, recordó Giselle. El 5 de abril recibió el certificad­o de defunción con el detalle “muerte por inmersión” ocurrida a las 23 horas del 2 de abril.

La furiosa tormenta devastó casi media ciudad y se llevó otras 90 vidas como la de Javier, según los registros que se consideran oficiales. Cayeron más de 280 milímetros en 3 horas y media. La mitad del casco urbano, Tolosa, Villa Elvira, la zona del Cementerio y otras zonas del distrito terminaron sumergidos con hasta dos metros de agua dentro de las vivendas.

Un fenómeno incontrola­ble en medio de una urbe que creció sin planificac­ión y que no tenía la infraestru­ctura en condicione­s por desidia, negligenci­a y falta de compromiso oficial, según coincidier­on expertos que estudiaron el episodio.

Alejada de esos análisis Ana Gisel tuvo que resetear su vida. “Teníamos un montón de proyectos, una familia en construcci­ón. Y todo se desmoronó en pocas horas”, sostiene esta empleada que trabaja de 8 a 14 en el área adminis- trativa de un club y que después dedica todo el tiempo a sus tres hijos; Santino Nicolás, de 12; Benjamín Ciro, de 8 y Javi.

El primer tormento llegó a la hora de reconocer la paternidad de Javier Díaz: tuvo que pagar los estudios de ADN, para acceder a los escasos beneficios que tuvieron los inundados después de la catástrofe.

Y un trámite aún más traumático: el Estado demoró casi dos años en lograr que Ana Gisel pudiera poner el apellido paterno a Javier. La pareja no estaba casada y recién en setiembre de 2015 pudo conseguir el DNI para el menor de sus hijos.

Cuando su caso se hizo conocido –entre otras por la nota que publicó Clarín- se acercaron funcionari­os de la municipali­dad para ofrecer ayuda. “Fue todo informal y cada gestión era un martirio”, recuerda la mujer.

Tanta informalid­ad había en ese aporte, que cuando cambió la gestión municipal (en diciembre de 2015) las nuevas autoridade­s no tenían registro –por ejemplo- del tratamient­o psicológic­o que le dieron a los hijos de Ana Gisel. “Acá venía un hombre, me pedía los recibos de la psicóloga y me pagaba con un sobre. Yo estaba tan destrozada, y con el embarazo además, que no hacía caso al tema de los papeles”, contó a Clarín en su casa remodelada de la calle 78. Con la vivienda tuvo un paliativo: a partir de la repercusió­n de su caso, un reality de TV refaccionó y amplió el hogar donde cría a sus chicos. Tampoco puede todavía hacer uso de un subsidio de 300 mil pesos que recibieron las familiares de los fallecidos en los anegamient­os. “Nunca pude usar esa plata, pero espero quede para los nenes”.

Cabello no volvió a tener parjeja. Dice que no le queda tiempo, entre el trabajo y las actividade­s de los chicos.

Javi empezó Jardín en una escuela parroquial y cada tanto reanuda un tratamient­o psicológic­o junto a sus hermanos. Tres veces por semana va a una escuelita de fútbol, tal vez para seguir los pasos de su papá, quien recorrió varios clubes de la primera B y llegó a un paso de la primera. El futbol era la pasión de Javier. Y su hijo Javi parece que ya la heredó. ■

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M NIEVAS. Con mamá. Javi y el recuerdo de su papá (futbolista de Estudiante­s), en las paredes. Ella estaba embarazada cuando él se ahogó.
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NIEVAS Hace 5 años. En la inundación del 2 de abril, en La Plata, murieron 90 personas.
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