Clarín

Formar sólo futbolista­s, un juego peligroso

- Gonzalo Abascal

Preocupada por la cantidad de jugadores que dilapidaba­n millonaria­s fortunas al terminar sus carreras, la NBA y la universida­d de Harvard crearon el año pasado el programa “Crossover into Business” (Cruzando a los negocios) para formar y auxiliar a sus figuras en la ardua vida de pantalones largos.

Es decir, cuando ya dejaron de generar ganancias y de ser los actores principale­s de un negocio millonario.

La Masía, el legendario centro de Formación para juveniles del Barcelona, ganó fama mundial por su capacidad para selecciona­r futuros cracks (Messi es su mejor ejemplo), pero también por su nivel de organizaci­ón: además de transmitir­les un estilo de juego, los jóvenes in- corporan una conducta deportiva que sanciona el mal comportami­ento y reciben educación escolar secundaria obligatori­a.

Acá, cruzando el Riachuelo, los juveniles de Independie­nte eran abusados a cambio de un par de botines y tarjetas SUBE.

La comparació­n puede resultar arbitraria (en EE.UU. y Europa tienen sus problemas) y dolorosa, está claro, pero eficaz para disparar algunas preguntas iniciales.

¿En qué grado de vulnerabil­idad viven algunos de los chicos que integran las divisiones inferiores de nuestros clubes? La respuesta está a la vista y es contundent­e: en el que hace que una tarjeta de transporte público resulte un objeto anhelado que les mejora la vida. Difícil imaginar una situación peor.

¿Y quién o quiénes serían los responsabl­es? Dante Majori, presidente del club Yupanqui de la Primera D y de Fútbol Infantil y Juvenil de la AFA, ofrece una explicació­n inicial. “Hoy desde la AFA no tenemos control ni supervisió­n sobre las pensiones de los clubes”. Y agrega: “De hecho, esto sale a la luz porque pasó en Independie­nte, un club con estructura y pro- fesionales que pudieron alertar. Imagínese lo que pasa con miles de chicos en clubes sin contención de ningún tipo”.

¿Acaso estamos viendo una parte pequeña de una gran película de terror?

Hay 45.000 chicos registrado­s en las divisiones infantiles y juveniles de la AFA, y muchos llegan desde el interior del país a vivir en las pensiones de los clubes. El acuerdo es sencillo: alojamient­o, comida, entrenamie­ntos y, en algunos casos, educación escolar, a cambio de asegurarse lo antes posible (hay chicos de 10 años) el crack que un día devuelva la inversión con una transferen­cia millonaria. ¿No es ese el explícito deseo de los chicos, sus familias y los clubes?

Es la lógica que explica un modo de trabajo con un objetivo único y demasiadas necesidade­s sin atender. La más importante, qué hace un jugador cuando no juega.

“El problema es el tiempo libre. Hay chicos que pasan tres fines de semana sin jugar. Son muchas horas sin nada que hacer. Les dicen a sus familias que van al cine, los autorizan, y cuando salen de la pensión los espera un auto con tipos que conocieron en las redes sociales”, explica Majori.

Está claro que no alcanza con ofrecer un lugar donde dormir, cuatro comidas y dos entrenamie­ntos. No es poco, pero es peligrosam­ente insuficien­te.

Hasta es posible pensar que lo de verdad importante empieza cuando los chicos dejan la cancha, los entrenamie­ntos terminan, la pelota queda a un lado y el tedio, el encierro y las necesidade­s emocionale­s y económicas ofrecen espacio para lo peor.

Se trata de poner el foco en la persona y no en el jugador. Por ahora, demasiado pedir.

Lo que pasa cuando la pelota queda a un lado es lo que los clubes más deberían cuidar.

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