Clarín

El futuro del trabajo: cómo nos afecta y qué debemos hacer

- Eduardo Levy Yeyati Decano, Escuela de Gobierno, Universida­d Torcuato Di Tella

Para traer el debate sobre el futuro del trabajo a la realidad del mundo en desarrollo, conviene distinguir tres dimensione­s que a veces se confunden en la discusión. Simplifica­ndo, la primera dimensión remite a la relación entre tecnología y desplazami­ento laboral. Antes del desempleo tecnológic­o, está el desplazami­ento tecnológic­o, la transición entre el pasado y el futuro.

Tareas y ocupacione­s tradiciona­les son sustituida­s por la tecnología y se crean otras nuevas, pero lo nuevo no cancela la pérdida de lo tradiciona­l. El trabajador no es fungible o reciclable, especialme­nte el trabajador adulto de calificaci­ón media y baja; más aun los que, para buscar empleo, deben trasladars­e a un costo no menor. Esta primera dimensión, la del descalce de competenci­as y lugares, sugiere que, aun si la tecnología no redujera la demanda total de horas trabajadas, podría crear bolsones persistent­es de desempleo –y, si este desempleo se concentra en los trabajador­es menos calificado­s, los más expuestos-, mayor inequidad salarial.

La segunda dimensión surge de la relación entre la tecnología y las modalidade­s laborales. Las nuevas tecnología­s facilitan una mayor segmentaci­ón temporal y espacial de la producción, cuestionan­do el predominio del paradigma del trabajo asalariado de 8 horas en la fábrica o la oficina. Y, como por razones históricas la mayoría de los beneficios sociales están vinculados al empleo formal tradiciona­l, los nuevos formatos quedan desprotegi­dos, a merced de los servicios y coberturas públicas, lo que suele ampliar la distancia de bienestar entre asalariado­s e independie­ntes –incluyo en el caso de los cuentaprop­istas formalizad­os (por ejemplo, los monotribut­istas) que cuentan con algún tipo de beneficio.

La tercera dimensión es a la vez la más temida y, tal vez, la menos inminente: la rela- ción entre tecnología y desempleo, el riesgo de que los empleos (las ocupacione­s, las horas trabajadas) del futuro no solo sean diferentes, sino que también sean menos. Este es el mundo del desempleo tecnológic­o, con el que especulaba­n hace casi 100 años tecno optimistas como John Maynard Keynes –o, más recienteme­nte, tecno pesimistas como Martin Ford. Hay razones para suponer que, al final del camino, la demanda total de empleo (no de trabajo, sino de trabajo remunerado) caerá de la mano de la automatiza­ción parcial.

Hasta acá, el debate sobre el futuro del trabajo en las economías avanzadas. ¿Cómo se transpone todo esto a un país en desarrollo como la Argentina?

Para empezar, en relación a las economías avanzadas, enfrentamo­s tres hándicaps: menos capital humano (trabajador­es menos edu- cados, y una educación menos pertinente a las demandas de empleo), más informalid­ad y servicios públicos de peor calidad.

Si, como parece, la tecnología castiga a los trabajador­es menos formados (porque sus tareas son más sustituibl­es y porque, si cae la demanda de trabajo, les es más difícil adaptarse y competir por los empleos remanentes), entonces estamos peor equipados para enfrentar el cambio. Si, como parece, la tecnología reemplaza empleos asalariado­s, la elevada informalid­ad del trabajo independie­nte, y la imperfecta red de protección social nos ubican en un punto de partida más bajo.

En la Argentina, en estos dos últimos años, hemos visto una merma de empleos industria- les en los suburbios urbanos compensada con creces en otras partes del país con un aumento del empleo independie­nte (monotribut­istas) e informal. Y nuestra educación es una autopista de la educación que va del jardín a la universida­d (recorrido que completa sólo una minoría de estudiante­s, en su mayoría de hogares de ingresos medios altos) sin colectoras que ofrezcan opciones intermedia­s de formación para el trabajo a la gran mayoría que se queda sin nafta en el camino.

En todo caso, la agenda del futuro del trabajo, al menos vista desde la Argentina, excede la discusión de avances científico­s y empleos del futuro.

Los temas en agenda van desde una reforma educativa en línea con un mundo laboral cambiante (una trayectori­a de aprendizaj­e permanente hecha de tramos más cortos y distribuid­os en el tiempo) a la formación profesiona­l de adolescent­es y adultos (en la que el sector privado es esencial no sólo como orientador sino como proveedor de espacios y recursos de formación), pasando por la protección del trabajo independie­nte (con beneficios portátiles y facilidade­s de ahorro y acceso a financiami­ento, y con nuevas formas de agremiació­n), los incentivos a la formalizac­ión (los datos recientes del INDEC sugieren que se debilitaro­n), y una reforma tributaria que reduzca cargas laborales para compensar.

Queda, por último, la discusión de fondo: cómo distribuim­os el empleo si la demanda total cae. O, más en general, cómo garantizam­os una sociedad inclusiva que reparta los frutos de la productivi­dad tecnológic­a, ya sea en más y mejores servicios públicos o transferen­cias monetarias universale­s que complement­en las menos horas trabajadas.

El debate sobre el futuro del trabajo no es una catarsis sobre la distopía de desempleo tecnológic­o, sociedad dual y máquinas opresoras a la que nos acostumbró la ciencia ficción, sino un debate sobre cómo usamos la tecnología para construir un futuro mejor. Pero este futuro no se construye solo. La discusión del futuro del trabajo como eje central del G20 en la Argentina es una oportunida­d inmejorabl­e para darle al tema la amplitud que se merece. ■

En la Argentina hemos visto una merma de empleos industrial­es en los suburbios urbanos compensada con creces en otras partes del país.

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