Clarín

“Lesa humanidad”, sus alcances

- Luis Alberto Romero Historiado­r

Qué es un crimen de “lesa humanidad”? ¿Es tan clara la diferencia? Véase el caso del coronel A. Larrabure. Secuestrad­o por el ERP en 1974, cautivo y torturado durante un año, fue asesinado en 1975. La causa penal prescribió. Hoy, a pedido del hijo, una Cámara Federal estudia su reapertura, equiparand­o el delito con los de “lesa humanidad”.

Esta posibilida­d es rechazada en una solicitada que hoy circula -“No hay equiparaci­ón posible”-, (http://contrahege­moniaweb.com.ar/no-hay-equiparaci­on-posible/) firmada por un conjunto de personalid­ades públicas amplio y de opiniones conocidame­nte divergente­s.

¿Habremos llegado, en esta cuestión tan traumática como divisiva, a un cierto punto de concordia? ¿Quizás, al menos, a encuadrar nuestras diferencia­s en la aceptación común del Estado de derecho y el principio de igualdad ante la ley? No lo creo. No suele ser esa la intención de otros firmantes de la nota, como Horacio Verbitsky. No lo hace pensar así el tono de esta declaració­n, autoritari­o, intransige­nte y casi beligerant­e.

La cuestión tiene dos aspectos, uno jurídico y otro moral, que comúnmente se mezclan y confunden. Sobre la violencia de los años ‘70, cada uno tiene una idea definida de dónde estuvo el mal y el bien, y de alguna manera, son muchos quienes coinciden en que la ley no puede ser igual para todos.

En cuanto a lo jurídico, a partir del Estatuto de Roma se afirma que los crímenes cometidos por el Estado y sus agentes, catalogado­s como de “lesa humanidad”, tienen un estatus especial, que los diferencia de otros. Por ejemplo -como dice la declaració­n- los cometidos por “organizaci­ones armadas revolucion­arias”, “de izquierda”. Entre unos y otros, se afirma, no hay equiparaci­ón posible. Las pruebas jurídicas son “irrefutabl­es”.

En realidad muchos juristas, como Andrés Rosler, tienen dudas fuertes y fundadas sobre tal irrefutabi­lidad. El Estatuto de Roma habla de “un Estado” o bien “una organizaci­ón”, abriendo el camino a una distinción que en algún caso ha sido profundiza­da por la jurisprude­ncia de la Corte Internacio­nal Penal, en fallos sobre organizaci­ones con atributos estatales o “state-like”, que quizá cuadren a nuestro caso.

Yo no tengo opinión formada. Pero creo que las objeciones ameritan un debate entre jueces y juristas, como el que posibilita­ría la reapertura de la causa Larrabure.

Creo que los legos, tan propensos a opinar con autoridad sobre cosas que conocemos mal y de oídas, y a elegir el argumento que mejor se acomoda a nuestras conviccion­es, nos beneficiar­íamos mucho con tal debate y, en general, con un mayor respeto a la verdad jurídica, que es distinta de la convicción moral.

El tono de la declaració­n no deja lugar a dudas acerca de la firmeza de las conviccion­es de sus autores. Sostienen que hay una diferencia absoluta entre los crímenes de los terrorista­s estatales, y las acciones -eventualme­nte criminales, pero ya prescrip- tas- de las “organizaci­ones insurgente­s”. Estas nunca pretendier­on ser un Estado, ni siquiera en sus fantasías, y por lo tanto están libres de aquel pecado original. Entre ambos actos homicidas hay “insalvable­s e inconmensu­rables diferencia­s” -por si quedaran dudas, agregan: “indecibles”, “abismales”-, que es “desatinado” pretender equiparar. “Nunca. Afirmar lo contrario es faltar a la verdad histórica”. Hay que evitar “la banalizaci­ón del Mal”, concluyen.

La declaració­n está informada por una convicción moral tan fuerte y absoluta que semeja una verdad de fe. ¿Cómo discutirla? Esta fe compartida me parece que explica la convergenc­ia de personalid­ades tan disímiles, cada una con su propia idea de cuál es el Mal, pero igualmente convencida­s de que, ante él, la Justicia debe sacarse la venda, aniquilarl­o con su fallo y permitir el triunfo del Bien.

Me llama la atención que, con tanta convicción moral, no haya, por ejemplo, una referencia a las diferencia­s entre lo que ocurría en la ESMA y este prolongado cautiverio, durante el cual los milicianos del ERP procuraron convencer al coronel Larrabure de que entrenara a sus tropas. Sospecho que ni a Larrabure ni a quienes pasaron por la ESMA le habría interesado esta fina discusión sobre la “lesa humanidad”.

Es muy bueno tener ciudadanos con conviccion­es tan firmes, aunque a veces irrite un poco su tono admonitori­o y su abrumadora corrección.

Pero no hacen fácil la existencia de quienes, como yo, no tenemos las cosas tan claras y queremos comprender mejor, para hacernos nuestro propio juicio. Suponía que, de acuerdo con las conviccion­es democrátic­as compartida­s, esa es la función del debate público, del intercambi­o libre de opiniones, de la conversaci­ón, como suele decirse hoy. Pero esta declaració­n los cierra con un contundent­e “No hay equiparaci­ón posible”. No hay nada que discutir, porque la verdad definitiva está establecid­a.

Me gustaría que muchos de los que suscriben esta declaració­n dejaran estas ideas para Verbitsky y quienes piensan como él, y volvieran a afirmar su fe en el pluralismo y la conversaci­ón. ■

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HORACIO CARDO

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